Si te suena de algo el nombre de John Snow es probable que veas Juego de Tronos en versión original –escrito Jon Snow o Jon Nieve, en castellano- y que estés esperando con avidez el estreno de la sexta temporada de la serie este domingo, 24 de abril. Incluso puede que hayas leído Canción de hielo y fuego, la saga del escritor estadounidense George R.R. Martin en la que está basada la superproducción televisiva.

Más raro sería que conocieras a John Snow como el médico inglés del siglo XIX considerado como uno de los padres de la epidemiología y pionero en técnicas de anestesia, todo un héroe de la salud pública. Aunque hoy en día no pueda competir en popularidad con el personaje de ficción que lleva su nombre, su fama también es considerable y últimamente la reivindicación de su vida y de su obra está en alza, hasta tal punto de que en 1992 se creó The John Snow Society, una sociedad inglesa que trata de promocionar la figura de este científico y que suma ya 3.000 miembros en todo el mundo.

Pero claro, estamos en el siglo XXI y millones de espectadores en todo el planeta están enganchados a Juego de Tronos, así que son inevitables las anécdotas como la que cuenta a EL ESPAÑOL Amy Ellis-Thompson, editora de la Royal Society for Public Health del Reino Unido y miembro de dicha sociedad. "Una vez recibimos un correo electrónico felicitándonos por nuestra labor de defensa contra los Caminantes Blancos", afirma en referencia a las siniestras criaturas heladas procedentes de más allá del muro que defiende Jon Snow como Lord Comandante de la Guardia de la Noche.

El mapa del cólera

¿Qué mueve a Amy y a muchas otras personas a formar parte de una asociación que recuerda al otro John Snow, un médico inglés que nació hace más de dos siglos, en 1813? Su historia también daría para una buena serie -hay que darle ideas a HBO ahora que se acerca el final de su producción estrella- y su capítulo inicial podría estar ambientado en el Soho de Londres en 1854. Imaginemos la situación: una epidemia de cólera ha acabado con la vida de 700 personas en menos de una semana y muchos de los fallecidos son pacientes de un médico del barrio.

A esas alturas John Snow es mucho más que un simple doctor de la época, lleva el título de Sir. Justo el año anterior había asistido a la reina Victoria en uno de sus nueve partos, llamado tras perfeccionar la incipiente técnica de la anestesia por inhalación de cloroformo. Su idea fue administrar pequeñas dosis durante el parto y la fama de este episodio contribuyó a eliminar el estigma de aliviar el dolor de dar a luz.

Sin duda, Snow es un tipo curioso, al que le gusta la experimentación y no le faltan ideas. También le gustan los mapas y anteriormente los había utilizado para argumentar algunas de sus hipótesis. En esta ocasión, la localización de las víctimas parecía especialmente interesante, porque todas las muertes se estaban produciendo en un área que apenas superaba los 500 metros de diámetro, así que compró un plano callejero y comenzó a llenarlo de puntos negros a medida que identificaba lugares en los que se había registrado algún caso de cólera.

Mapa parcial del cólera en Londres que elaboró Snow. EE

Visitando cada uno de los edificios y acudiendo al registro del hospital de Middlesex, el médico fue completando el mapa de muertes. Hoy en día existen cientos de aplicaciones para el móvil que georreferencian las cosas más variopintas, pero en aquel momento la información gráfica tuvo que resultar una sorprendente revelación: los casos se concentraban alrededor de Broad Street, justo donde había una bomba de agua. Curiosamente, los vecinos que se abastecían de pozos privados no habían enfermado, así que el foco de la epidemia debía encontrarse justo allí.

Una nueva epidemiología

Al principio, la idea de John Snow debió de parecer una estupidez, porque se desconocía casi todo acerca del cólera. La creencia más común era que se transmitía por el aire y por contacto directo con los enfermos, así que era habitual que se les mantuviera en cuarentena. El protagonista de esta historia opinaba de otra manera: tenía que haber algún tipo de materia invisible al ojo humano que atacase de manera mortal los intestinos, causando diarrea y deshidratación.

Podemos imaginar la cara que pondría más de uno al ver que, frente a cientos de muertes, el médico se dedicaba a poner puntitos en un papel, pero aquel mapa demostraba que el desastre tenía que deberse a una infección muy localizada, probablemente provocada por algún microorganismo microscópico, así que finalmente convenció a las autoridades de que debían clausurar la fuente. El resultado fue un éxito y más tarde se comprobó que estaba contaminada por aguas fecales, el medio ideal para la bacteria Vibrio cholerae. Hoy en día existe una réplica de la viaja bomba de agua en el mismo sitio en honor al ingenio de John Snow.

Bomba de agua en honor a John Snow. EE

Desde entonces, recurrir a la geografía para describir una infección es clave en epidemiología. Aunque es imposible calcular cuántas vidas habrá salvado aquella brillante idea, su legado científico es enorme y tanto epidemiólogos como historiadores de la ciencia siguen estudiando su vida y en particular los sucesos de 1854.

Lecciones para el presente

"Él nos enseñó que ir contra una creencia pública puede ayudarnos a traspasar las fronteras de la ciencia y esto sigue siendo verdad", afirma Amy Ellis-Thompson. Sus biógrafos destacan el sentido de la observación, el razonamiento lógico y la perseverancia de este vegetariano y casi abstemio -dicen que bebía algo de vino- que sólo vivió 45 años.

Convertirse en fan oficial del insigne científico no es complicado y sin duda mucho más friki que seguir una serie de televisión de masas. Para formar parte de The John Snow Society sólo hay que visitar el pub John Snow, ubicado junto a la bomba de agua. "La mayoría de los miembros tienen alguna relación con el campo de la epidemiología o la anestesia", y entre ellos hay españoles.

El objetivo de este grupo es recoger todo tipo de datos y noticias y organizar cada año la cátedra Pumphandle, nombrada así por la bomba de agua, en la que numerosos científicos imparten conferencias, celebran la memoria de John Snow y recuerdan los retos que sigue teniendo la salud pública.

Millones de personas esperan con ansia el retorno de la serie, con su famosa cabecera del mapa de los Siete Reinos. Si alguien se hubiera molestado en poner puntos negros con las muertes que se han producido, probablemente habría casi tantos como en el callejero de John Snow. Pocos de sus espectadores se acordarán de él ni pensarán cómo combatir la epidemia de Caminantes Blancos, simplemente se dejarán contagiar por una buena historia, igual que los fans del médico. Winter is coming.

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