Si pensamos en la amistad, nos viene a la cabeza el más noble de los sentimientos. Pero si reflexionamos sobre nuestros propios amigos, encontramos mucha más diversidad que en cualquier otra de las relaciones humanas: momentos maravillosos pero también dejadez y traiciones, intimidad pero también vergüenza, altruismo pero también interés...
Como dice el neurocientífico y divulgador argentino Mariano Sigman, la amistad no necesita de una declaración de amor eterno. Es la flexibilidad de las relaciones amistosas la que llevó a él y a su amigo el escritor Jacobo Bergareche a realizar un experimento con sus allegados: juntarles en un banquete para que les explicaran cómo vivían la amistad.
De esa experiencia nació Amistad. Un ensayo compartido (Debate). A través de las experiencias que van contando sus invitados, Sigman y Bergareche exploran los parámetros de la amistad y, de paso, derribando unos cuantos mitos.
Sigman reconoce que le cuesta hacer amigos mientras que su compañero tiene una "llave" que abre todas las puertas. Dos visiones complementarias que se unen en un plural mayestático (nosotros) a lo largo del libro para contar la extraordinaria diversidad de la amistad.
¿No ha sentido la tentación en el libro de explicar la amistad desde la neurociencia?
Lo está, aunque de forma diluida: hay unos cuantos experimentos. Citamos varios trabajos científicos que son bastante relevantes sobre lo que pasa cuando se deshace la amistad, por qué la amistad mitiga el dolor, las consecuencias sociales de la amistad...
Lo que pasa es que yo tengo una visión un poco particular de la ciencia. La ciencia no está solo en las actividades que hacemos en el laboratorio. Siento que lo que hicimos con amigos es un experimento: convocar un montón de gente, hacer una indagación estructurada y profunda sobre cosas para las que teníamos hipótesis pero que, en realidad, flotan en un limbo un poco confuso.
Y luego, a partir de ese cúmulo de observaciones, intentar extraer regularidades que organicen los datos. Para mí, eso es el método científico.
La amistad es como la vida. Una bacteria es un ser vivo. Una ballena es un ser vivo. Una golondrina es un ser vivo. Un gusano, un virus es un ser vivo. Son todos muy distintos pero tienen algo en común, un metabolismo, una genética.
En el libro, la idea es encontrar lo común dentro de esa enorme diversidad. ¿Cuáles son los elementos vitales de la amistad? Para mí, eso es ciencia. En cierto sentido, es algo que he hecho progresivamente en mis libros, salir del lugar cómodo del relato científico distante y desapasionado.
La amistad se vive de forma diferente en distintos países. ¿Con qué tipo de amistad se identifica más usted, que ha vivido en varios?
Lo bonito de la amistad es que está plagada de todas las excepciones que puedas imaginar. Una de las cosas que aparecía con una regularidad bastante recurrente en las conversaciones es la idea de que hay una especie de lenguaje de la amistad, así como uno habla español o italiano.
No es algo que tiene que ver con las palabras sino con los gestos, con la manera en que uno se toca o no, con cómo uno se mira... Y mucha gente te dice que, bueno, por eso mismo le cuesta mucho hacer amigos en otros lugares.
Un momento de la entrevista a Mariano Sigman.
Yo no soy una excepción a esta regla. Es cierto que llevo viviendo en Madrid desde hace ocho años y tengo todavía muchos amigos argentinos. Pero he vivido en Francia, EEUU, Argentina, España... y no tengo una visión jerárquica de la amistad, para mí la amistad es muy versátil.
Hay culturas que le dedican más tiempo a la amistad. Por ejemplo, en Argentina, para casi cualquier padre, la prioridad es que sus hijos puedan ver a sus amigos. En Madrid me encontré que hay una prioridad más formativa. Si le proponen un plan a tu hijo de seis años dices "no, lo siento, tiene francés o fútbol". En Argentina, se lo salta y no va, porque cultivar la amistad ocupa una prioridad más alta. Esto no es bueno ni malo, pero distingue a cada cultura.
El libro derriba muchos mitos sobre la amistad: que es desinteresada, que es para siempre... ¿A cuál de ellos ha costado más plantarle cara?
Me gusta lo de demoler mitos, yo no lo había pensado así. Tú has dicho el del interés, el de que es para siempre; otro sería la reciprocidad, el mito muy grande que tiene que ser más o menos entre iguales. Otro muy grande es el de la lealtad.
Cuando las confrontas con la realidad, te das cuenta de que tus amistades no son así. Tú tienes un interés genuino porque tienes un amigo que te interesa, en el buen sentido: es divertido, te lleva a fiestas, te ayuda con el deporte o te escucha muy bien.
De hecho, el interés no solo no va en demérito de la amistad sino que es su combustible. Lo que pasa es que luego está la exageración de que sea el interés el que dicta la amistad: si esto es así, es posible que sea una amistad vulnerable, frágil.
Lo mismo pasa con la lealtad. Uno piensa, y yo lo hago desde mi propia experiencia, que la lealtad es un elemento muy vital y esencial. Pero mucha gente tiene la experiencia de que la amistad es un sitio donde practicas deslealtades desde la infancia, donde mientes un poco, traicionas un día, uno le grita al otro que "no seré más tu amigo"... y al día siguiente se abrazan.
Estoy pensando en niños, pero en adultos pasa algo parecido. Es una escuela de vida: a tu jefe no puedes decirle un día "mira, no te hablo más que me voy con un amigo". A la pareja no puedes decirle "mira, no te quiero más". En cambio, la amistad tiene esa virtud que es más elástica: un día no hablo más con Pedro, al siguiente es mi mejor amigo.
La historia de la teorización de la amistad siempre era normativa: si tú ves todos los tratados de la amistad, empezando por los antiguos, dicen que una amistad "debe", "tiene que" o "ha de". Como un decálogo de la buena amistad.
Nosotros justamente hacemos una oda a la diversidad. Esto no quiere decir que valga cualquier cosa: tienes reglas, pero esas reglas tienen excepciones adecuadas, y eso es lo que hace tan interesante a la amistad.
¿Qué es lo más valioso que ha aprendido sobre la amistad con este libro? ¿Esa flexibilidad?
Pero al mismo tiempo hay orden. Yo hice neurociencia pero me formé en Física, me fui volcando a utilizar estas herramientas para hacer las preguntas que nos hemos hecho siempre acerca de nuestra propia condición.
Pero es cierto que también tengo, a veces, una mirada muy abstracta sobre estos temas. Es mi manera un poco matemática, un poco analítica, de observar el mundo.
Hay una idea en ciencia de datos, la de los ejes principales. Por ejemplo, en la política actual, en EEUU, tienes un eje principal que es Trump, y la población se distribuye por él: son más o menos trumpistas y su posición en el eje puede explicar muchas cosas.
En la amistad hay ejes principales: la lealtad, el tiempo, la simetría, la reciprocidad. Me gusta pensar que la amistad está hecha de átomos de reciprocidad, lealtad, tiempo o lenguaje, pero puede haber distinta cantidad de cada uno de ellos.
Esa es la idea clave, que la amistad es completamente diversa, variopinta, pero tiene una estructura que la hace común. Puedes poner una amistad noruega al lado de una china y son distintas pero, en el fondo, están hechas de la misma sustancia.
También aborda la incapacidad para hacer amigos, un tabú en estos tiempos de hiperconexión.
Jacobo [Bergareche] y yo somos muy amigos y este proyecto fue un viaje estupendo pero somos muy distintos. Jacobo es un tío que tiene una especie de llave universal: se hace amigo de cualquiera. Yo amo la amistad y la cultivo mucho, pero no me sale de forma natural, para mí la amistad fue siempre un trabajo laborioso.
Hay un problema con la amistad, que es que tiene tan buena (y merecida) prensa que, a veces, uno olvida todo el sufrimiento que produce en quien no sabe expresarla de buena manera.
Hay un sesgo en nuestro experimento: tú te juntas con alguien y es difícil que saque sus rincones más oscuros, la propensión es a que te cuente las cosas que se le dan bien. Nosotros tuvimos dos personas [que no lo hicieron]: Leonor Watling vino y lo puso en la mesa, dijo que a ella le cuesta hacer amigos, que hacer un amigo le es difícil. Yo dije, "qué bueno", porque a mí también.
Sigman es conocido neurocientífico y divulgador argentino que vive en España.
Y luego tuvimos el caso que abre el libro, nos lo cuenta una psiquiatra que habla de una paciente que es una chica con una estructura psíquica muy sana, luminosa y que está bien, pero tiene un problema casi del orden de la gestualidad, del contacto, que le impide hacer amigas. Es tremendamente doloroso: termina rompiéndose en una melancolía profunda, le tienen que internar.
La amistad tiene esta cosa festiva, de la juerga y de la inmitidad pero, por eso mismo, es un lugar muy aspiracional. La amistad es de esas cosas fundamentales que nadie te enseña. Nadie, nadie, nadie te enseña a hacer amigos. Si eres natural, como Jacobo, vas a cualquier sitio y la gente se te imanta. Si no eres natural, como yo o como esta chica, tienes que picar piedra, picar piedra y a ver si tienes suerte.
¿Es más difícil, en estos tiempos de polarización, hacer amigos de otra ideología?
Hay quien sí y quien no. Es más difícil hacerse amigo de alguien que tiene 30 años menos, que es tu empleado o que tiene un extracto social muy distinto. Alguien que piensa muy distinto, para alguna gente es imposible hacerse amiga, pero otros lo hacen.
Este es otro lugar donde hubo un proceso de digestión científica: fuimos elaborando los datos hasta que llegamos a un teoría que vino de la mano de un filósofo, la idea de que hay tres niveles.
El primero es la tolerancia: hay una parte que prefiero no ver de ti. Pero vino un filósofo, Jorge Freire, y nos dijo que la tolerancia es para la lactosa, no para las amistades [ríe]. Una amistad no se tolera, se acepta.
Ahí vino la idea de que no solo toleras al otro sino dices que está bien así: "piensa distinto que yo pero para mí está bien". Eso es un segundo nivel.
Pero luego hay un tercer piso: de repente, empiezas a entender por qué piensan distinto que tú y cambias un poco. Un amigo que es muy antagónico a ti te extiende, no solo en política sino en muchas cosas: vas a sitios donde no irías, que no están en tu mundo.
Si estás abierto y tienes este registro de humildad, tener un amigo de otra ideología parece una virtud. Pero un amigo de verdad, no para ostentarlo como si fuera el cromo que te faltaba.
Y es un gesto de rebeldía.
Yo lo veo así. Hay mucho secretismo en eso: nosotros hablamos con políticos y periodistas que nos contaban que luego son amigos. Hay casi una teatralización de los gestos, los discursos, pero luego las cámaras se bajan y se preguntan cómo le va al niño.
Comparten cosas, esa es la etimología del compañero: el que comparte el pan. Cuando estás mucho tiempo con alguien, empiezas a compartir esa cotidianeidad que te une. Un ejemplo más grotesco es el de los jugadores de fútbol: si jugaban el Barça y el Madrid, a lo mejor Piqué y Casillas se iban después juntos a tomar algo.
¿Podría ser amigo de un terraplanista, un negacionista de las vacunas o del cambio climático?
Tengo amigos negacionistas. Para ser más precisos, que se han vuelto negacionistas, porque hoy cunde tanto... Soy una persona muy tolerante y para mí el límite es cuando uno le hace daño a otros.
Una persona que piensa que la Tierra es plana me puede hacer gracia, y trato de pensar cosas... Por ejemplo, cuando juega Argentina al fútbol, me siento en la misma silla porque pienso que, si no lo hago, Argentina no va a ganar. Cada uno tiene un lugar donde se junta con un terraplanista, digamos.
Hay algo donde sí hay un punto muy difícil de conciliar: cuando significa hacerle daño a alguien y, en particular, a un menor. Pienso en situaciones donde hay enfermedades claramente remediables y niños que terminan con muy malos pronósticos por creencias delirantes de los padres, y eso es una barrera que no sé si puedo... No me ha tocado pero me costaría mucho.
Pero si uno es terraplanista, que para mí es una creencia delirante pero inocua, no le haces daño a nadie, no interferiría en la amistad. Me sentiría un poco raro, pero la amistad tiene esta elasticidad. Aunque, si estiras mucho, se rompe.
¿Qué explica mejor la neurociencia: la amistad o el amor?
La amistad es una forma de amor. Es buena tu pregunta porque tiene algo del uso del lenguaje que es muy interesante. La amistad es una forma de amor pero tú piensas en el amor romántico. Antiguamente no era así: los griegos, cuando hablaban del amor, hablaban de la amistad, no del amor romántico. El amor romántico es mucho más claro desde la neurociencia porque es casi una especie de obsesión.
El amor y el duelo son situaciones exageradas de la condición humana que nos vuelven muy parecidos. El duelo es una experiencia tan extrema que nos iguala a todos. El amor romántico también tiene esa índole, nos volvemos todos los mismos simios. En cambio, la amistad es mucho más ecléctica. La amistad es más elusiva y para mí, por lo mismo, es más interesante.
Cuando una persona se casa con alguien, le jura amor eterno. Tú nunca le juras amor eterno a un amigo porque se presume que es así, no hace falta declarárselo a nadie. La amistad tampoco tiene exclusividades, no necesita una cohabitación, una frecuencia... La amistad es tan fuerte que no precisa todos estos protocolos simbólicos.
También hay flechazos de amistad.
Las categorías humanas son continuas, hay un lugar entre el amor romántico y la amistad, lo que en inglés se llama bromance (de 'brother', hermano, y 'romance'). Se confunde la amistad con el amante porque son categorías del afecto, del amor.
La amistad no necesita exclusividad pero muchas veces sí, a veces hay celos entre los amigos. Hay tintes que son más propios del amor romántico que del centro de gravedad de la amistad.