Castilla y León

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Sociedad

El premiado y duro relato de una internista residente salmantina frente al COVID

30 noviembre, 2020 11:42

El doctor de Medicina Interna del hospital de Salamanca Miguel Marcos ha hecho público a través de su cuenta de Twitter del primer premio del concurso microrrelatos 'Mi vida como internista en la epidemia COVID-19' que otorga la Sociedad Española de Medicina Interna. 

El mismo es obra de Beatriz Rodríguez, una residente salmantina, que refleja la dureza de la pandemia desde un hospital en apenas quince líneas de relato y donde hace hincapié a una desescalada infructuosa en la que se volvió a un punto de partida. 

En este deja frases como "me descubrí a mí misma en la posición más recurrente de todas mis pesadillas" en la que se encuentra "al lado de una cama, dándole la mano a un condenado a muerte" o "seguí contando respiraciones por minuto hasta que ya no hubo nada que contar", la "mejor frase" en opinión de Miguel Marcos. 

Este es el microrrelato:

Pensando que habíamos cerrado aquel capítulo de nuestra historia que oscilaba entre el temor y el terror cuál reloj de péndulo caprichoso, cometimos un nuevo error y nos relajamos. Aún sabiendo que corríamos sobre un campo minado, la cuerda que contenía nuestro asedio, siguió deshilachándose hasta romperse. Han pasado apenas 40 días… Los cuarenta días que siempre computó la palabra cuarentena. Quizás hoy este número, ya pueda desbancar a cualquier otro del pódium de los malditos. Porque durante este periodo, desandamos lo avanzado y volvimos al punto de partida solo que, menguados en número, en fuerzas y en esperanza. Creí que no volvería a vivirlo, que con una vez sería suficiente… Pero ayer de nuevo, me descubrí a mí misma en la posición más recurrente de todas mis pesadillas. Al lado de una cama, dándole la mano a un condenado a muerte, mirando a unos ojos suplicantes apagarse en una pugna que ambos sabíamos ya decidida, entre la supervivencia y el agotamiento. Y, mientras la impotencia me oprimía el pecho hasta dejarme sin aliento y la balanza se inclinaba hacia el lado contrario levantándome los pies del suelo, seguí contando respiraciones por minuto hasta que ya no hubo nada que contar. Entonces, lo hice otra vez: incliné la cabeza hacia atrás y me llevé las manos a la cabeza, encarándome de nuevo con aquel espejo que reflejaría despiadado una vez más la grotesca figura de la derrota.