El pasado 30 de agosto, entre las cinco y las seis y media de la tarde (hora canaria), se registraron casi un centenar de pequeños sismos en Tenerife, en la cara norte del Teide.
Es lo que se conoce como enjambre sísmico, y no es la primera vez que ocurre: desde 2016 se han detectado al menos seis episodios. Los dos últimos se produjeron el mes pasado.
Después de las erupciones de los volcanes de El Hierro, en 2011, y de La Palma, en 2021, los habitantes de las Islas Canarias miran hacia el pico más alto de España, un volcán que, pese a lo que pueda parecer, no está dormido.
La última erupción en Tenerife tuvo lugar en 1909, en Chinyero, al oeste del Teide.
Este lleva al menos 800 años callado, pero no inactivo: en los últimos tiempos se ha documentado la emisión difusa de dióxido de carbono en su cráter.
Además, el año pasado se detectó una deformación del terreno al noreste.
Los enjambres sísmicos de agosto han hecho arquear la ceja a algunos. Los días 6 y 7 se registraron 55 terremotos a profundidades de entre 8 y 14 kilómetros, seguidos de más de 700 eventos híbridos.
El día 30 la escena se repitió, con más de 90 sismos en menos de hora y media.
"Muy probablemente, se debe a la entrada de magma nuevo y a la reactivación de sistemas hidrotermales: al aumentar la temperatura, el agua se reactiva y produce una sobrepresión", explica el geólogo Joan Martí.
"La mayoría de las veces, ese magma no llega a la superficie: se queda estancado a una profundidad de tres o cuatro kilómetros. El magma se acumula ahí y, alguna vez, llega a la superficie y tenemos una erupción".
Martí conoce bien lo que ocurre en las profundidades del archipiélago. Es investigador del Instituto de Geociencias de Barcelona, perteneciente al CSIC, y lideró un estudio sobre las probabilidades de una erupción del sistema Teide-Pico Viejo.
El trabajo establecía que la probabilidad a 20 años era del 2,1%; a 50 años, del 5,1%, y a 100 años alcanzaba el 10%.
También señalaba que la probabilidad de una erupción a pequeña escala llegaba al 11,1% entre el momento de la publicación y 2060.
Ahí está la clave. "Yo sé que el Teide no está a punto de caramelo, pero sí Tenerife", comenta a EL ESPAÑOL. "Una erupción pequeña, que causa daños igualmente, podría ocurrir en cualquier momento".
Calentar al Teide
En la isla funcionan dos sistemas distintos, pero relacionados. El basáltico, que ha protagonizado las erupciones de los últimos 500 años —más pequeñas—, y el del Teide, "relacionado con el anterior, pero con su propia dinámica".
La cuestión es que, de momento, no se sabe si los enjambres sísmicos forman parte de un sistema o del otro.
Además, "uno le suministra energía al otro, por decirlo de alguna manera. El Teide tiene la cámara magmática inactiva, pero si le ponemos magma debajo, lo calentamos y lo reactivamos".
Y este, de entrar en erupción, tendría unas consecuencias mucho más serias.
Entre 2004 y 2005, el Teide registró una intensa actividad sísmica, a la que se sumó la emisión de gases, y llegó a observarse una gran fumarola saliendo del cráter.
Un trabajo publicado el año pasado en la revista Frontiers in Earth Science confirmó que se debía a la actividad hidrotermal que tenía lugar dentro del volcán.
Después de la llamada "crisis de 2004", se comenzó a vigilar de forma mucho más intensa la actividad sísmica y volcánica de la isla.
De hecho, es posible que el mayor número de enjambres registrados en los últimos años se deba, más bien, a la existencia de más instrumentos capaces de detectarlos.
Las simulaciones realizadas desde entonces sugieren que el sur de la isla estaría protegido por la caldera de Las Cañadas. El noreste, donde se encuentran Santa Cruz de Tenerife y San Cristóbal de La Laguna, los municipios más poblados, estaría más expuesto.
Pero el mayor riesgo se concentra en el flanco norte del volcán, especialmente en los valles de La Orotava e Icod. Un área de unos 2.000 kilómetros cuadrados en la que reside algo menos de un millón de personas y hacia la que la lava apunta directamente.
Precisamente, a finales de este mes se va a celebrar en el hermoso pueblo costero de Garachico, a un par de kilómetros de Icod de los Vinos, un simulacro de erupción en el que participará un millar de personas.
En la presentación del evento, Luca D’Auria, del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan), destacó que la probabilidad de erupción en la isla era del 30% o 40% para los próximos 50 años, y de más del 63% en los próximos cien.
Joan Martí recuerda que hay que diferenciar la peligrosidad —"el tipo de erupción"— del riesgo, entendido como el impacto sobre la población.
"El riesgo [de una erupción] aumenta porque hay muchas construcciones y una fuerte ocupación del terreno en zonas que podrían verse afectadas; es un riesgo alto".
A día de hoy se pueden diseñar escenarios eruptivos de alta precisión para determinar hacia dónde podrían dirigirse las lavas y los piroclastos en caso de una erupción.
Por eso, al geólogo no le preocupan las vidas. "Con tiempo, podemos evacuar y evitar que el daño a las personas sea importante".
Otra cosa son los bienes materiales. "Eso es irremediable. Lo hemos visto en La Palma: por donde pasa la lava, arrasa. Si se construye en sitios donde pueden pasar coladas de lava, no hay manera de arreglarlo".
