Los paseos por las ciudades a diferentes horas del día y una especial percepción de la realidad que se va presentando ante nuestros ojos, nos van descubriendo paisajes de diferentes condiciones con tonalidades distintas.  El perfil del ocupante de las aceras varía según la hora y el tiempo meteorológico que nos pueda sorprender en cada momento.  Hay idas y venidas de seres ocupados en transitar lo más rápidamente para llegar a sus trabajos diarios que se concentran en momentos muy concretos del horario. Van como ensimismados rompiendo el aire, pensando en lo que les preocupa y, alguno que otro, hace un alto en el camino  para detenerse en tomarse un café o comprar la prensa escrita.

Las tecnologías les permiten aislarse cerrando sus oídos al exterior inmediato y abrirlos al mundo más universal escuchando las noticias , siguiendo a comentaristas de la actualidad o, los más sabios y precavidos de los daños colaterales de las noticias, escuchando música.  El protagonista cambia de perfil cuando llega la hora de acudir al colegio o instituto y la calle se llena de niños, adolescentes o jóvenes, con el saber a cuestas, los móviles en las manos y la mente todavía adormecida. En este cuadro no se puede prescindir de padres, madres o abuelos acompañantes que llenan aceras y amontonan coches en la "descarga" infantil.

El día quedaría vacío si otros personajes no acudieran a su cita diaria de ser paseantes de la nada, ocupados en ocupar la calle, sancionar obras y charlar con aquellos que se vayan encontrando en su camino a ninguna parte: el jubilado.

Y en este pasear, también me he encontrado con otro fenómeno, que la prensa oculta, las noticias no destacan y los mortales lo vemos de soslayo como que no fuera con nosotros: las colas del hambre. Todos los días hombres y mujeres, los desposeídos, acuden al encuentro con el pan, para saciar lo que les sobra: hambre. Son colas discretas en algunas ocasiones para ocultar vergüenzas y rabia; en otras son explícitas e inmensas porque la necesidad agobia. Son los abandonados de la preocupación de políticos, sindicatos y de la sociedad en general que nos hemos vuelto insensibles ante el sufrimiento y solo nos interesa el hedonismo. 

No hay debate en el Congreso de los Diputados, nada se trata en el Consejo de Ministros, no se convocan manifestaciones desde las centrales sindicales o desde asociaciones multi-reivindicativas. No lo hacen, no solo porque no les importa, sino porque les da vergüenza  pensar que con todos los gastos superfluos que derrocha un ministerio entre cargos, carguitos y amigos de los carguitos, sobraría para atender a miles de hombres y mujeres que acuden desesperadamente cada día a solicitar una "miseria" que les hace grandes entre los suyos porque les permite contentar un estómago vacío , aunque la cabeza esté llena de dolor.

Ministerios de la nada que ocupan tiempo y mucho dinero  en  equivocarse. Masivos asesores presidenciales para vestir mentiras, argumentar promesas repetidas mil veces, no cumplidas y nuevamente proclamadas. Millones derrochados en "falconear". Miles de millones anunciados para proyectos opacos, cuando en la calle los tienen a simple vista. Proyectos de familias que se rompen, proyectos de vida truncados porque no tienen qué comer. Vidas indefensas que, como se dice ahora para otras propuestas, no tienen "visibilidad".

Y en este encuentro en la calle de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos que piden ayuda para comer en las cada día más grandes  colas del hambre, un denominador común aparece en todas ellas: las sedes donde se les proporciona ese momento de felicidad con el pan de cada día, casi siempre están en los mismos lugares: iglesias, conventos o asociaciones vinculadas con la Iglesia Católica como Cáritas, sin olvidar a los voluntarios del Banco de Alimentos.  

No he visto ninguna sede de un partido político, casa del pueblo o sede sindical con un comedor social. Por eso, desde aquí, quiero agradecer a tantas personas que dan su tiempo, dinero y amor en distribuir esta riqueza entre los más necesitados. A los demás, a los que derrochan y no piensan más que en ellos y en sus votos proveedores de su bienestar,  la insatisfacción eterna.