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Hablar actualmente de virtud en la política parece un tema bastante complicado. De hecho, la mayoría de la sociedad no usaría estas dos palabras juntas. Todo lo contrario, en las últimas décadas uno de los términos más utilizados es el de corrupción.

Las tramas con políticos que facilitan contratos a cambio de dinero y favores copan titulares cada cierto tiempo. En España, el Partido Popular y el PSOE los protagonizan, casi por turnos.

Hay quien puede preguntarse cómo es posible que la corrupción esté tan instalada en la política nacional, teniendo en cuenta que es moralmente reprobable y se considera un delito penal en España. Sin embargo, la toma de decisiones y el funcionamiento del cerebro son mucho más complicados que eso.

Susana Gaytán (Valencia, 1966), profesora de Fisiología en la Universidad de Sevilla, explica que este es un proceso mucho más complicado que la dicotomía entre el bien y el mal. Depende de las experiencias y el entorno. 

Gaytán habla con EL ESPAÑOL sobre la neurociencia tras estos actos, lo que ocurre en el cerebro cuando un político cae en la tentación y se deja llevar por las garras de la corrupción. 

La base, explica, está en algo tan sencillo, y tan complicado a la vez, como el sistema de recompensa de este órgano.

¿El corrupto nace o se hace?

Se hace. Como en casi todas las conductas humanas, hay un origen. La corrupción es un proceso de aprendizaje en el que recibes recompensa de forma inmediata y si no te pillan, si no hay un reproche social, se retroalimenta porque has conseguido un éxito. 

Como se ha conseguido haciendo trampa, se acaba alimentando este tipo de conducta porque se asume que tendrá un estímulo o un premio inmediato. Este comportamiento es igual en un corrupto que en un alumno que copia en un examen y no le pillan.

¿Cómo es la actividad cerebral cuando se comete un acto de corrupción?

El mecanismo siempre es el mismo, da igual que un político se quede con mordidas o que un alumno haga trampas en un examen. La persona ve que ha hecho una inversión de tiempo y de trabajo muy pequeña, pero que ha conseguido un gran beneficio. 

Cada vez que se logra algo así, el cerebro libera dopamina, que es su forma de recompensa, de demostrar que una conducta determinada le agrada. Esto, lógicamente, invita a reproducirlo.

En el cerebro hay estructuras responsables de la planificación a largo plazo y la inhibición de impulsos. ¿En estas personas no funcionan?

De alguna manera está inhibida porque está respondiendo a los patrones que ha aprendido a tener. Ahora, no tiene por qué ser permanente. Se puede volver a activar, por decirlo de alguna forma. El cerebro es muy práctico y lo que ha aprendido lo puede desaprender.

¿La recompensa es más fuerte que la culpa de saber que se está haciendo algo éticamente reprobable y con consecuencias penales?

Esa pregunta se escapa un poco de mi campo, porque está en el límite de la psicología. Es verdad que, en estas personas, la dopamina se va a liberar ante respuestas muy tangibles. 

Todo lo que está asociado al éxito a largo plazo está muy debilitado por esa recompensa inmediata. Por lo tanto, esa planificación a largo plazo no la va a tener tan en cuenta, va a pasar a un segundo plano.

Es como si le das a elegir a un niño entre Papá Noel y los Reyes Magos, probablemente te dirá que el primero, porque llega antes

¿Cualquiera puede ser susceptible de caer en la tentación?

Por supuesto. Eso sí, hay que matizar que, hacerlo al final o no, depende mucho del entorno en el que se encuentre esa persona. Si en tu círculo social quien te rodea tiene tolerancia cero, es más probable que no lo hagas por las consecuencias.

¿Quién no caería en esa tentación? En principio, el que tuviera los principios morales más fuertemente arraigados y el que tuviera más esa presión de tolerancia cero en el medio.

¿Y en la situación contraria? ¿Puede un entorno corrupto hacer caer a un político honrado?

En el cerebro hay una lucha entre los códigos morales y una estructura emocional que recompensa las conductas que le resultan más favorables. Ahí está el esfuerzo que tenemos que hacer cuando la recompensa se produce a largo plazo.

En un grupo con la moral más diluida, al que se le quita importancia a las mordidas y otras prácticas del estilo, será más fácil hacerlo. Si el corrupto es un problema, el origen está en los entes corruptores y en la vulnerabilidad de la persona.

Es la versión neurocientífica del ‘todos tenemos un precio’. Lo que diferencia a unas personas de otras es lo alto que lo ponen, aunque también depende de las experiencias que se hayan tenido en la vida.

¿Cómo cuáles?

Si alguien ha copiado de pequeño, ha engañado a su vecino para conseguir un beneficio o ha regateado un precio, sabiendo que lo que quería pagar estaba por debajo de lo justo. 

Todo esto son ejemplos, pero si durante su vida esos intentos salen bien, al final coge una dinámica de moral más relajada. Aunque haga cosas que al en un principio no consideraría correctas, al final comenzará a pensar que todo  es moralmente discutible.

¿Puede cambiar el cerebro hasta llegar al punto de pensar que no se está haciendo algo malo?

Sí. Adaptamos nuestro sistema de valores y, a partir de ese momento, el cerebro responde sobre esa nueva situación. Es una especie de mecanismo de defensa. Vivir en contra de nuestros principios genera una situación de estrés porque nos come la conciencia.

Si somos capaces de normalizar la conducta hasta el punto de que no nos reconcoma, a partir de ese momento, ese es nuestro nuevo canon de respuesta.  

¿Puede la ciencia respaldar aquello de Voltaire de que el hombre es malo por naturaleza?

En nuestros genes está el cerebro solidario, justo, el que se apoya en la sociedad, pero también el que quiere sobrevivir a cualquier precio. Tenemos que trabajar con eso y hacer crecer el que sea más moralmente aceptable. 

De la misma manera que tenemos la semilla del egoísmo, tenemos la de la solidaridad y el apego. Todo depende de cómo las trabajemos.