Cuando llega el fin de semana, muchos se escapan de las urbes para pasar tiempo entre montañas rodeados de árboles, con los trinos de los pájaros y el sonido de un arroyo como banda sonora. Atrás quedan los rugidos de los coches y el ritmo frenético de la ciudad. Un cambio de escenario que nuestra salud agradece.

"La ciencia sugiere que el contacto constante con la naturaleza es beneficioso", explica a EL ESPAÑOL Kathleen Wolf, investigadora de la facultad de Medioambiente de la Universidad de Washington (EEUU).

Reduce la obesidad

Un estudio publicado en la revista International Journal of Obesity relacionó la altitud con la presencia de obesidad. "Hay menos obesidad a mayor altitud", afirma a EL ESPAÑOL Jameson Voss, médico en la Escuela de Medicina Aeroespacial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos y uno de los autores del trabajo.

La investigación, que recogió datos de más de 420.000 adultos estadounidenses, reveló que la prevalencia de la obesidad aumentaba de cuatro a cinco veces a baja altitud, en comparación con quienes residían más de 3.000 metros sobre el nivel del mar. "A lo largo plazo, los militares que fueron destinados a vivir a mayor altitud tenían menos probabilidades de desarrollar obesidad y este era un patrón similar al de los civiles que ya residían allí", destaca Voss.

Otro estudio analizó el peso de 20 varones obesos que vivieron una semana en la montaña, a 2.650 metros de altura. Transcurrido ese tiempo, los investigadores comprobaron que pesaban menos, lo que atribuyen a una mayor tasa metabólica –la velocidad a la que utilizamos la energía disponible– y a una menor ingesta de alimentos.

Según los científicos, la hipoxia hipobárica –la disminución de oxígeno que llega a los tejidos por la exposición a grandes alturas– podría estar relacionada con esta pérdida de peso.

Disminuye el apetito

Para personas con obesidad, tener menos apetito les ayuda a comer menos. Caminar entre grandes cadenas montañosas puede disminuir la sensación de hambre, pero es una práctica que requiere preparación y conocimiento del entorno.

Una investigación realizada con doce participantes que caminaron catorce días por el Himalaya demostró que la sensación de apetito fue menor a 5.140 metros en comparación con la línea base. También el consumo de energía fue más bajo a 3.619 a 5.140 metros de altitud, y la circunferencia de la pantorrilla disminuyó de forma gradual durante la caminata.

Los científicos apuntan a cambios en las concentraciones en plasma y de la hormona ghrelina como responsables de la supresión del apetito y del menor consumo energético, aunque no descartan otros factores adicionales.

Mejora la salud mental

Los japoneses denominan de una forma concreta al acto de pasear o permanecer en los bosques como forma de relajación: shinrin-yoku. Esta actividad consigue efectos psicológicos positivos entre quienes la realizan, tal y como reflejó un estudio realizado con 498 participantes.

Utilizando diferentes escalas, los investigadores concluyeron que las puntuaciones de hostilidad y depresión disminuyeron significativamente cuando los ciudadanos salían a los bosques, en comparación con un día normal. Además, aumentaban los valores relacionados con la vivacidad. En cuanto al estrés, según los científicos, cuanto más alto sea, mayor será el efecto shinrin-yoku.

"Los ambientes forestales son beneficiosos para las emociones agudas, especialmente entre aquellos que experimentan estrés crónico", apuntan los autores, que recomiendan acudir a estos paisajes como terapia.

Es sano para el corazón

Vivir en las alturas también podría ser saludable para el corazón. Al menos así lo refleja una investigación dirigida por la Escuela de Medicina de la Universidad de Colorado (EEUU). Según el estudio, quienes residían a mayores altitudes tenían una menor probabilidad de morir de cardiopatía isquémica y tendían a vivir más tiempo que el resto.

"Muchas personas que residen en las montañas de Colorado viven más tiempo, lo que puede deberse a dietas saludables, ejercicios rutinarios y, posiblemente, al impacto de la hipoxia en el corazón", cuenta a EL ESPAÑOL Benjamin Honigman, profesor de Medicina de Urgencias en esa universidad y autor principal del trabajo. "No sabemos cuánto tiempo tiene uno que vivir en las montañas para conseguir ese beneficio”, matiza.

Los niveles más bajos de oxígeno que se dan en las sierras activan ciertos genes que, según los investigadores, pueden cambiar la forma en que funcionan los músculos cardíacos y producir nuevos vasos sanguíneos que lleven la sangre al corazón.

Además, la mayor radiación solar que se da con la altura ayuda al cuerpo a sintetizar mejor la vitamina D, lo que ha demostrado tener efectos beneficiosos sobre el corazón y algunos tipos de cáncer.

Sin embargo, los expertos recalcan que la altitud puede perjudicar la salud de personas con problemas cardiovasculares. "La gente que no hace ejercicio de forma habitual y quienes sufran problemas de corazón tendrán dificultades cuando vayan a las montañas", advierte Honigman.

Estimula la creatividad

¿Serías capaz de estar varios días sin tu teléfono móvil y sin acceso a internet? Si lo consigues tu rendimiento cognitivo lo agradecerá. Para demostrarlo, un equipo de científicos de las universidades de Kansas y Utah (EEUU) planteó el siguiente reto a cincuenta y seis adultos: una inmersión en parajes naturales del país durante cuatro días sin usar ningún dispositivo tecnológico.

Los participantes –con una edad media de veintiocho años– pasaban el tiempo haciendo senderismo y resolviendo algunos cuestionarios que evaluaban diferentes cualidades cerebrales. El estudio, publicado en la revista PLOS ONE, refleja que cuatro días de inmersión en la naturaleza desconectados de herramientas electrónicas aumentó la creatividad y la resolución de problemas de los senderistas un 50%.

"Nuestros resultados demuestran que hay una ventaja cognitiva que se consigue si estamos tiempo sumergidos en un entorno natural", subrayan los autores. Lo que los científicos no han podido averiguar es si los efectos se debieron a la exposición a la naturaleza, a un menor uso de la tecnología o a otros factores relacionados con la experiencia ‘robinsona’.