Es posible que nuestra búsqueda vital en pos de la felicidad no termine nunca de colmarse totalmente. Cuando conseguimos algo que nos hace felices, vendrán nuestros instintos a sugerirnos que persigamos nuevos objetivos y que creemos nuevas ambiciones.

Así lo indican diversos estudios neurocientíficos, que apuntan que el deseo de alcanzar

metas, innato en los humanos, no nos permitirá nunca sentir que todos nuestros propósitos se han cumplido.

El neurocientífico de las universidades Bowling Green State y Washington State (ambas en EEUU) Jaak Panksepp, autor del libro Neurociencia afectiva: los fundamentos de las emociones humanas y animales (2004, no publicado en español) describió el "sistema primario de los sistemas afectivos", con siete instintos primitivos -también conocidas como emociones básicas- comunes a todos los animales: la ira, el miedo, el dolor/pánico, el cuidado maternal, el placer/lujuria, el juego y la búsqueda.

Según Panksepp, éstos están grabados en un nivel fundamental del sistema nervioso y resultan imprescindibles para la supervivencia (y para la felicidad).

Dentro de este conjunto, destaca el neurocientífico, el instinto más importante es el de la búsqueda y las expectativas; es el que nos impulsa a buscar información en el

ambiente para sobrevivir. Está situado y regulado por la vía mesolímbica del cerebro, unas de las vías dopaminérgicas, las rutas de neuronas encargadas de transmitir dopamina.

La clave está en la dopamina

Este neurotransmisor regula la motivación, la recompensa, la atención, el aprendizaje o la cognición en multitud de animales (tanto vertebrados como invertebrados) por

lo que nos alienta a explorar, investigar, interesarnos y sentir curiosidad.

La dopamina está presente en todo lo que hacemos, ya que constantemente queremos dar sentido a lo que vamos encontrando y encontrar conexiones significativas en el

ambiente.

"Esta molécula mantiene al humano en un estado constante de expectación y alerta", explicó Panksepp al diario Huffington Post, "desde un cocainómano buscando una dosis hasta cualquier persona yendo a por el café en su cocina cuando se levanta, pasando por un adicto a internet tecleando cientos de búsquedas en Google. Es decir, cuando encontremos algo que nos haga felices, la dopamina provocará inconformismo y tendremos que marcarnos nuevos desafíos".

¿Qué pasa cuando dejamos de buscar?

Cuando las ganas de explorar desaparecen, nos deprimimos. Nada nos motiva a buscar en nuestro ambiente para sobrevivir. El sistema de búsqueda se ha venido abajo, y generalmente se produce como respuesta al fallo de otro instinto básico: el de la unión con otros seres.

Tras un divorcio, una ruptura, la pérdida de trabajo o la muerte de un ser querido o, en general, tras cualquier pérdida de amor, se desata otro de los siete sistemas de instintos mencionados anteriormente: el del dolor y el pánico. Se trata del miedo psíquico, en este caso, a la pérdida y la desubicación social.

Dentro de la comunidad científica, las teorías de Panksepp han sido en su mayoría aceptadas, en espacial por los psicoterapeutas. Estas conclusiones permiten

explorar nuevas vías para curar la depresión, que el propio Panskepp está investigando desde hace dos años y que se focalizan en regular los sistemas primitivos de emociones que se encuentran afligidas.

Uno de los métodos que propone este neurocientífico es simplemente jugar. Ni más ni menos. Esta actividad no es sólo un pasatiempo, sino uno de los instintos básicos

que nos permite ser felices.

El juego nos permite establecer amistades y aprender la cooperación social y el trabajo en equipo. También nos enseña a competir (de nuevo relacionado con la búsqueda de objetivos) y lo que significa obedecer unas normas, que nos educan en lo que se puede hacer y lo que no. Y aún hay más beneficios: alejar las emociones negativas, crear lazos afectivos con otros seres y promover el entusiasmo.

"El juego es un proceso primario que nos ayuda a programar las zonas del cerebro para que sean pro-sociales", explica Panksepp. Así que ya lo han oído, si encuentran

algún rato para dejar sus quehaceres, vuelvan a la infancia y recréense en jugar a lo que deseen, porque pueden ahorrarse una depresión. O al menos ser un poco más

felices.

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