Desde un tiempo a esta parte se han exacerbado en la clase política determinados adjetivos que si, en la vida cotidiana, no son aquellos que mejor sirven para la empatía precisa, sí expresan además un modo de ser y de vivir que resulta incompatible con la inteligencia, la capacidad y la correcta formación, pues el inteligente, el educado, el que realmente tiene conocimiento, suele cursar con un modo de vivir manifiestamente humilde, consciente de sus virtudes, y es conocedor también de las propias limitaciones y debilidades.

El mononeuronal al que le conceden o se apropia de los galones, cursa en prepotente, alardeando de sus atributos, lo que, lo crea o no, le hace pequeño, por lo que se convierte en soberbio, arrogante y altanero, considerando que dichos atributos le hacen más grande de lo que es y carente de las debilidades y limitaciones que se le adhieren haciéndole pesado, pequeño, ruin e insignificante, por mucho poder que se crea poseer.

Así, si nos dedicamos a recorrer el panorama político, desde nuestro presidente de gobierno, que se considera adornado por cuantas virtudes desconoce, pasando por la ex del coletas que hace alarde de una soberbia adecuada a la pequeñez de la neurona que oculta en su cerebro, discurriendo por los y las ministras que carecen de la mínima sensación de humildad y conciencia de la limitación humana, nos vamos desplazando por nuestra clase política y se nos empieza a helar la sangre, pues ni unos ni otros muestran el más mínimo sentido de la empatía, de la humildad, modestia y sencillez que conceden el conocimiento, la seriedad y la consciencia de humanidad.

Cuando el nivel de soberbia supera los límites soportables por la sociedad, hace que el político se convierta en un problema a eliminar; de este modo, las actitudes que demuestran ese vicio, hacen que el político caiga en desgracia social.

Si observamos la actitud de la señora del coletas ante el fiasco, previsible y previsto, de la ya manida “ley del sí es sí”, en lugar de asumir el error, aceptar humildemente la falla y buscar solución, se engríe, amenazando de forma prepotente a cuantos se atreven a alzar una mínima crítica para, desde su limitación intelectual y mental, con arrogancia y fatuidad, empoderarse en la falla y mantener el cruel y descarnado resultado de su excrescencia mental; pero, cuando el ciudadano se encuentra en posición de combate, con la mirada puesta en eliminar a semejante boñiga política, precisamente por su soberbia… aparece un disminuido intelectual, le da argumentos al adversario para redirigir la mirada.

Así, contemplamos cómo en lugar de buscar que los presupuestos destinados al aborto, como mucho, se equiparen con aquellos que se puedan desarrollar en políticas denominadas pro-vida o en favor de la natalidad, que todo acto lleve aparejado la más amplia y correcta información para el que se somete a él, aparece un empequeñecido mental y fanfarronea afirmando que será de obligado cumplimiento que la administración haga escuchar a las embarazadas el latido del nasciturus y se hagan unas ecografías que los médicos desaconsejan en los primeros meses de vida y, cuando el adversario y el socio de gobierno, lo usan para zaherirle, en lugar de reconocer el error de comunicación, de reconducir su posición, en aras a obtener el objetivo y reducir la tensión, con la soberbia inaceptable para el ciudadano, pero propia del prepotente, vanidoso, altivo, arrogante y fatuo carente de cintura política y de células cerebrales en actividad, se saca pecho, se alardea de poder y, lo más grave, favorece la posición de su socio y oxigena a un adversario en proceso de asfixia salvándole la vida.

Vamos a aceptar que los errores los cometemos todos y que, tanto la señora del coletas como el infante de Burgos, han sido objeto de su impericia y han pagado la novatada; pero, es importante, muy importante, que aprendan que la soberbia no se perdona por el “perrito sin alma” y que si en la vida es un error, en la política no es más que un peso que te hunde en la sima más próxima, haciendo además que tus objetivos se alejen aún mucho más de lo que ya estaban.