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La biología del gran tiburón blanco acaba de ganar un nuevo misterio que podría cambiar lo que creíamos saber sobre esta especie. Su ADN parece contar dos historias distintas y difíciles de encajar. En 2024, un extenso análisis genómico publicado en Current Biology reveló que, en realidad, no existe una sola población "global", sino tres linajes bien diferenciados: Atlántico Norte–Mediterráneo, Indo-Pacífico y Pacífico Norte, separados desde hace entre 100.000 y 200.000 años.

Sin embargo, un estudio más reciente, publicado en PNAS en agosto de 2025, encontró que, aunque el ADN nuclear de estos grupos es muy parecido, su ADN mitocondrial muestra diferencias marcadas que no cuadran con lo que sabemos de su distribución, su historia poblacional o su comportamiento.

Dos evidencias firmes, pero que juntas forman un rompecabezas que aún no sabemos resolver. En España, la especie ha sido históricamente rara, pero documentada: frente a Baleares se registraron decenas de capturas en el siglo XX, y en tiempos recientes se han comunicado avistamientos puntuales en el Mediterráneo y confirmaciones esporádicas en el Cantábrico, lo que sugiere movimientos ocasionales entre el Mediterráneo y el Atlántico nororiental.

Volviendo al estudio, para entender por qué estos resultados parecen contradecirse, hay que recordar que en cada célula existen dos "manuales de instrucciones". El primero es el ADN nuclear, que recibimos a partes iguales de madre y padre, y que sirve para reconstruir parentescos recientes y seguir el intercambio de genes entre poblaciones.

El segundo es el ADN mitocondrial (mtDNA), que se transmite únicamente por vía materna y en bloque, y que durante décadas ha sido una herramienta clave para identificar poblaciones y trazar sus rutas migratorias.

No responden a las leyes de la biología

Normalmente, esta "brújula genética" funciona muy bien: revisiones de cientos de casos en animales muestran patrones coherentes o, cuando discrepan, razones reconocibles (hibridación, selección, cuellos de botella). Con los grandes blancos, la brújula marca el norte… y el sur al mismo tiempo.

El estudio de PNAS atacó de frente la hipótesis clásica: ¿y si la "discordancia mitonuclear" se debe a que las hembras regresan a su lugar de nacimiento para reproducirse (filopatría), mientras los machos mezclan genes a gran escala? Los autores ensamblaron un genoma de cromosomas completos, generaron datos y, lo más importante, simularon escenarios demográficos realistas a partir de un ancestro común.

El veredicto fue claro: incluso bajo filopatría femenina extrema (sin migración de hembras), los modelos nunca lograron reproducir el patrón que se observa en el ADN mitocondrial. Si la demografía no explica la discrepancia, la causa podría estar en otra fuerza evolutiva.

Por su parte, el estudio de Current Biology había aclarado la parte "fácil" de la historia: los grandes tiburones blancos se dividen en tres linajes bien definidos, separados durante la penúltima glaciación por barreras físicas y oceánicas como cambios en el nivel del mar, corrientes y temperatura.

Aunque después esas poblaciones pudieron atravesar fases de reducción y expansión, esta cronología deja un mensaje importante para su conservación: los grandes blancos no forman una sola "mezcla global" de individuos, sino conjuntos evolutivos distintos que requieren planes de gestión adaptados a cada cuenca oceánica.

No se explica que sean tan poco ejemplares

En este caso, el tamaño de la población también juega un papel crucial. Las estimaciones más aceptadas calculan que, en todo el mundo, solo existen unas decenas de miles de grandes tiburones blancos, una cifra baja para un depredador capaz de cruzar océanos enteros. Con poblaciones pequeñas, la selección natural pierde fuerza y el azar, lo que en genética se llama deriva, puede tener un peso mayor.

Sin embargo, el propio equipo de PNAS demostró que esta deriva, al ser un proceso aleatorio, no puede generar diferencias tan marcadas en el ADN mitocondrial sin dejar una señal similar en el genoma nuclear. En otras palabras: el simple "ruido" genético no basta para explicar esta compleja melodía evolutiva.

Si la causa no es la filopatría ni el simple azar de la deriva genética, queda una extraña hipótesis: que la selección natural esté actuando directamente sobre el genoma mitocondrial o sobre la compatibilidad entre mitocondria y núcleo, un proceso conocido como coevolución mitonuclear.

Existen precedentes en otras especies, desde aves hasta mamíferos, donde la selección favorece combinaciones mitonucleares que encajan a la perfección y penaliza las que no lo hacen. En otras palabras, no basta con heredar un buen "motor" mitocondrial, hay que instalarlo en el "chasis" genético correcto. ¿Podría estar ocurriendo lo mismo en los tiburones blancos? El patrón encontrado encaja con escenarios en los que la selección acentúa la discordancia entre los dos genomas.

Aun así, esta hipótesis necesitaría un factor selectivo extremadamente fuerte y constante —"brutalmente letal", según los propios autores— para que ciertos tipos de ADN mitocondrial llegaran a fijarse en poblaciones enteras de cada cuenca oceánica. En teoría, variables como el metabolismo aeróbico, la temperatura del agua, la cantidad de oxígeno disuelto o las enormes demandas energéticas de las migraciones podrían favorecer unos tipos frente a otros.

Sabemos que la mitocondria puede ser objeto de selección en distintos niveles —desde células y tejidos hasta individuos y poblaciones— y que las incompatibilidades pueden reducir de forma medible la supervivencia o la reproducción de los ejemplares. Pero demostrar que estos mecanismos están actuando en un superdepredador oceánico como el gran blanco requerirá pruebas directas en el propio animal.

El propio comportamiento de los grandes tiburones blancos añade más piezas, y contradicciones, al rompecabezas. Los estudios con etiquetas satelitales han registrado migraciones que cruzan océanos enteros y la existencia de zonas de agregación o quedada, como el llamado "White Shark Café" en el Pacífico nororiental.

El seguimiento de hembras adultas también muestra que muchas vuelven a las mismas áreas para criar, un patrón compatible con la filopatría femenina que se observa en otras especies de tiburón. Sin embargo, y aquí está la paradoja, esta era la explicación que mejor encajaba con la extraña señal genética… pero en el caso del gran blanco no supera la prueba de los modelos cuantitativos. Las dos hipótesis, en este caso, parecen darse la mano solo para llevarse la contraria.

¿Qué haría falta para resolver el misterio? Los investigadores apuntan a varias piezas clave: un muestreo sistemático de hembras reproductoras y crías en las zonas de cría, series temporales que permitan ver cómo cambian los haplotipos a lo largo del tiempo, estudios que incluyan datos sobre las presas y la temperatura del agua para conectar ecología y genética, e incluso análisis de "paleo-ADN" a partir de dientes fosilizados para seguir la pista de la historia mitocondrial a través de las glaciaciones.