Periódicos.
Ayala, qué triste que tú te vayas
"Ya estará allá arriba poniendo orden, porque Ayala era el más joven de los viejos periodistas que he conocido. Era ese tipo por el que los periódicos salen cada mañana".
Cómo celebramos el día que lo nombraron delegado de Castilla y León. Antes era el jefe de redacción, un tipo como una esfinge por el que había que pasar para llegar al despacho de José Luis. Hablaba poco y su silencio tenía algo de enigma. Cuando yo pasaba por allí era amable, pero no mucho. Entonces todos éramos más jóvenes, pero él parecía que hubiese fundado ABC con Torcuato Luca de Tena y llevase en la redacción desde entonces. La gobernaba como un contramaestre al que le hacen falta pocas palabras para hacerse entender.
Ayala era como una linotipia: un tipo fiable y preciso que entendía que no hay más futuro que el periódico de mañana. Y los días que lo liabas para tomar una caña miraba el reloj con una especie de tic. No porque no le interesase la conversación, lo controlaba como quien sabe que se ha dejado una cazuela al fuego, porque hacer un periódico es guisar todos los días la actualidad de ayer para que mañana sepa mejor. Y las noticias, como las plantas y el amor, exigen atención.
De Ayala convino aprender que a los políticos hay que tenerlos a raya. Que no hay que mezclarse mucho salvo cuando el puesto te obliga. Y a él sólo se le veía en sociedad si le iba en el sueldo o en el de sus redactores. Era un periodista comedido, ahora que muchos parecen un circo de sí mismos. Sabía que el periódico de cada día se cincela con la maestría de las grandes esculturas del Barroco, pero con la humildad de entender que mañana nadie lo volverá a mirar. El periódico es arte efímero, pero eso en vez de desincentivar la vocación debe hacerla arder con más vehemencia, como en su caso. Así se distingue al periodista del imitador. Con su hablar poco, explicaba un oficio entero.
De Ayala es del único tipo que llegué a fiarme para que le metiera mano a un artículo y lo publicaran sin revisarlo. Fue el único porque siempre era para mejor. Apenas lo hizo, siempre llamaba...
- "¡Ayala, tú eres el jefe, cambia lo que quieras!"
-"¿No crees que esta frase se entiende mejor así?"
Y te movía dos palabras y un punto en un juego de manos y el artículo quedaba exacto; porque el periodismo exige exactitud.
Sospecho que los periodistas de raza como él, cuando mueren, en vez de ir al cielo estoy seguro de que tienen que ir a una redacción. Pero a una redacción de las de antes, de aquellas en las que se fumaba, paseaba un camarero con chaqueta blanca por la noche a la hora de cenar y había güisqui en todos los escritorios. Y además de beber publicaban exclusivas, escribían premios Cavia y el periódico se hacía igual que un traje, con el mejor corte y a medida del lector.
Ya estará allá arriba poniendo orden, porque Ayala era el más joven de los viejos periodistas que he conocido. Era ese tipo por el que los periódicos salen cada mañana. Los demás escribimos columnas, reportajes, entrevistas, horóscopos, editoriales... pero el periódico lo hacía él.
Así que aquí tienes este sepulcro de palabras, de tinta y de papel, que el mármol es frío y para toda la eternidad y esto, Ayala, es tan sólo un hasta pronto. ¡Arma bien la redacción!