Castilla y León

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Opinión

Políticos, médicos, astronautas y comités científicos ultrasecretos

9 mayo, 2020 22:19

Con algunos personajes públicos el cerebro se me hace un ovillo. No acierto a dilucidar si hablan en condición de una cosa o de otra. La consejera de Sanidad de Castilla y León, Verónica Casado, sale en el telediario cidiano a comunicarnos las malas nuevas y no sabes si lo hace en condición de médico 5 estrellas 2018, política de nuevo cuño o como la gran madre sanitaria de todos nosotros. Pese a su buena intención, sus declaraciones tienen a veces un tono maternalista irritante.

Algo parecido sucede con Pedro Duque, cuyas declaraciones dejan la duda de si son del ministro o del astronauta. También con Fernando Simón, ese hombre con aspecto de llevar varios días “durmiendo en un coche”, según Pablo Motos, que se nos aparece cada mañana aparentando rol de científico, aunque su papelón se asemeja más bien al de un político.

Simón es un rompeolas de gobiernos (de este y de los anteriores), puesto ahí al presente para absorber las críticas y que no salpiquen al presidente o ministro de turno. Además, lo hace tan bien que las críticas parecen resbalarle. Tras sus llamativos patinazos al inicio de la pandemia, su credibilidad como vocero científico ha quedado muy devaluada.

Otros personajes públicos, en cambio, caso de Pedro Sánchez o Pablo Casado, no presentan tales dobleces, son más diáfanos, y se dirigen a la parroquia desde su única y exclusiva condición.

Con la mascarilla igualadora hemos pasado del “no hace falta” para el común al “no estorba”, y de ahí, a que sea obligatoria en el transporte público. Al principio de la pandemia, el déficit de mascarillas en España resultó desolador, sobre todo por los efectos devastadores que la carencia provocó entre el personal sanitario.

La consejera de la Sanidad cidiana nos envolvió entonces en un bonito envoltorio médico un mensaje que era político: “los ciudadanos no la necesitan”. Luego fue reculando un poco, como la poesía de Juan Ramón Jiménez, a tenor de lo que se veía en otros países e incluso de lo que ya se empezaba a proponer desde el Gobierno, pero sin dar su brazo a torcer.

Si la mascarilla evita que los portadores del coronavirus contagien a otros, bienvenida sea. No se entiende que a estas alturas no sea obligatoria en los supermercados o en cualquier espacio cerrado. La mascarilla evitaría que las toses de contagiados siembren de virus los mostradores de frutas y verduras o los envases de los productos.

Cosa distinta son los espacios abiertos o las calles poco concurridas. Parece que ahí la mascarilla no cumple más función que la de envenenarte en tu propio anhídrido carbónico.

Tampoco se entiende que el Gobierno incumpla la ley de Sanidad no haciendo públicos los nombres del ultrasecreto comité científico que supuestamente lo asesora sobre el coronavirus. La transparencia y la honradez son los mejores rodrigones de la democracia. Si su papel es tan fundamental como explican, lo suyo que el ciudadano conozca quiénes son sus integrantes. Sería lo normal en cualquier país políticamente avanzado.

Pero aquí al populacho se le toma por imbécil. No es para menos. En vez de profundizar en los asuntos, nos conformamos con hacer la ola a tanto político mediocre y desvergonzado que vive de vender la luna, pois, pois.