El confinamiento por la pandemia de coronavirus ha propiciado que la naturaleza haya recuperado, al menos temporalmente, el espacio público abandonado por los seres humanos: se han visto vacas en las playas de Menorca, cabras por las calles de Gales o elefantes en los maizales de India.



Para satisfacción de peatones y ciclistas, las restricciones a la movilidad por la covid-19 y las reticencias al transporte público por temor a contagiarse han fomentado también otros métodos para desplazarse como caminar y pedalear, ya en boga antes del Sars-CoV2 como respuesta al cambio climático.



El espacio urbano también se ha ido transformando desde hace tiempo por estos nuevos usos para reducir las emisiones y recientemente ha empezado además a mutar para adecuar la vía pública a las necesidades del distanciamiento físico.



Y en Bélgica, país con una arraigada cultura surrealista forjada por pintores como René Magritte o Paul Delvaux y poetas como Paul Nougé o Achille Chavée, un mini-jardín improvisado en Bruselas ha irrumpido en el debate público sobre transformación ecológica, la recolonización verde del cemento y movilidad en la nueva normalidad.



Se llama Citizen Garden (Jardín Ciudadano), se encuentra en la pequeña Rue Godefroid Devreese de la comuna de Schaerbeek, a unos 20 minutos a pie de las sede de la Comisión Europea, y consiste en un par de metros cuadrados de césped artificial con un micro-huerto colectivo construido con tablones de madera.

Tiene hasta su propia cuenta de Twitter, en la que el propio jardín ha ido contando sus aventuras en estos cuatro meses en los que ha servido para organizar conciertos o como oficina, entre otros usos.

La historia del idilio vecinal ecologista

La historia empezó el pasado 21 de febrero, cuando Xavier Damman y Leen Schelfhout fueron en bicicleta a una tienda de jardinería. Él es un emprendedor reconocido en 2016 como innovador del año por la revista del MIT por crear la plataforma financiera participativa Open Collective y su pareja es experta en diseñar foros para facilitar la comunicación.



Por unos pocos euros compraron lo necesario para levantar un jardín frente a su tradicional casa bruselense de tres alturas y fachada estrecha. Querían demostrar que se pueden atribuir usos alternativos al suelo que utilizan los coches y llamar la atención sobre la privatización del espacio público.

"He provocado algunas reacciones entre los vecinos. En persona, todas positivas, pero mucho más mezcladas en las redes sociales. He aprendido que los humanos reaccionan de manera muy diferente delante de mí -una pequeña caja de naturaleza- que detrás de una pantalla", comentaba el Jardín Ciudadano en Twitter el pasado 5 de marzo, cuando todavía era sólo unos tablones con tierra dentro.



Pero poco después, y ya en pleno confinamiento, empezaron a asomar las primeras camelias y hortensias en el jardín urbano aparcado en el vado del aparcamiento frente su casa. A disposición de los vecinos, invitados a plantar allí sus verduras, lo decoraron con una matrícula de coche.

Problemas con la administración

Pero el idilio vecinal ecologista empezó a resquebrajarse la pasada semana, cuando Damman y Schelfhout recibieron varias cartas de las administración comunal de Schaerbeek y multas de 350 euros exigiéndoles que retirasen el huerto de la calzada porque no se puede reservar un espacio público sin autorización previa.



Recurrieron con el argumento de que, si bien es cierto que la normativa prohíbe "reservar un espacio de estacionamiento" en la vía pública, ellos han hecho justo lo contrario: convertir en un jardín un espacio en el que ya no se podía aparcar porque era la salida de su propio garaje. Y mencionaron que la comuna de Schaerbeek declaró la emergencia climática el pasado 19 de noviembre.



Pero finalmente, en la noche del martes al miércoles de esta semana, las autoridades municipales retiraron el micro-jardín bruselense, que en estos meses se había ido haciendo famoso y había llegado hasta a la prensa de Rusia.



Poco después, en los alrededores de la Rue Godefroid Devreese aparecieron carteles con una fotografía del extraviado huerto, como si de un gato perdido se tratara, y la leyenda: "Naturaleza desaparecida. Durante la noche nos han robado nuestro jardín comunitario". 

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