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Opinión

Frente al proceso de destrucción, no hay nada

15 noviembre, 2020 12:27

La democracia española está desarrollada sobre la grandeza de espíritu de aquellos que lograron la transición, hombres y mujeres de ideologías antagónicas que comulgaban de un proyecto de vida común y un plan para desarrollarlo, con diferencias aparentemente insalvables, con ideologías contradictorias, pero unidos por una visión de España unida, moderna, democrática y próspera que se podría posicionar nuevamente a la cabeza del mundo.

De entre ellos, por supuesto había grandes vividores, traidores y buscavidas que, como las "putillas y chaperines" , buscan su segundo de gloria o el lucro que se desprenda del líder que jamás podrán ser; pero, con todo, las élites tenían una idea, un proyecto, una visión de lo que deseaban alcanzar.

Durante este tiempo, hemos ido viendo cómo se desmontaban los controles constitucionales y caía la calidad democrática, cómo la pérdida de la solvencia intelectual de las élites, que poco a poco se han ido componiendo de desgarramantas, con escasa formación y peor condición, que alcanzaban la gloria para su lucro y cuyo fin y objetivo es ellos mismos, la destrucción de España, la eliminación de aquello que creamos con seriedad y rigor, del que ellos carecen, por resultarles un espejo en el que no pueden observarse ellos.

En el lado de la siniestra, se han juntado dos circunstancias concretas, una primera el nacimiento, bien subvencionado, de un partido antisistema, antidemocrático y comunista como podemos y unas bases dirigentes del PSOE ansiosos de poder y sin escrúpulos, sin ideología y muchas, pero muchas ganas de aparentar todo aquello de lo que carecen, que se unen a PODEMOS en un objetivo común, un proyecto unitario y un plan concreto que ejecutar, el proceso de destrucción de España y la construcción de un Estado plurinacional desmembrado, manipulable y rupturista con toda la tradición de siglos de historia que ni se conoce, ni respeta.

En el campo de la diestra, el problema no está en la división, que es un problema en sí mismo, sino básica y fundamentalmente en la carencia de un plan o proyecto común que desarrollar en el caso de gobernar. No saben qué quieren hacer de España, no tienen una visión del país, no quieren más que salvar la economía, pero no presentan una hoja de ruta, con unos hitos que ir desarrollando y un objetivo o meta clara, se limitan a cubrirse con la bandera, loar nuestro pasado, afirmar determinados valores, que muchos de ellos no cumplen, pero no presentan esa ilusionante travesía que debemos de desarrollar juntos para alcanzar un futuro concreto.    

Si la derecha se creyese sus eslóganes, en lugar de dividirse, de mantener disputas internas y externas o de construir muros entre ellas, se dedicaría a conformar un mínimo común denominador que fuese España, que se olvidase de sus minúsculos intereses de catetos de pueblo y con trabajo, esfuerzo y tesón proyectase un plan de acción, un proyecto común, un proceso de reconstrucción y fortalecimiento que ilusione a los ciudadanos que quieren no perder la unidad de los pueblos, la libertad de las personas y de la economía, con la seriedad en la formación, el rigor en la sanidad y una reconstrucción democrática de cuantos controles de poder y contrapoder se puedan implantar, sin que el cambio político los pueda desmontar y, todo ello, con un objetivo claro, una herencia que dejar a nuestros hijos.

Ante la falta de planes, de proyectos claros, una ciudadanía que sólo quiere pan y circo, no se ilusiona, no se apasiona y se deja llevar por el hedonismo vago que proclaman las televisiones y los políticos de la mediocridad.

Tenemos una democracia que se limita al ejercicio del voto cada cuatro años, sin entender que, siendo esto importante, la fortaleza de la democracia, la robustez de un sistema democrático y la calidad de la misma, se evalúa en el más alto nivel de control del ciudadano respecto de los poderes, de la creación de modelos de responsabilidad de la clase dirigente, de la exigencia de la verdad al político, de comprender que entre el ciudadano y el político se firma un contrato de representación que no sólo se desarrolla en su firma, en el voto, sino en su cumplimiento y desarrollo conforme a lo firmado.

Cuando limitamos la democracia al voto, reforzamos el poder del mayoritario, sea cual sea, y aceptamos que nos mienta, que limite nuestros derechos, que ejerza ese poder sin limite por el sólo hecho de haber obtenido una mayoría parlamentaria, ponemos de manifiesto nuestra dejación de derechos, nuestra incomprensión de la democracia y nuestra falta de inteligencia, pues lo que hoy nos gusta por ser de los nuestros, algún día nos resultará insoportable por hacerlo otros, si es que no vivimos con horror un modelo de destrucción de la libertad que pagaremos todos.