La vida de Julián Rodríguez cambió para siempre un 3 de julio de 2013. Ese día, su hijo Mario, estudiante de Física y enfermo de leucemia, fallecía en la habitación 633 del hospital Arnau de Vilanova (Valencia) tras rechazar la quimioterapia y abrazar las falsas terapias alternativas de José Ramón Llorente, un curandero que decía ser especialista en "medicina naturista y medicina ortomolecular" y en cuyos falsos remedios creyó.

Desde entonces, Julián libra una suerte de cruzada contra las pseudoterapias y contra este curandero que, cinco años después, sigue atendiendo en su consulta a personas enfermas. "No me gusta la palabra cruzada por las connotaciones religiosas que tiene. Pero sí, una lucha. Porque yo vi lo que vi. Lo vi en la habitación 633 del hospital Arnau de Vilanova. Lo vi en la casa común en la que estábamos Mario, Pepa [su exmujer] y yo. Vi el adoctrinamiento que pueden llegar a ejercer este tipo de personas. Y hasta el día que me muera seguiré luchando".

Al otro lado del teléfono, la voz de este hombre de aspecto bonachón resuena con rabia. Con la impotencia propia de un padre que vio cómo la vida de su hijo se esfumaba en cuestión de siete meses tras un durísimo suplicio y una mala decisión. Pero con la firmeza del que sabe que su lucha trasciende ya lo personal. "Mi lucha no es algo emocional, es algo decidido y necesario", asegura. Por eso se decidió a escribir Homicidio de un enfermo (Letrame), el libro en el que narra la historia de Mario, que es también su historia. Un relato a bocajarro, escrito de su puño y letra, en el que pone nombres y apellidos a una tragedia en la que también él entona el mea culpa.

-En el libro hay un capítulo titulado Julián Rodríguez: colaborador.

-Sí, yo también me considero responsable. Abandoné a mi hijo y a mi exmujer cuando Mario tenía seis años porque me enamoré de otra persona. Pese a que iba a verlo cada dos semanas y siempre tuvimos una relación muy estrecha, eso no fue suficiente. Mario creció bajo la influencia de su madre, muy amante de las creencias y las mal llamadas medicinas alternativas, lo que le hizo decantarse por la forma de ver la vida de mi exmujer.

El caso de Mario Rodríguez saltó a los medios de comunicación en febrero de 2016, cuando la Audiencia Provincial de Valencia estimó el recurso interpuesto por Julián y sus abogados y reabrió un caso que había sido archivado y condenado a morir en el olvido.

Las magistradas tuvieron muy en cuenta la declaración de Aurelio López, médico hematólogo que trató a Mario en el hospital. Su testimonio corroboraba lo expresado en la denuncia y constataba que José Ramón Llorente recomendó a Mario "un 'tratamiento' que decía ser contra el cáncer, que interfería en su recuperación, por llevar algunos elementos contraproducentes, como hongos o alcohol, o imponía su autorización y visto bueno a los pasos del tratamiento médico que precisaba Mario Rodríguez por su leucemia".

También consideraron relevante el hecho de que Llorente figurase como "experto en medicina que aborda el cáncer", que en distintos vídeos hablase "con terminología de apariencia médica del cáncer, de su más ventajoso tratamiento con vitaminas, frente a la quimioterapia" e incluso que apareciese en uno de ellos en un despacho con un logo en el que ponía 'Hospital Aquarius', "dando la apariencia de que efectivamente, el que se presenta actuando como médico, lo es, careciendo sin embargo de título médico".

El pasado mes de enero, José Ramón Llorente se sentaba en el banquillo de los acusados en uno de los pocos juicios celebrados hasta la fecha en España en el que se juzgaba a un curandero por dos delitos, uno de intrusismo y otro de homicidio imprudente. En la vista oral, tal y como contó el diario El País, Llorente, que reconoció no tener titulación médica alguna, aseguró que no le dijo a Mario que dejase la quimioterapia, que sólo le recomendó "unas pautas dietéticas complementarias, nunca con una finalidad curativa sino para fortalecer su cuerpo".

José Ramón Llorente, absuelto

La sentencia, hecha pública una semana después por el Juzgado de lo Penal número 7 de Valencia, supuso un jarro de agua fría para Julián. El juez absolvía al curandero al considerar que Mario actuó de forma libre cuando rechazó la quimioterapia y al no poder establecerse en qué medida la muerte del joven fue causada por el retraso en el tratamiento médico o por el devenir de la propia enfermedad. Tampoco consideró que los comprimidos y dietas que siguió Mario por recomendación de Llorente influyeran en el devenir de su enfermedad.

-¿El dictamen del juez fue un palo?

-Para mí el palo fue la muerte de mi hijo. A partir de ahí, lo demás son palitos. Te lo digo con el corazón. Son palitos. La sentencia fue absolutoria, pero pretendemos contraargumentarla y recurrirla. Mi dinámica es la lucha. En lugar de ponerme a llorar, vuelvo al camino de la pelea, que es donde tengo que estar.

-Diga lo que diga la sentencia, ¿crees que José Ramón Llorente jugó un papel fundamental en la muerte de tu hijo?

-[Julián se queda callado durante unos segundos] La culpa de la muerte de mi hijo la tuvo, primero, la leucemia, la enfermedad que le sobrevino. José Ramón Llorente contribuyó a que un enfermo, que tenía miedo a la quimioterapia por una primera fase en la que lo pasó muy mal, tomara una mala decisión. Mario consultó con José Ramón Llorente cuando se le reprodujo la leucemia y le dijo, tal y como dice el informe del hospital, que no ingresara, que iba a preparar un tratamiento más fuerte contra la leucemia. Hay un informe en el que consta esto. ¿Yo le puedo llamar a eso homicidio? ¡Prefiero callarme y que cada uno conteste!

-¿Qué crees que falló en el proceso judicial?

-Por lo que yo he visto hasta ahora, en general, la justicia no es consciente de lo que hay de engaño en las mal llamadas terapias alternativas. Los jueces tienen un gran desconocimiento de la diferencia entre terapia y pseudoterapia y, hasta que eso no cambie, es fácil que sigan dictando sentencias absolutorias. Porque no ven esa herramienta de la falsa medicina como negativa. La contemplan como lo hacen algunas instituciones: como complementaria, como natural, como no agresiva, pero no como timo, no como embaucar a un enfermo con falsas esperanzas.

-¿Qué sientes al pensar que el curandero que trató a tu hijo sigue pasando consulta tras su muerte?

-Asco. Mucho asco.

Una situación precaria

La muerte de Mario desbarató para siempre la vida de Julián. Se vio obligado a dejar su trabajo como comercial en una empresa valenciana y a vivir por un tiempo con una pareja rumana que gustosamente le alquiló una habitación que tenía en su casa. "No tenía ninguna gana de ir a ver a un cliente por mucho que lo apreciara. Me dediqué a estar en el almacén, pero después, por determinadas cuestiones, llegamos a un acuerdo para salir de la empresa".

La situación no es mucho mejor ahora. Sus escasos ingresos, que proceden de un subsidio y de lo que gana a través de trabajos muy precarios y puntuales de atención a personas mayores, no son suficientes para afrontar los costes que supondría plantear una demanda civil contra José Ramón Llorente y agotar así todas las vías legales. Una campaña para recaudar dinero a través de la plataforma Gofundme podría ser su tabla de salvación. "Lo único que quiero es que se reconozca el daño hecho a mi hijo y a mí mismo. Y que se evite en lo posible que otras personas enfermas puedan acabar siendo víctimas de las falsas esperanzas de este timador", reconoce. "El dinero me da igual".

El día después de velar el cuerpo de Mario en el tanatorio, Julián volvió al hospital para agradecer a médicos y enfermeras el trato que habían tenido con ellos. Lo hizo a través de una nota que entregó a la seglar de la capilla del hospital para que se la hiciese llegar a los profesionales del Arnau de Vilanova. En ella se podía leer: "Gracias, gracias por toda vuestra lucha, vuestro cariño y cuidados. Tenemos que tener en cuenta que aunque lo intentamos, no siempre se gana".

Después, salió del hospital y, desde la calle, contó con la mirada los seis pisos que llevaban hasta la habitación 633, en la que había pasado Mario sus últimas horas. En aquella ventana fijó la vista durante unos segundos. Julián reconoce que, cinco años después, todavía lo sigue haciendo. Que acude al hospital de vez en cuando. Que la gente puede pensar que se quedó "colgado". Pero que de eso nada. "Voy algunas veces a escondidas porque me conocen y me preguntan. Y es violento. Me gustaría ir con más libertad, poder sentarme en la sala de espera o estar en la puerta de la habitación 633 un ratito".

Cuenta Julián que uno de los médicos que trató a su hijo le prometió que algún día le dejaría entrar a la habitación 633. Por el momento, no ha podido ser. "Ya ves tú, la habitación en la que murió mi hijo. Que otro podría decir 'uy, qué mal rollo'. No, no, no, no. ¡De mal rollo, nada! Para mí, se trata de recordar a Mario. De recordar su lucha por vivir. Yo no soy masoca. No va por ahí el tema. Pero en ese hospital, en esa habitación 633, Mario, los médicos y yo luchamos mucho. ¿No es hermoso recordar su lucha?".