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Las claves

Carlos Galán, inversor inmobiliario jubilado antes de los 30 años, lleva años repitiendo una idea muy sencilla, casi de metáfora escolar: "pon a trabajar 1.000 euros, no los toques y deja que el tiempo haga su parte". No es solo una frase eficaz para redes. Detrás hay una aritmética que seduce porque convierte algo pequeño en algo desproporcionado sin que el ahorrador tenga que vigilarlo cada día. Él lo resume con la cita que se 'atribuye' a Einstein —que el interés compuesto es "la fuerza más poderosa del universo"— y lo aterriza al contexto español, donde la gente ahorra, pero no siempre invierte.

La escena que plantea es esta: partes de 1.000 euros y consigues una rentabilidad del 10% el primer año. Eso son 1.100 euros. No gastas los 100 euros de ganancia, no los usas para el móvil ni para la hipoteca, los dejas dentro. El segundo año ya no es el 10% de 1.000, sino de 1.100, así que te vas a 1.210. Y así sucesivamente, cada vuelta de calendario lo que crece no es solo el capital inicial, sino también los intereses acumulados. Es exactamente el efecto "bola de nieve" que él intenta explicar a familias y a chavales cuando dice que la clave no es ganar mucho, sino empezar pronto.

La aritmética detrás del ejemplo

Ahora bien, ¿es realista ese 10% que pone en el ejemplo? Si miramos lo que ha hecho la bolsa mundial medida por el MSCI World en las últimas décadas, vemos rentabilidades medias cercanas al 8-9% anualizado en 20-40 años, con picos del 30% en algunos ejercicios y caídas de dos dígitos en otros. No está tan lejos de su hipótesis, aunque él lo usa como ejemplo redondo, no como promesa. La idea de fondo es: si te acercas a la rentabilidad histórica de la renta variable global y no sacas el dinero, el crecimiento acaba siendo exponencial.

El contexto de 2025 incluso lo hace más urgente. España lleva meses con una inflación en torno al 3% anual —3,1% en octubre, según el INE— y eso significa que quien tiene 1.000 euros aparcados en una cuenta al 0% está perdiendo poder adquisitivo cada año. Para que esos 1.000 euros sigan siendo 1.000 euros reales dentro de 10, 20 o 30 años, la única manera es que rindan por encima de esa inflación. Por eso los educadores financieros insisten en invertir y no sólo en ahorrar.

El problema es que el español medio sí ahorra, pero lo deja en depósitos o cuentas corrientes. Los datos del Banco de España muestran que los hogares han engordado su ahorro financiero en 2024-2025, pero una parte enorme sigue parada en productos de baja rentabilidad. Es dinero que está "cuidado", pero no está creciendo. Si ese mismo flujo se dirigiera a fondos indexados, planes sistemáticos o las nuevas cuentas de inversión que quiere impulsar Economía, el efecto compuesto que cuenta Galán no sería una anécdota de TikTok, sino una mejora real de la riqueza de las familias.

A todo esto se le suma otra debilidad estructural: la educación financiera. El último informe PISA con pruebas de finanzas vuelve a colocar a España por debajo de la media de la OCDE, lo que se traduce en adolescentes que saben lo que es un descuento, pero no lo que es una rentabilidad anualizada ni cómo se calcula un interés sobre interés. Esa es, precisamente, la brecha que intentan cubrir divulgadores como Galán o los programas públicos de la CNMV y el Banco de España. Sin esa capa de conocimiento, el interés compuesto queda en frase bonita y no en hábito.

La fuerza del exponente en el tiempo

Volvamos al número que él cita porque es el que llama la atención. Matemáticamente, 1.000 euros creciendo al 10% anual durante 50 años dan unos 117.390 euros. La cifra parece desmesurada, pero es solo el resultado de dejar que el exponente haga su trabajo: a los 10 años serían unos 2.600 euros; a los 20, más de 6.700; a los 30, cerca de 17.400; a los 40, en torno a 45.000; y a los 50, esa montaña de más de 117.000. Lo que pasa entre el año 40 y el 50 es lo más impactante: ganas más en esa década final que en las tres primeras juntas. Por eso él repite la moraleja de "invierte cuanto antes".

Además, 2025 es un año en el que la economía española crece por encima de lo previsto, el empleo aguanta y la tasa de ahorro de los hogares llegó al 13,6% de la renta disponible en 2024. Es decir, hay margen para que una parte de ese ahorro se canalice hacia inversión a largo plazo, sobre todo en familias que ya han formado su colchón de emergencia. Que esa bolsa acabe en productos de inversión o se quede estancada marcará la diferencia dentro de 20 años.

Europa, de hecho, está empujando en esa dirección: Bruselas y los gobiernos hablan de movilizar los miles de millones que duermen en cuentas y depósitos hacia vehículos con ventajas fiscales para financiar la transición verde y la digitalización. España ya ha dicho que quiere que esas cuentas de ahorro-inversión tengan un trato fiscal más amable, lo que puede ser la palanca perfecta para que el pequeño ahorrador se anime a "no tocar" el dinero durante décadas, tal y como pide Galán. Si hay fiscalidad favorable y rentabilidad compuesta, el cálculo mejora todavía más.

Por supuesto, nada de esto ocurre en línea recta. La misma serie histórica del MSCI World incluye un 2022 con caídas superiores al 13%, seguido de años muy buenos. Eso significa que quien quiera ver crecer sus 1.000 euros hasta las seis cifras tiene que asumir volatilidad, no mirar la cuenta todos los días y, sobre todo, no salirse en las crisis. La fórmula funciona porque estás dentro cuando llega la recuperación. Es el lado menos viral del mensaje, pero es el que separa las historias de éxito de los "empecé a invertir y perdí".

Hay otro elemento que suele subrayar la literatura académica sobre ahorro: la edad de inicio. No es lo mismo empezar con 25 que con 35, porque a igual rentabilidad el de 25 puede dejar de aportar mucho antes y aun así llegar más lejos. Ese es el trasfondo de la campaña de Galán de que los padres inviertan a nombre de sus hijos: regalarles tiempo, que es el ingrediente que no se puede recomprar más tarde.

En paralelo, la relajación de los tipos que anticipa el Gobierno y reflejan las previsiones macro da algo de oxígeno a los hogares endeudados, lo que también puede convertirse en nueva capacidad de inversión. Si una familia paga menos por su hipoteca o por su crédito al consumo y decide que ese ahorro mensual no se diluye en gasto corriente, sino que se automatiza hacia un fondo indexado, está replicando exactamente la dinámica que Galán describe, sólo que con aportaciones periódicas. En un país que ahorra pero que todavía invierte poco, empezar pronto, no tocar el capital y dejar que los intereses se acumulen puede ser la diferencia entre llegar a la jubilación con un colchón modesto o con seis cifras.