Para un aracnofóbico, el enfrentamiento con una araña se convierte en una ardua batalla tras la que sólo puede quedar uno. Y tal es el ahínco que ponen algunos en fulminar el origen de sus miedos, que en ocasiones pueden recurrir a técnicas un tanto exageradas y peligrosas.

El último ejemplo es el de un norteamericano que ha terminado incendiando su apartamento en el norte de California cuando intentaba quemar con un mechero a una araña lobo. A pesar de su desagradable apariencia, la picadura de esta araña no entraña peligro alguno para los seres humanos más allá de un poco de dolor e hinchazón. Sin embargo, el miedo no entiende de razonamientos.

El protagonista de esta historia se encontraba en su casa cuando de repente vio correr por el suelo a una de estas arañas. Rápidamente sacó el mechero, acercó la llama al animal y prendió su cuerpo a la primera. Con lo que no contaba era con la reacción del animal, que echó a correr con su cuerpo en llamas hacia un colchón, que también comenzó a arder en el acto.

A pesar de lo rocambolesco de la historia, no se trata del único caso de estas características que se conoce. De hecho, los hay mucho más desastrosos, como el de un hombre que incendió la caravana en la que vivía al intentar quemar una araña con un lanzallamas, o el de otro que hizo arder el lavadero de su casa de un modo similar.

El origen de sus miedos

Sin duda, la fobia a las arañas es una de las más frecuentes y también de las más estudiadas. Para empezar, muchos investigadores han tratado de analizar si este miedo irracional tiene un origen hereditario o si, por el contrario, es más bien adquirido.

Para establecerlo se han realizado encuestas a niños muy pequeños en busca de la mayor de sus fobias. Por ejemplo, en 1997 un equipo de investigadores de la Universidad de Maastricht hicieron elegir a un grupo de infantes entre una lista de miedos comunes. El más votado fue el miedo a dejar de respirar, seguido de los atropellos y las bombas. En cambio, si no se les daba una lista y simplemente se les hacía decir el primer gran miedo que les viniera a la cabeza, las arañas ganaban por mayoría.

Más tarde, en 2003, el psiquiatra John  Hettema y su equipo llevaron a cabo un estudio con gemelos idénticos, con el fin de comprobar si esta fobia tenía su origen en los genes. Efectivamente, se comprobó que, a pesar de los ambientes diferentes en los que se desarrollan los gemelos a medida que se hacen adultos, la aparición de la aracnofobia era algo común, por lo que sí que parecía más heredado que adquirido.

Un cerebro muy selectivo

Los seres humanos hemos evolucionado para detectar posibles señales de peligro rápidamente, con el fin de actuar en consecuencia antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, en el caso de las fobias, a veces el cerebro interpreta como peligroso un estímulo que, en condiciones normales, no tendría por qué detectarse como tal.

Dicha reacción se analizó también en un estudio de 2008, en el que los participantes tuvieron que colocarse un aparato llamado estereoscopio de espejos, que muestra imágenes diferentes en cada ocular: una figura geométrica en uno y una araña o una flor en el otro. Por lo general, el ojo humano no puede detectar dos imágenes a la vez, por lo que se centra sólo en una, normalmente de forma aleatoria.

Sin embargo, las personas con fobia declarada a las arañas ven al arácnido en la mayoría de ocasiones, mostrando que, efectivamente, su cerebro les da preferencia por encima de cualquier otra imagen. Esto demuestra también por qué si se pierde una pequeña araña en una gran habitación no hay nada como poner a un aracnofóbico a buscarla. Eso sí, mejor quitarle el fuego.

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