Publicada

El consumo de marihuana aumenta el tamaño del pene. A simple vista, esta afirmación puede parecer ridícula. No obstante, si se argumenta que una investigación lo afirma y se muestra su publicación en revistas científicas, pueden surgir dudas sobre algo que, a priori, parecía absurdo.

Y lo es: la afirmación es totalmente falsa. ¿Cómo es posible que una revista científica publicara algo así, entonces?. La respuesta es clara: se puede, aunque no sale gratis. Es lo que han querido demostrar los creadores de contenido Carles Tamayo y Fernando Cervera.

La receta ganadora de este proyecto fue: una relación (llamativa pero falsa) entre el consumo de cannabis y el tamaño del pene, una serie de universidades inventadas con nombres graciosos y una lista de autores que incluye a dos jerbos llamados Wilfred y Richmond, mascotas de Cervera.

Con este proyecto, Tamayo pretendía mostrar la cara B de la ciencia: las conocidas como predatory journals, revistas sin rigor científico basadas en publicar a cambio de que el autor pague. Por eso, se planteó enseñarlo desde dentro.

En 2023 envió un artículo totalmente falso, con datos completamente inventados, para ver si conseguía publicarlo. La situación era tan burda, que los creadores de contenido reconocían en el mismo texto que todo era una investigación simulada.

Una vez terminado, enviaron el supuesto paper a diez de estas revistas, seis lo aceptaron para revisión y tres lo publicaron finalmente. Dos años después, han contado su experimento en un reportaje para el canal de YouTube de Tamayo.

Joaquín Sevilla, catedrático de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), expone que esto es algo común, por desgracia. "Son como un blog, uno publica lo que quiere sin más revisión", detalla el físico.

Tamayo y Cervera pudieron comprobarlo durante su experimento. En su caso, algunas de las publicaciones a las que mandaron su artículo sí que les devolvieron una falsa revisión en las que les pedían cambios en cosas seleccionadas al azar.

Una de ellas les pidió cambios en algunos párrafos, pero "no decía nada de la parte en la que reconocíamos que todo era inventado", recuerda Tamayo. Aunque pueda parecer exagerado, no es de extrañar en este tipo de revistas.

"Si pagas, puedes contar el cuento de Caperucita y te lo van a publicar", afirma Lluís Montoliu, investigador en el Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC). La relevancia del artículo, su aporte de conocimiento o, incluso, su veracidad, pasan a un segundo plano.

¿Quién quiere publicar en estas revistas?

Sevilla desgrana el tipo de investigador que puede mandar sus trabajos a este tipo de publicaciones. Pueden ser académicos "despistados" u otros que quieran completar su currículum para aparentar más actividad profesional de la que tienen, al menos en revisiones superficiales.

"También puede que en algún caso se publiquen de buena fe resultados poco relevantes", aunque esto es bastante minoritario. El afán por inflar el currículum es una consecuencia directa de cómo está establecido el sistema.

Las publicaciones son "el elemento curricular fundamental" en la academia, explica el catedrático de la UPNA. Son la base para poder pedir becas o financiación. En España, incluso, estas cifras se tienen en cuenta para poder conseguir una plaza como profesor universitario.

Montoliu cree que este sistema debería sufrir ciertos cambios. "De nada nos sirve valorar el que una persona tenga 15 artículos publicados si no aportan nada", dice tajante. La solución está en empezar a leerse los artículos y valorarlos por su calidad, no por quién los publica, sostiene.

Tamayo describe un tercer perfil, del que también habla en su reportaje. Empresas que pueden financiar ciertas investigaciones que favorecen el producto que venden y que se publican en los predatory journals. De esta manera, pueden decir que está avalado por la ciencia.

¿Cuánto cuesta publicar en un sitio así?

Hasta la fecha, Tamayo solo pagó a una de las tres revistas que han sacado su artículo. Tuvo que abonar 50 euros previa publicación. "Los rangos [de precios] oscilan entre los 50 euros y los 2.300", informa Cervera en el reportaje para YouTube.

No obstante, algunas revistas llegaban a pedir más. Tamayo recuerda una que les pidió una cantidad superior a 3.000 euros para que su artículo viera la luz.

Las otras dos revistas que sacaron a la luz su investigación falsa sobre el cannabis y el tamaño del pene, no le pidieron dinero por adelantado, realizaron una práctica conocida en jerga científica como ‘secuestro’.

El autor manda el artículo a revisión (el paso previo, en un proceso normal, para que las revistas científicas acepten o no un paper) y lo publican sin avisar ni contar con la autorización de quien lo ha realizado.

Una vez que sale a la luz, extorsionan a los investigadores para que les paguen con la amenaza de retirar su artículo si no lo hacen, explica Cervera, que además de creador de contenido es divulgador científico.

Si un investigador manda su artículo por error, es un gran problema y se verá abocado a pagar. Si lo retiran, no será accesible, aunque sea un buen trabajo, pero tampoco puede volver a mandarlo a otra revista científica realmente seria.

Al final, estas editoriales solo tienen un motivo, indica Sevilla: el dinero. Tras estas tretas lo que hay es "un afán económico" y el interés de lucrarse en la mayor medida posible.

Tamayo no cedió al chantaje porque no le importa que la retiren. Aun así, dos años después siguen recibiendo correos electrónicos de estas dos pseudorrevistas para que efectúen el pago.

Un flaco favor a la ciencia

Montoliu reconoce que es "muy triste" que existan este tipo de publicaciones y editoriales. También recuerda que va en contra de publicar investigaciones de acuerdo al método científico, justificadas, éticamente relevantes y que aporten "un conocimiento que nos permita avanzar".

Aunque han pasado dos años desde que Tamayo y Cervera realizaron este experimento hasta que han publicado el reportaje, el panorama no ha cambiado mucho. "El fraude científico ha existido desde que existe la ciencia", dice Sevilla.

No obstante, el catedrático de la UPNA reconoce que en las últimas décadas no ha parado de crecer y ese fraude tiene cada vez formas más diversas de poder llevarse a cabo.

A esta situación tan confusa, contribuye que hay editoriales que tienen revistas "claramente depredadoras", pero también otras que están indexadas en índices de prestigio, dice el físico. Aunque se están tomando medidas contra ello, son lentas y "tardará en notarse su efecto", resalta.

Tamayo y Cervera creen que destapar este tipo de prácticas puede servir para darlas a conocer y que la gente pueda estar más preparada para reconocerlas y no dar por buena cualquier afirmación que se vista de científica.

Sevilla está de acuerdo en la primera parte, pero matiza la segunda. "El público no especializado suele pensar que lo que se publica en revistas científicas es lo que dice la ciencia, pero no es así y no hacen falta revistas depredadoras".

Crear consenso científico es muy complejo, dice el catedrático, y la literatura científica puede publicar muchas cosas que acaban siendo refutadas en el futuro. Ya ocurrió con la revista The Lancet en 1998, cuando publicó un artículo que relacionaba falsamente las vacunas y el autismo, recuerda.

La editorial lo retiró en 2010, pero, aun así, ha sido citado casi un millar de veces en otros artículos. "Para que un científico impresentable inventara datos falsos no hicieron falta revistas depredadoras, se publicó en una de las más prestigiosas del mundo", critica.