Al virus lo tienes controlado hasta que dejas de tenerlo controlado. El intervalo es una ficción en la que crees que has hecho algo bien que lo ha parado para siempre. Un pensamiento mágico. No hay nada más terrible en la Covid-19 que su punto aleatorio, en esencia incontrolable.

Portugal fue la gran historia de éxito de la primera ola cuando, por lo que sea, los contagios empezaron un poquito más tarde que en Italia y en España, lo suficiente como para poder cerrar el país a tiempo y decretar un estado de emergencia con apenas casos detectados, conscientes como eran de que esos pocos iban a ser muchos en breve.

Portugal, pues, se adelantó y se adelantó en el peor momento. Mientras su vecino se desangraba, los portugueses miraban desde su domicilio, hasta cierto punto aliviados. La primera ola en Portugal es prácticamente una línea recta a la que siguieron pequeños repuntes a principios de verano, siempre debidamente controlados. Para cuando llegó septiembre, Portugal mantenía una incidencia siete veces inferior a la de España y nada apuntaba a que la cosa se fuera a complicar.

Pero se complicó, y de mala manera. Si la segunda ola se dividió en España en dos fases -la primera con Madrid y Navarra como protagonistas, la segunda con el norte del país más Andalucía en alerta roja-, en Portugal fue todo de golpe, de una sola vez. Así, el 4 de noviembre, se llegó a los 7.500 casos notificados en 24 horas, lo que sería el equivalente a 30.000 en España.

Los hospitales empezaron a llenarse a toda velocidad, resaltando una cierta incapacidad para cubrir todas las necesidades. En Portugal faltan camas, faltan médicos y faltan enfermeros. Se volvió a decretar estado de alarma, se optó por confinamientos quirúrgicos, no se cerró la hostelería más que puntualmente, y tampoco se cerró el comercio más allá de limitaciones horarias.

Así fue pasando poco a poco noviembre hasta llegar al pico semanal el día 23, con casi 40.000 casos, unos 160.000 en el equivalente español. A partir de ahí, las medidas empezaron a hacer efecto y se percibió una pequeña bajada que parecía indicar que todo había pasado ya, que la amenaza quedaba atrás.

Muertes por millón de habitantes en Portugal.

No era así. El gobierno de Antonio Costa pensó que había margen pero no lo había. Levantó medidas y se preparó para una Navidad en familia. La idea era cerrar por completo para Nochevieja y Año Nuevo y así mitigar los efectos de una Nochebuena como las de antes, pero ya sería tarde.

Justo en esas fechas -mediados de diciembre-, Reino Unido e Irlanda empezaron a ver cómo se disparaba su número de casos y se empezó a hablar de una nueva variante especialmente contagiosa. Con la alta transmisión que aún registraba Portugal, es muy probable que la vuelta por Navidad de los numerosos trabajadores portugueses en Inglaterra empezara a diseminar esta nueva variante sin que nadie se diera cuenta al principio.

El 27 de diciembre, se llegó al mínimo de la segunda ola: 2.752 casos diarios de media móvil semanal. No era el final sino el principio. A partir de ahí, la curva de contagios empezó a crecer de forma exponencial y no lo hizo solo en el país sino también en Extremadura. Puede ser casualidad pero no lo parece en retrospectiva: durante semanas, esta Comunidad fue subiendo y subiendo su número de contagios diarios, llegando el 10 de enero a más de 1.000 casos por 100.000 habitantes, récord absoluto en España. Para entonces, Portugal ya registraba 10.000 contagios diarios.

Había multiplicado por cuatro su incidencia en apenas dos semanas y tocó encerrarse. Desde el 14 de enero, Portugal vive bajo un nuevo estado de alarma en el que solo puedes salir de casa si cumples un servicio esencial. Los colegios están cerrados, el teletrabajo es obligatorio y como mucho puedes ir a hacer una hora de deporte en absoluta soledad.

Los análisis de secuenciación de la variante británica indicaron un aumento voraz: del 5% se pasó al 20% y en la actualidad ya está prácticamente en el 50%. Cuando se reparten culpas, normalmente se mencionan la variante y la relajación navideña, exactamente igual que en España, pero ahí la situación sigue siendo mucho peor. ¿Por qué?

Evolución de ingresos en los hospitales portugueses.

Con medidas menos estrictas, Extremadura pudo controlar su incidencia en relativamente poco tiempo. No hubo un colapso sanitario como tal. El pasado lunes ya bajaba del umbral de los 1.000 casos por 100.000 habitantes que había cruzado tres semanas antes. Portugal seguía en 1.652 y mandando pacientes por helicóptero a Madeira.

Las ambulancias se amontonan en las entradas de los hospitales de Lisboa, esperando alguna alta hospitalaria para poder ingresar al siguiente paciente. El gobierno luso, desesperado, ha pedido ayuda a todo el mundo. Incluso España se ha ofrecido a echar una mano en lo que pueda. La situación es crítica, con 865 camas UCI ocupadas por Covid en un país que había conseguido ampliar hasta las 944 para todas las patologías en noviembre.

¿Por qué bajó Extremadura y subió Portugal? De poder comparar los dos países, ¿vamos nosotros con retraso o con adelanto? ¿Se debe todo a un problema de inmunidad, está “pagando” Portugal su éxito de marzo con un tsunami retrasado? No lo sabemos. Y mientras no lo sepamos, haremos bien en mantenernos alerta.

Las barbas de tu vecino y tal. Portugal notificó el domingo pasado más de 300 muertos, el equivalente a 1.200 en España. No tiene pinta de que vaya a ser el pico y lo que preocupa es que la cifra se repitió hasta tres veces en los últimos siete días. Solo en la segunda ola se había pasado puntualmente de 100.

A estas alturas, más de un mes después de las Navidades, parece absurdo seguir señalando a la relajación como única culpable. A la vez, no sabemos por qué esa variante británica está arrasando con todo de esa manera. Por qué lo hizo también en Inglaterra y en Irlanda pero no parece estar haciéndolo en España. Por qué nos podemos juntar con cinco amigos en Madrid a tomarnos una copa en una terraza mientras en Lisboa todo son sirenas de emergencia.

Lo que no tiene explicación debería preocuparnos. No puede ser que unos sean muy listos y otros sean muy tontos. Igual, simplemente, no todo tiene por qué tener una razón y pensar que la has encontrado forma parte de ese pensamiento mágico, de esa ficción.

Necesitamos contarnos que España ha entrado en descenso y que así seguirá hasta que estemos todos vacunados. Es posible. Pero el ejemplo de Portugal nos debería enseñar que ya hubo quien lo pensó antes que nosotros. Hay que cerrar la puerta a esa variante cuanto antes. Asfixiarla. Pensar que se puede aprovechar esta tregua para aligerar las medidas es condenarnos a un febrero de espanto.

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