La Organización Mundial de la Salud ha descrito la obesidad como una epidemia mundial y uno de los "problemas de salud pública más descaradamente visibles pero desatendidos" de la actualidad. En los últimos años, los informes no han dejado de alertar sobre el aumento de esta afección potencialmente mortal en personas de toda condición, sexo y edad de todo el mundo. 

En España no somos una excepción. Al contrario, las cifras sobre esta enfermedad no son nada halagüeñas. Así lo corrobora el informe sobre la Prevalencia de sobrepeso y obesidad en España realizado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) y el Ministerio de Sanidad. Este informe asegura que el 17,4% de los adultos padece obesidad y el 37,10% sobrepeso. En ambos casos, la prevalencia es mayor en hombres que en mujeres.

A esto se le suma la advertencia realizada por los expertos: el ritmo de crecimiento de esta enfermedad es ya tan acelerado como en Estados Unidos. En Europa, España se encuentra en segundo lugar en cuanto a incidencia, solo por detrás del Reino Unido.

Para revertir esta situación, hay dos acciones complementarias, la dieta y el ejercicio. En cuanto a la actividad física, los especialistas llevan mucho tiempo discutiendo cuál es el mejor tipo de entrenamiento para personas con obesidad. Ahora, un reciente estudio, un metaanálisis publicado en la revista médica Obesity Reviews y que es el más grande sobre este asunto publicado hasta la fecha, parece aportar algo de luz sobre controvertida cuestión.

Ejercicio contra la obesidad

"Las pautas internacionales actuales recomiendan que a las personas obesas se les prescriba un mínimo de 300 minutos de actividad moderadamente intensa por semana para perder peso. Sin embargo, sigue sin conocerse la prescripción de ejercicio más eficaz para mejorar la antropometría, la capacidad cardiorrespiratoria y la salud metabólica en esta población", señala el texto.  

Pero los resultados de este metaanálisis han aclarado algunas cosas. Según señala el texto, combinar entrenamiento aeróbico de alta intensidad y entrenamiento de fuerza de alta carga generan los mejores efectos. 

Los ejercicios de fuerza ayudan a aumentar el músculo, que pesa más que la grasa.

Por un lado, el entrenamiento aeróbico provoca cambios en la capacidad aeróbica, mejora los perfiles de lípidos y aumenta la sensibilidad a la insulina. Además, particularmente en adultos con obesidad, puede conducir a una disminución de la producción de leptina, lo que a su vez contribuye a una reducción de la acumulación de tejido adiposo. Por último, también aumenta los niveles de hormona del crecimiento y adiponectina, que desempeñan un papel en la reducción de la grasa abdominal y los ácidos grasos libres circulantes.

Por otro lado, el entrenamiento de fuerza tiene el potencial de cambiar las propiedades metabólicas de los músculos esqueléticos. Produce un aumento de la masa corporal magra, reduce el estrés oxidativo inducido por el ejercicio en personas con sobrepeso y obesidad y reduce los niveles de hemoglobina glucosilada en personas con un metabolismo anormal de la glucosa.

La mejor estrategia

En esta línea, los expertos recomiendan que, independientemente del ejercicio, las rutinas planteadas tienen que durar entre 30 y 60 minutos cada una. Eso sí, la paciencia es uno de los principales valores, ya que no hay que perder de vista que los resultados no son inmediatos y que no se van a notar desde el primer día, ni, probablemente, durante las primeras semanas. Al contrario, todo parece indicar que habrá que esperar, aproximadamente, hasta que concluya el primer mes.

En consecuencia, parece que lo más razonable, siguiendo con los hallazgos del estudio, es que juntos ambos tipos de entrenamiento pueden contribuir a mayores mejoras tanto en la capacidad cardiorrespiratoria como en la composición corporal y, a su vez, mejorar la salud general.

Otro apunte muy interesante que se realiza en el artículo es la diferencia entre adelgazar y perder peso. Evidentemente, ambos conceptos están relacionados y en ocasiones van de la mano, pero no siempre es así. De esto se desprende que utilizar el IMC (índice de masa corporal) como referencia puede ser problemático para valorar si existe obesidad o sobrepeso, o, si alguien se encuentra en una forma saludable. ¿El motivo? Pues que como es sabido, el músculo pesa más que la grasa corporal, lo que puede llevar a engaños.

Por eso, el estudio destaca que frente al IMC hay otros indicadores más fiables como la circunferencia de la cintura, el porcentaje de grasa corporal o la capacidad cardiorrespiratoria.

Además, los científicos también afirman que promocionar el ejercicio como una intervención de pérdida de peso es una forma de alentar el ejercicio que puede estar destinado al fracaso. Hay que tener en cuenta, en este sentido, que el objetivo de las prescripciones médicas para personas que sufren obesidad no es solo ese, sino mejorar la salud y el bienestar. Y esto, no siempre se traduce en menos kilos, aunque nuestra figura y estado de salud mejoren considerablemente.

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