Opinión

El orgullo de los imbéciles

La reina Sofía junto a su hermana, la princesa Irene de Grecia, en Marbella.

La reina Sofía junto a su hermana, la princesa Irene de Grecia, en Marbella.

Los reyes Felipe VI y doña Letizia y la reina doña Sofía presidieron la recepción oficial que todos los años, coincidiendo con su periodo de vacaciones veraniegas en Mallorca, ofrece la Casa Real a las autoridades y a los representantes del tejido social y económico de las islas

Acudieron representantes de todos los estamentos sociales, y no lo hicieron alguno de los representantes de Podemos que, no solo no se excusaron y agradecieron la invitación, como correspondería a cualquier persona medianamente civilizada, sino que publicaron su rechazo en las redes sociales, argumentando su desprecio por sus ideas republicanas.

Estos son unos demócratas de pacotilla, porque nada tienen que ver sus ideas, con el respeto que le deben al jefe del Estado. Estos don Nadie han aparecido en nuestras vidas con la única misión de prohibir -a los demás– muchas de las actividades que producirían una actividad económica, perjudicando, esencialmente, a los trabajadores, a los más desfavorecidos, que, se supone, son los que los han votado. Como buenos comunistas, tratan de igualarnos a todos en la pobreza. Necios e incompetentes tienen el orgullo de los imbéciles e ignorantes, y la maldad de los resentidos.

Presumen -exhibiendo su rencor- de su desprecio al Rey, sin darse cuenta de que su visita es la mejor, y más barata, publicidad para la Isla. Miles de revistas publican sus fotos, y hacen referencia continua a Mallorca; las revistas del mundo de la vela comentan la regata denominada del Rey, situando la Isla en el centro del mundo.

Son tan presuntuosos que no se dan cuenta de que alardean de una estúpida insensatez. Son tan soberbios que solo la ignorancia puede aconsejar tal actitud. Porque, un día, Dios puso la mirada sobre estas islas del Mediterráneo, que Rubén Darío, con la belleza del poema, las vio cubiertas de pámpanos y rosas, pero, como islas, perdidas en este mar que vio nacer la vida.

Pasaron los años y los isleños tenían que emigrar porque la belleza sola no produce ingresos, si no existe la debida publicidad que la promueva. Uno de los principales que empezó la promoción, allá por los años sesenta, fue un cantante mallorquín llamado Bonet de San Pedro, quien, a través de sus canciones relativas a la citada belleza, repetidas continuamente por la radio, contribuyeron al turismo de los viajes de bodas. Pero, cuando la mirada de Dios fue más insistente, se produjo con la estancia en verano de don Juan Carlos. Al final de su mandato ya empezaron estos agoreros a ejercer su grosería.

Con este Rey, y la reina más atraída por el norte, de donde procede, sus estancias han disminuido, y con ellas la publicidad, aunque, de momento, las islas, siguen teniendo un gran atractivo.  Pero, si estos desarrapados siguen despreciándolos, juntos al anti-turismo, -los anti-todo de siempre- puede que la mirada de Dios se desvíe. Y, si el turismo deja de venir, serán los primeros en lamentarlo, porque ni el paro tendrán, dado que nunca han trabajado.

Ellos sí que merecen desprecio.