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Rafa Zafra habla sin rodeos: "En un par de semanas me mudo a Berlín para empezar el camino de médico especialista". Tiene 24 años, una buena media y un currículum que ya va tomando forma, pero no hará el MIR. Su decisión no responde a un arrebato; es el desenlace de meses comparando sistemas, convenios y posibilidades reales de crecimiento. "Quiero poder moverme entre hospitales, elegir cómo formarme y, sí, cobrar de verdad por las horas que hago", resume. En su ecuación, Alemania gana por flexibilidad… y por salario.

El primer punto de fricción para este joven es estructural: en España, cambiar de especialidad es excepcional, muy tasado y solo dentro de márgenes estrechos (primeros dos años, misma comunidad y con plaza vacante), con un procedimiento largo y acreditando "razones excepcionales"; fuera de ese corsé, la vía habitual es volver a presentarse al MIR desde cero. Así lo recoge la Guía del Residente 2025 del Ministerio de Sanidad y lo confirman guías prácticas: no existe un sistema de convalidaciones automático entre especialidades.

Alemania, en cambio, organiza la especialización como una relación laboral encuadrada por las cámaras médicas regionales. No hay un examen nacional tipo test para "entrar"; el hito final es la Facharztprüfung, una prueba oral/clínica ante la Cámara Provincial de Médicos en Alemania tras completar años y contenidos del logbook. Es un modelo modular y más permeable a moverse entre centros —con el consiguiente reconocimiento de la experiencia acumulada—, algo que para perfiles inquietos como el de Rafa pesa mucho.

La otra gran diferencia, dice, está en la naturaleza del examen. El MIR es una prueba objetiva, tipo test (200 preguntas + 10 de reserva) con corrección estandarizada y un temario que muchas veces se prepara "para el examen" más que para la práctica clínica. Es un debate recurrente en facultades y academias, pero los datos son claros: la convocatoria oficial del Ministerio fija ese formato y esa duración año tras año. En Alemania, la evaluación final no es un test; es un tribunal que discute casos, procedimientos y toma de decisiones clínicas. Dos maneras de entender cómo se mide la competencia.

Luego están las motivaciones personales. "Me encanta aprender idiomas; el alemán es el quinto que estudio", cuenta. Ese gusto por los entornos plurilingües encaja con un ecosistema sanitario que exige Approbation (licencia) y la acreditación de competencia lingüística clínica ante la cámara médica correspondiente. Para titulados de la UE el reconocimiento de la formación es más directo, pero el requisito de idioma y comunicación clínica es ineludible. "Es un reto intelectual que me sube la autoestima", dice. En lo técnico, el itinerario administrativo está bien descrito por la Asociación Médica Alemana.

Un camino que compensa

También hay un asunto de proyecto vital. "Mi sueño siempre ha sido vivir en Berlín", confiesa. La ciudad es un imán multicultural —y un campo de pruebas en vivienda—, pero aquí Rafa hace una precisión pragmática: el coste de la vida no es muy inferior ni muy superior al de Madrid si miramos la cesta diaria; donde se dispara la diferencia es en alquiler y transporte. Los comparadores internacionales sitúan a Berlín por encima en coste total, pero la brecha salarial sanitaria compensa, y mucho, en su caso.

Desde flexibilidad a la hora de elegir especialidad, hasta una ciudad de ensueño, pasando por sueldos base desde 5.300–12.000 € mensuales. Rafa enumera ocho razones por las que ha tomado la decisión de especializarme en Berlín.

El argumento que abre el titular es el sueldo. En España, un R1 cobra entre 1.300 € y 1.800 € brutos/mes según tablas mínimas y sin contar guardias; con 80 horas de guardia mensuales, el bruto puede situarse en 2.400–2.500 €, según los análisis retributivos de CESM y sindicatos regionales. Esa cifra, neta, deja poco margen en capitales tensas. En Berlín, un Assistenzarzt de primer año en hospitales con convenio propio como Charité parte de 5.841 € brutos/mes (42 horas/semana) antes de guardias; los pluses por noches y festivos están regulados por convenio y empujan al alza el total anual. "De 2.000 a casi 6.000 euros al mes de base", resume Rafa, "no hay color".

Ese diferencial no es solo "poder de compra". Es tiempo: el que tardas en emanciparte, el que te dejas en horas extra, el que inviertes en formación. "Quiero hacer Anestesia y sumarle UCI y Urgencias", explica. En España, Anestesia y Medicina Intensiva son especialidades separadas y la vía dual realista implica alargar la residencia; en Alemania, tras Anestesia puedes añadirlas con periodos reglados, rotaciones y una evaluación final ante la cámara. No es un atajo; es una escalera distinta, pensada para apilar competencias sin reiniciar el contador.

Rafa insiste en la movilidad como antídoto contra el estancamiento. Si un servicio "no encaja", el sistema alemán permite cambiar de hospital sin perder la senda formativa ni tener que examinarte otra vez. El salario va por tramos de experiencia y por convenio, no por centro "a dedo", así que el paso de un hospital a otro mantiene el nivel retributivo acorde a tus años como residente (con las pequeñas variaciones entre convenios). Es una promesa importante para quienes no quieren hipotecar su carrera a una sola elección a los 24.

Por supuesto, nada de esto es gratis en términos emocionales o burocráticos. "Ser inmigrante tiene barreras sociales e idiomáticas", admite. La acreditación del alemán médico y la navegación de formularios y registros son un peaje inevitable, sobre todo al principio. Aun así, quienes han pasado por el proceso describen un itinerario claro: logbook, certificados de rotaciones y, al final, un examen oral centrado en la práctica clínica. "Estudiar para ese examen me gusta más", dice Rafa, "siento que preparo la medicina que voy a ejercer".

Su crítica de fondo al MIR no es ideológica; es instrumental. "No me convence que un test decida dónde paso los próximos cuatro años", repite. En su caso, dice, las habilidades comunicativas y el desempeño clínico pesan más que la destreza en preguntas de opción múltiple. El Ministerio sostiene que el MIR estandariza y garantiza equidad en el acceso, y las sociedades académicas han defendido históricamente su robustez psicométrica; pero el malestar por la "hiperexigencia del test" reaparece cada temporada. Entre una criba masiva y una entrevista clínica con tribunal, Rafa ha elegido la segunda.

La aritmética del día a día termina de inclinar la balanza. Si el coste total de vivir en Berlín es aproximadamente un 10–18% más alto que en Madrid, pero el salario base casi se triplica en su caso, el poder adquisitivo final sale muy por encima. A eso suma la posibilidad de cerrar la residencia con los dos últimos años ya en tramo salarial de adjunto si completa una sobreespecialización. "Prefiero apretarme con el alemán ahora y ganar tiempo de vida luego", explica. Los datos de coste de vida y los convenios dan contexto a ese razonamiento.

Todo parece medianamente positivo, pero destaca la parte menos positiva. "Especializarse fuera supone renunciar a muchas cosas y tiene inconvenientes", reconoce. Familia lejos, papeleo, incertidumbres. Pero su conclusión es nítida: "Analizadlo de forma holística y elegid el camino que más os cuadre".