Los probióticos están de moda. La idea de que podemos comer ciertos microbios que actúan como una medicina para nuestra flora intestinal, y que en consecuencia son beneficiosos para nuestra salud, hoy sostiene un lucrativo pilar de la industria alimentaria. Pero ¿es cierto todo lo que se proclama?

Según opiniones expertas, el uso extendido de muchos probióticos va por delante de las pruebas científicas que avalen su efectividad. Pero lo cierto es que la obtención de probióticos de eficacia comprobada no sólo podría favorecer nuestra salud digestiva. A través de lo que hoy se conoce como eje intestino-cerebro, los diez billones de bacterias que pueblan nuestro tubo digestivo también influyen sobre nuestra salud mental. El pasado julio, una exhaustiva revisión de 15 estudios clínicos revelaba que una flora sana puede actuar favorablemente sobre ciertos desórdenes como la ansiedad, la depresión o el trastorno obsesivo-compulsivo.

La investigación sobre los probióticos ha llevado al desarrollo de una técnica tan prometedora, pero al mismo tiempo tan escabrosa, como el trasplante de microbiota fecal: el uso de la flora de una persona sana, obtenida a través de sus heces, para repoblar el intestino de un individuo enfermo. El trasplante fecal se ha demostrado útil en el tratamiento de la infección por Clostridium difficile, una bacteria que provoca graves diarreas resistentes a los tratamientos convencionales.

Pero no puede negarse que el trasplante fecal aún representa un estado preliminar del conocimiento en este campo. Y es que, aunque los estudios se centran en ciertos tipos de bacterias cuyos nombres suenan en los anuncios de yogures probióticos, como Lactobacillus o Bifidobacterium, aún no se conoce en detalle cómo estos microbios nos aportan sus virtudes. Y mientras estos mecanismos sigan siendo oscuros, es difícil refinar las herramientas terapéuticas para poder pasar del molesto enema a la cómoda píldora, o al yogur de eficacia científicamente probada.

Microbios protectores

Hoy estos mecanismos son un poco menos oscuros gracias al trabajo drigido por un equipo de investigadores de la Universidad Rockefeller de Nueva York (EEUU). En sendos estudios publicados esta semana en las revistas Science y Science Immunology, los científicos no solamente han identificado uno de los microbios responsable de ciertos efectos beneficiosos atribuibles a la flora intestinal, sino que además han iluminado la manera en que actúa.

Los investigadores se han centrado en Enterococcus faecium, una bacteria que se emplea como probiótico en la alimentación del ganado. Aunque en el intestino del ser humano puede estar presente como comensal, es decir, inocua, se conocen casos en los que puede convertirse en patógena y provocar infecciones graves, por lo que no forma parte del repertorio de microbios presente en el lineal de probióticos del supermercado.

Sin embargo, su potencial indujo a los investigadores a examinar su efecto en dos animales utilizados como modelos de laboratorio, el ratón y el diminuto gusano Caenorhabditis elegans. Los experimentos demuestran que la repoblación de los intestinos de los animales con E. faecium los protege contra la agresión de dos microbios patógenos, la bacteria Salmonella enterica typhimurium, causante típica de la intoxicación por mayonesa, y la temible C. difficile. En ambos casos la presencia de E. faecium no provoca la muerte de los invasores peligrosos; simplemente, los convierte en transeúntes inofensivos.

Los científicos observaron que los cultivos de este microbio producían sobre todo una enzima llamada SagA, y descubrieron que el tratamiento de los animales con esta proteína tenía por sí solo un efecto protector. Para comprobar hasta qué punto SagA es responsable de los beneficios probióticos de la bacteria, alteraron genéticamente otros microbios para que produjeran esta proteína. Los resultados muestran que tanto un probiótico empleado en humanos, Lactobacillus plantarum, como un microbio comensal sin ninguna capacidad protectora, Enterococcus faecalis, se convierten en potentes defensores contra las infecciones gastrointestinales cuando van armados con la proteína SagA.

Por último, los investigadores estudiaron el modo de acción del probiótico, descubriendo que la bacteria y su proteína colaboran con nuestro organismo para disparar ciertos mecanismos básicos inmunitarios y antibacterianos de las células de la pared intestinal, la fortaleza que impide la invasión de los patógenos desde el tubo digestivo hacia otros órganos como el hígado. En resumen y para Jack Gilbert, ecólogo microbiano del Laboratorio Nacional Argonne en Illinois (EEUU), que no ha participado en los estudios, los dos trabajos "aportan nuevas pruebas de que las comunidades microbianas del intestino tienen elementos que apoyan al sistema inmunitario en la prevención o el tratamiento de infecciones gastrointestinales por patógenos conocidos", dice a EL ESPAÑOL.

Del trasplante fecal al yogur

Pese a todo, los autores se muestran cautos respecto al horizonte clínico de sus hallazgos. Un primer paso sería saber hasta qué punto E. faecium contribuye a los beneficios comprobados del trasplante fecal. Pero esta bacteria "no parece ser predominante en la microbiota de los mamíferos", aclara a EL ESPAÑOL el codirector de los estudios Howard Hang. La también codirectora Virginia Pedicord añade que otras bacterias comensales pueden reducir la agresividad de C. difficile simplemente creciendo más que ella, impidiéndole así que prolifere lo suficiente como para volverse peligrosa. "Parece probable que varios tipos de bacterias de la microbiota comensal tengan diferentes efectos beneficiosos", propone Pedicord.

Por otra parte, los experimentos han demostrado el potencial de E. faecium como prevención contra la gastroenteritis, pero no su eficacia como tratamiento en pacientes que ya sufren el ataque de Salmonella o C. difficile. "Actualmente estoy explorando la posibilidad de usarlo como terapia después de la infección por C. difficile", apunta Pedicord. "Los datos llegarán pronto".

Por el momento, Hang sugiere que sus resultados podrían servir para predecir la posible actividad protectora de las muestras destinadas al trasplante fecal: a más cantidad de E. faecium, mayor eficacia. Pero en el futuro, los investigadores no descartan que podamos llegar a ver sus hallazgos en los yogures. “Es un poco de ciencia ficción y hacer castillos en el aire”, admite Pedicord; “pero nos encantaría ver si un yogur u otros productos con L. plantarum que exprese SagA podrían usarse para tratar pacientes de C. difficile, o para prevenir la infección en pacientes que están recibiendo antibióticos y son más sensibles a estas infecciones”.

No obstante, el microbiólogo de la Universidad de California en San Diego (EEUU) Rob Knight, que no ha participado en los estudios, advierte a EL ESPAÑOL de que tales microbios modificados deberían seguir el proceso de aprobación habitual de los fármacos, lo que incluye ensayos preclínicos en animales y clínicos en humanos. "Llevarlos al mercado será laborioso", valora.

El camino desde el trasplante fecal al yogur aún será largo y tal vez no acabe en el súper, sino en la farmacia. Pero los investigadores de la Rockefeller han comenzado a recorrerlo. "Es inspirador imaginar un futuro en el que los pacientes podrían simplemente comer yogur de SagA durante una semana después de su tratamiento de antibióticos para prevenir el C. difficile", concluye Pedicord.

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