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Las claves

Pedro Sánchez abrió la caja de los truenos al anunciar a comienzos de semana que propondría al resto de países de la Unión Europea acabar con el cambio de hora a partir del año que viene.

El paso al horario de invierno de este sábado 25 de octubre de 2025 al domingo 26, en el que a las tres serán las dos, sería previsiblemente el último. La medida, aunque contaría con el apoyo popular tanto de los españoles como del resto de europeos, es más compleja de lo que aparenta.

En 2018, la Comisión Europea ya planteó la abolición de esta práctica ante las evidencias de que el presunto ahorro energético que se obtiene al adelantar el amanecer en los meses con más horas de oscuridad no justifica el impacto sobre la salud que tiene la obligación de reajustar nuestros horarios y hábitos de sueño dos veces al año.

Sin embargo, cada vez gana peso la evidencia de que, a largo plazo, el cambio de horario beneficia a la salud.

La realidad es que las horas de luz solar se reducen y amplían de forma natural en función de la estación. Hay regiones de extremos, como los países nórdicos, en donde pasan de seis horas de sol en invierno a 16 en verano.

Cerca del ecuador, en cambio, apenas se producen variaciones estacionales. Es por eso que Finlandia abandera la causa de la abolición del cambio de hora e Islandia nunca lo ha tenido, porque apenas influye en su realidad.

España se encuentra en una situación aproximadamente intermedia: al situarnos en el paralelo 43º N, tenemos quince horas y media de sol en verano por nueve en invierno, una variación significativa sin llegar a ser drástica.

¿Sería entonces viable mantener un único horario durante todo el año? Hay que mencionar primero una idiosincrasia adicional: el hecho de que España está desplazada históricamente de su franja horaria

El huso horario tiene como referencia al meridiano de Greenwich, que parte del Reino Unido y divide al resto del mundo en franjas verticales en función de cuántas horas se le añade al tiempo GMT.

El meridiano pasa por España a la altura de Alicante, por lo que nos correspondería esa franja, pero en 1942 y por motivos políticos se adoptó la que corresponde a Alemania y Francia, GMT+1. Eso ha llevado a que la jornada en España esté retrasada con respecto al ciclo solar.

Más allá de justificaciones sobre cuestiones de cultura y clima que harían las costumbres tardías de España preferibles a las tempraneras de los demás habitantes del hemisferio norte, la realidad es que el decalaje entre los ritmos de vida y el ciclo de amanecer tiene consecuencias.

Se ha comprobado en el caso de los trabajadores por turnos, que sufren una mayor incidencia de enfermedades metabólicas y crónicas, incluidos los problemas cardiovasculares y cáncer.

“La falta de luz solar altera los ritmos circadianos, el sistema interno que regula el sueño, la alimentación y los niveles de energía”, explica Tomás del Río, profesor de Psicología y coordinador del Servicio de Intervención Psicológica Especializada del I-SHAPE de la Universidad Europea.

La "apatía, sensación de cansancio intensa y pérdida de interés generalizada" pueden ser los primeros síntomas de un trastorno que puede llegar a ser crónico.

Países que dieron el paso

La idea, no obstante, de tener más horas de sol para disfrutar de las tardes no es exclusiva de los españoles en absoluto. Fue uno de los argumentos de los pioneros de la medida en EEUU y Reino Unido, y terminó por inclinar la balanza durante la I Guerra Mundial para aliviar la dureza de los apagones y cortes de luz.

No es de extrañar por lo tanto que, cuando en 2011 se aprobó abolir el cambio de horario en Rusia, se optase por el horario de verano.  En 2014, sin embargo, Vladimir Putin hacía ciaboga: los rusos seguirían sin cambiar la hora pero permanecerían todo el año en horario de invierno.

El motivo fue el retraso del amanecer en los meses del largo invierno ruso, que se vinculó con trastornos del estado emocional, de la calidad del sueño y las capacidades cognitivas. Una sensación de "oscuridad permanente" que obligaba a realizar gran parte de la vida cotidiana con nocturnidad

La Comisión Europea plantea anular el cambio de hora

Pero siendo Rusia muy diferente de España, pongamos un ejemplo mediterráneo y en el mismo paralelo 43º N: Turquía. Desde 2016, mantiene el horario de verano durante todo el año. Desde entonces, la medida no contenta a todos.

En las zonas occidentales, más cercanas a la hora GMT+2 que a la GMT+3 oficial, lamentan la "condena a la oscuridad" durante el invierno, pese a que incluso se han retrasado los horarios escolares y laborales.

El retraso del amanecer fue uno de los principales motivos que frustró la abolición del horario de invierno en Chile en 2015.

Un trabajo de los investigadores John Ewer y Luis Larrondo evidenció que, pese a que se retrasó la entrada a los colegios, los escolares sufrieron más inseguridad al tener que ir de noche al colegio, aumentó el absentismo escolar y descendió el rendimiento académico debido al 'jet lag social'.

Pero no hay por qué irse tan lejos: el físico Jorge Mira Pérez recordaba que Portugal ha intentado encontrar alternativas al cambio de hora, sin éxito. 

"Es la demostración empírica de que es necesario el cambio estacional de hora en un país de su latitud y que no se puede jugar con la asignación de huso horario a la que la población se ha adaptado tras décadas".

¿Con qué hora se quedaría España?

Traslademos el cálculo a nuestro país. En caso de mantener el horario de verano, en los meses de invierno, como no cesamos de escuchar, en A Coruña no amanecería hasta las 10 de la mañana.

Pero en Bilbao y Madrid tampoco amanecería hasta pasadas las 9.30h, y habría que irse a Barcelona o Palma para ver el sol antes de las nueve. Las tardes se alargarían a costa de arrancar la jornada con hasta dos horas de oscuridad.

Es por ese motivo por lo que los estudios, como el recientemente publicado en PNAS, se inclinan por el horario de invierno como el menos lesivo para mantener durante todo el año.

Este garantizaría un amanecer antes de las nueve, pero a cambio adelantaría el anochecer a las seis de la tarde en la mayoría del territorio. La comunidad más damnificada sería Baleares, con días antes de las 5.30h en verano y noches a las 17.30h en verano.

Acompasar la alimentación con el ritmo del sol tiene beneficios cardiometabólicos, hormonales y metabólicos, como sintetizaba un editorial en Frontiers of Nutrition. En los países más ajustados, como Dinamarca, el almuerzo tiende a coincidir con el mediodía solar, a las 12.00-13.00h.

El decalaje con respecto a la hora solar que arrastra España nos lleva a comer a las tres y cenar entre las diez y las once de la noche de media.

Aquí ganaría enteros de nuevo el horario de invierno, que garantiza un amanecer más temprano y regular todo el año para arrancar nuestra jornada y desayunar. Y facilitaría adoptar el hábito saludable de cenar antes.

Aunque esto implique adelantar el anochecer, la alternativa -una salida del sol a las 10.00h en enero y a las 7.00h en julio como ocurriría en Galicia- sería mucho más disruptivo para los biorritmos.

España ya dispone de adaptaciones del horario en función de sol, en forma de la jornada intensiva de verano en múltiples sectores. Esta se basa precisamente en aprovechar el adelanto del amanecer. En una realidad sin cambio de hora, quizás las veríamos en otras estaciones.

Las jornadas continuas en la escuela adelantarían la salida en anticipación del anochecer temprano. Los estudios, sin embargo, no aconsejarían mantenerla todo el año.

¿Y qué hay del descanso? Según las encuestas, los españoles retrasan la hora de acostarse como la de cenar, acostándose entre las 23.30h y las 00.30h. Eso influye en que durmamos 6,5 horas diarias de media, una hora menos que el resto de los europeos.

Precisamente, las largas noches en países como Finlandia, Irlanda o Países Bajos contribuyen a que sean los países con más horas de sueño. De quedarnos con el horario de invierno, podría ayudarnos a recuperar esa hora de déficit.