“Las huellas no son sólo lo que queda cuando algo ha desaparecido, sino que también pueden ser las marcas de un proyecto, de algo que va a revelarse”, escribió John Berger. Es una sugerente forma de afrontar las huellas. Una lúcida forma de contemplarlas: las huellas representan un vestigio del pasado, pero las huellas a veces también son un indicio de futuro, una pista de lo que podría avecinarse. Por eso es importante saber mirar. Saber mirar para acertar a ver. Saber mirar para atreverse a discernir. El autor citado trabajó la mirada a lo largo de su trayectoria y, de hecho, uno de sus libros más reconocidos lleva por título “Modos de ver”: una obra ya clásica en el acercamiento al arte.

Pienso en esa cita cuando me encuentro con una exposición que también invoca las huellas, y que también aspira a reflexionar sobre la mirada. La Fundación María Cristina Masaveu Peterson ha edificado en Morasverdes (Salamanca) un Centro Cultural que acaba de inaugurarse. El centro da cabida a la colección “Arte y Naturaleza. Las huellas son el camino”, con aportaciones de prestigiosos artistas nacionales e internacionales: Agustín Ibarrola, Cristina Iglesias, Daniel Canogar, Perejaume, Robert Smithson, Richard Long, Christo, Marina Abramovic, Olafur Eliasson, Axel Hütte… Como puede desprenderse de la enumeración de nombres, la muestra permanente aglutina formatos varios y disciplinas artísticas diversas.

Esa sala de exposiciones interior (450 m2) se ve acompañada por un espacio exterior (800 m2), donde poder desplegar actividades al aire libre. Y junto a todo ello, encontramos también la planta albergue: con alojamiento para 76 personas, y cocina, comedor, cafetería y biblioteca, además de dos salas polivalentes de trabajo y un salón de actos con aforo para cien personas.

El proyecto pretende desplegar un potencial formativo y cultural, a través de exposiciones y talleres sobre el medio rural, la naturaleza y el patrimonio histórico-artístico. O dicho de otra forma: el proyecto aspira a ser un punto de encuentro donde reflexionar… y donde intentar mirar de otra manera. Por lo pronto, la propia Fundación promotora del proyecto ya ha evidenciado una distintiva mirada, apostando por Morasverdes para llevar allí su Centro.

Morasverdes es un municipio con poco más de 250 habitantes, pero esas cifras no disuadieron a la Fundación. Hizo bien su presidente, Fernando Masaveu, en aludir a la “España olvidada”. Referencia que tal vez encierre más claves, aunque protagonice menos discursos, que la “España vaciada”. Quizá el vaciamiento no pueda entenderse sin el olvido. Quizá el olvido encuentre culpabilidades más concretas que una abstracta despoblación… que a nadie mancha ni a nadie parece comprometer. Quizá ese olvido, pues, convendría sin duda recordarlo.

La Fundación María Cristina Masaveu Peterson ha sabido ver en Morasverdes un valioso enclave. Además de su dehesa (no podría ser de otra manera, formando parte esencial del “Campo Charro”), por un lado se encuentra bien próximo a Ciudad Rodrigo y, en la otra dirección, encuentra plena cercanía con La Alberca, Mogarraz, San Martín del Castañar… y todo el marco que implican Las Batuecas y la Sierra de Francia.

Si me permiten el apunte personal, añadiré que Morasverdes es el pueblo de mi madre. Así que “me basta”, por sintetizarlo en el verso de Ángel González: “me basta”. Allí nació mi madre, y allí sigo pasando parte de las vacaciones y bastantes fines de semana. Comprenderán que aquello que se cuenta en estas líneas no me resulta indiferente. Ojalá este Centro Cultural cumpla con sus expectativas. Lo que ocurra con las iniciativas también depende de todos: cada cual desde su parcela, cada cual desde su campo de acción, entre todos contribuimos a que desarrollen sus posibilidades en mayor o menor medida. Ojalá las huellas de este proyecto también estén anticipando algo prometedor.