Perder peso después de haber alcanzado una situación de obesidad o sobrepreso, un problema para más de la mitad de los adultos en España, es una prioridad de salud. Adelagzar en estos casos se relaciona con una drástica reducción de los riesgos cardiovasculares, metabólicos y de cáncer asociados. Pero no es un proceso sencillo: pasa por un cambio de hábitos de alimentación y de actividad física, acompañados por la intervención de profesionales sanitarios.

Los productos 'light', 'sin', 'cero' y demás son la respuesta que ofrece la industria alimentaria a estas preocupaciones, pero no siempre son adecuados. El recorte de calorías o grasas de la versión "ligera" del alimento o bebida puede llegar a ser mucho más discreta de lo que el eslógan da a entender. Y en otras ocasiones puede ser contraproducente. Es el caso de las bebidas edulcoradas con sucralosa en lugar de azúcar, según un artículo publicado en JAMA Network Open.

Si atendemos a la etiqueta del producto -algo remonedable en cualquiera de nuestras compras alimentarias- veremos que varios refrescos emplean la sucralosa, un edulcorante artificial no-calórico y no-nutritivo, para sus versiones 'cero'. Para algunas personas, advierten los investigadores de la Escuela Keck de Medicina de la Universidad de California del Sur (EEUU), esto tiene consecuencias fatales, al estimular a nivel cerebral los antojos por la comida que producen los atracones, y de ahí, las radicales alteraciones del peso.

Los autores apuntan que más de un 40% de los adultos estadounidenses estarían tomando a día de hoy sucralosa en lugar de azúcar para endulzar sus comidas y bebidas sin engordar. Sin embargo, recuerdan, la efectividad de los edulcorantes artificiales para lograr la pérdida de peso todavía es objeto de controversia en el ámbito científico. 

"Algunos estudios indican que pueden ayudar, pero otros apuntan a que pueden estar contribuyendo en realidad a la ganancia de peso, al riesgo de diabetes y a otras alteraciones metabólicas", explica la Dra. Kathleen Page, una de las autoras. "Nuestro estudio ha observado distintos grupos de población para indagar en los motivos detás de los resultados contradictorios". 

Así, se seleccionaron 74 participantes, que consumieron 300 ml de tres bebidas diferentes en tres visitas diferenciadas. La primera estaba edulcorada con sacarosa -azúcar blanquilla-, la segunda con sucrosa y la tercera solo incorporaba agua para servir de control. En las dos horas siguientes, se les mostraron imágenes de alimentos apetitosos, como hamburguesas y rosquillas, y se midieron las activaciones de las regiones cerebrales involucradas en el apetito mediante imágenes por resonancia magnética (IRM). 

También se tomaron muestras para medir la glucosa en sangre, la insulina y las hormonas metabólicas. Finalmente, tras tanta "tortura", se les ofreció un bufé libre y se midió la cantidad de comida ingerida. El estudio incluía hombres y mujeres a partes iguales, con tres tipos de situación: normopeso, sobrepeso y obesidad.

Las imágenes por resonancia magnética mostraron que la actividad en las regiones del cerebro responsables de los antojos se disparaba en las personas obesas de ambos sexos después de tomar la bebida con sucralosa, algo que no ocurría con la sacarosa. Los niveles en sangre de la hormona implicada en la sensación de saciedad tras comer decaían en el primer caso, lo que plantea que este edulcorante no es efectivo a la hora de suprimir el hambre. 

La principal diferencia entre los sexos se dio en el bufé: fueron las mujeres quienes más aumentaron la ingesta después de tomar sucralosa, mientras que los hombres comieron lo mismo independientemente de la bebida tomada. "Las mujeres y las personas con obesidad pueden ser más suceptibles a los cambios provocados por los edulcorantes artificiales", apunta Page. "En estos casos, tomarlos puede engañar a su cerebro e inducirles sensación de hambre, lo que a su ver puede llevar a una mayor ingesta de calorías".