"Cuando los principios y valores de una sociedad son excelentes y sólidos es posible tener buenos políticos que aspiren al bien supremo del hombre". Estas palabras, escritas por Óscar Diego Bautista de la Universidad Autónoma del Estado de México, han despertado en mí una reflexión sobre el papel que en la actualidad está jugando la Ética en la Política. Es conocido que ya Aristóteles, en el siglo IV antes de Cristo, no concebía la política separada de la ética; más aún, no podía entender que alguien que aspirara a ejercer cargos públicos no hubiera pasado previamente por la ética.

Visto el panorama político en el que nos encontramos, conviene decididamente hacer alguna reflexión sobre este hecho y ver la vigencia del pensamiento aristotélico en nuestros días, a pesar de que las autoridades académicas quieran borrar del mapa escolar a estos grandes pensadores, claro está, con el consentimiento callado y servil de muchos docentes. También es cierto que unas reflexiones de este tipo parecen estar fuera del contexto social en el que nos movemos pues, visto el modo de proceder de muchos de nuestros dirigentes, las ideas predominantes son más de Maquiavelo que de Aristóteles. Interesa más el poder que el ser, por eso se "es" de cualquier forma con tal de alcanzar el poder.

Con ello no rechazo la idea, coincidente con Maquiavelo, de que la "política es el arte de conquistar el poder", lo que rechazo es que sea a cualquier precio. Porque si el político tiene que ejercer la política en busca del "bien común”, no deberá hacerlo con "malas artes" que contradigan los principios éticos elementales.
El ejercicio de la política requiere, pues, un paso previo por la ética como un medio de aprendizaje del "bien". Si el individuo a lo largo de la vida va adoptando hábitos específicos para aplicarlos en su conducta diaria, podrá ir adquiriendo principios éticos y formando su identidad y carácter.

En este proceso de aprendizaje moral se consiguen establecer un conjunto de virtudes que actuarán como principios bajo los que se rige la conducta. En definitiva, habremos conseguido establecer una forma o un modo de vida fundamentado en el “ethos” del hombre. Por lo contrario, y frente a la virtud, está el vicio, la disposición a hacer el mal. El procedimiento es semejante, aunque el resultado muy diferente, pues la conducta se regirá en este caso por principios negativos e inconvenientes al hombre. En el primer caso, cuando el político tiene una formación ética, la justicia, la lealtad o la prudencia, el honor, la humildad, la moderación, la paciencia, la prudencia, el respeto, la sabiduría, la sinceridad, la sobriedad, la templanza, la veracidad o la franqueza serán sus virtudes en el proceder político.

En el segundo caso, cuando faltan principios éticos, la ambición, la ira, la adulación, la indiferencia, la cobardía, la envidia, la malevolencia, la vulgaridad o mal gusto, la insensibilidad, la mentira, la jactancia, la pereza, o la injusticia serán su proceder. Por eso Aristóteles en todos sus tratados éticos insiste mucho en la necesidad del paso por la ética antes de llegar a la política. Pues cuando un hombre posee ética, el espíritu de servicio se despierta en él y actúa con responsabilidad buscando que los fines de la política (el bien supremo del hombre, la felicidad, formar ciudadanos virtuosos, el bien común, entre otros) se alcancen.

Claro está que para cumplir con los fines señalados se requieren personas con capacidades para saber dirigir un Estado, pues quienes poseen sanos principios no roban, no mienten, no envidian, no son soberbios ni egoístas, por el contrario, ayudan, enseñan, son verídicos, humildes en su trato, responsables en sus tareas, resuelven problemas y dan resultados en sus trabajos. Ningún ser humano que ha llegado a un grado de conciencia realizará actos viles.

Toda esta reflexión realizada en torno a la ética y la política de la mano de Aristóteles cobra especial interés y actualidad en estos momentos. Cuando contemplamos ciertas actuaciones de nuestros dirigentes que violan cualquier principio moral; cuando la verdad y la mentira se intercambian sin escrúpulos siempre buscando el bien particular o el del partido; cuando lo que hoy vale mañana es desechado y al contrario; cuando se asaltan sin escrúpulos instituciones buscando sentencias favorables; cuando te sobran y estorban los que te deben controlar en las instituciones, es cuando más se echa de menos la existencia de guías morales para los políticos, su formación para que sean personas íntegras, poseedores de conocimiento y experiencia en asuntos políticos y con virtudes morales suficientes para ejercer esa noble actividad con justicia, ecuanimidad, sabiduría y prudencia.

Y es que la política sin ética genera corrupción y un sin número de actos injustos. La ética sin política pierde la capacidad de poder hacer el bien a la comunidad en general
Cuando el político no tiene el perfil es fácil presa de caer en desviaciones que a su vez le llevan a prácticas corruptas, por eso en tanto que existe un mundo corrompido en la política, en la función pública y en general en los asuntos de gobierno, es posible decir que hay falta de ética.

Pero no podemos restringir el problema sólo al ámbito de lo público y echar la culpa solo a los políticos porque responsables de que en la sociedad exista esa formación ética somos todos. Nadie puede escapar a esta responsabilidad y si aceptamos como propia la tarea de luchar porque los principios y valores de la sociedad sean excelentes y sólidos, podremos soñar con tener buenos políticos que aspiren al bien supremo del hombre. Mientras tanto, nos conformaremos con lo que tenemos, o no.