El patio de operaciones del edificio de Correos.

El patio de operaciones del edificio de Correos. E.E

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El edificio de Zaragoza que 'engaña' con su fachada: fue el lugar de las protestas sociales durante la Guerra Civil

En el centro de la ciudad se alza una construcción que, pese al paso de los años, sigue despertando admiración y curiosidad.

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En el centro de Zaragoza se alza un edificio que, pese al paso de los años, sigue despertando admiración y curiosidad: la sede central de Correos, ubicada en pleno paseo de la Independencia. Su historia, su estilo arquitectónico y su papel estratégico en momentos clave de la ciudad lo convierten en un emblema no solo del servicio postal, sino de la arquitectura institucional del primer tercio del siglo XX en España.

A diferencia de otros servicios como la telefonía, que fue inicialmente gestionada por empresas privadas, incluidas compañías extranjeras, el servicio de Correos en España ha sido siempre público. Así lo explica a este diario Jesús Martínez, doctor en Historia del Arte, quien asegura que esta condición marcó profundamente su desarrollo, sus infraestructuras y su arquitectura.

En Zaragoza, los primeros servicios postales datan del siglo XVIII, aunque no contaron con una sede estable durante mucho tiempo. Funcionaron en locales pequeños, diseminados por el casco antiguo, y cambiaban con frecuencia de ubicación. El primer emplazamiento conocido fue en la céntrica calle San Broto.

Fue en 1849 cuando se introdujo el sistema de pago postal a través de sellos, comprados en los estancos (establecimientos propiedad del Estado). Este cambio supuso una modernización importante: no era necesario tener una gran oficina para operar, ya que la venta y distribución postal podía organizarse a través de la red de estancos. Aun así, la necesidad de una sede representativa persistía.

De teatro a centro de comunicaciones

En 1915, el Teatro Pignatelli, situado en el Paseo de la Independencia, fue demolido. Según explica Martínez, su solar se dividió en tres partes: una fue adquirida por la compañía telefónica (en ese momento de capital estadounidense), y otra fue comprada por el Estado por 270.000 pesetas —unos 1.600 euros actuales— con el fin de construir el edificio de Correos.

Y, de hecho, la adquisición generó cierta polémica: "Muchos ciudadanos se quejaban de la lejanía del nuevo emplazamiento, al considerarlo incómodo respecto a los estancos del centro histórico", apunta.

La construcción fue encargada mediante un concurso público, como correspondía a una obra estatal de relevancia. El proyecto fue adjudicado al arquitecto Antonio Rubio Marín, originario de Granada (detalle que influirá en el aspecto del edificio) y afincado en Madrid. "La elección no recayó en un profesional local, ya que el proceso era nacional, con participación abierta a arquitectos de toda España", confirma el historiador.

Vista exterior del edificio.

Vista exterior del edificio. E.E

Las obras comenzaron el 12 de octubre de 1921, fecha simbólica habitual en la ciudad, y finalizaron justo cinco años después, el 12 de octubre de 1926. El coste final fue de dos millones de pesetas (aproximadamente 12.000 euros actuales), el doble de lo inicialmente presupuestado.

Un edificio único

El edificio destaca por su estilo neomudéjar, pero no se trata de un neomudéjar al uso. Mientras otros edificios de Zaragoza con este estilo, como la Facultad de Ciencias, remiten a la tradición aragonesa, el de Correos introduce elementos decorativos más cercanos al arte nazarí, propio de la arquitectura granadina. Esta elección estética tiene una explicación lógica: "Su autor, Antonio Rubio, era granadino, y sus referencias personales e intelectuales estaban más cerca de la Alhambra que del mudéjar turolense", explica Martínez.

Muchos observadores han supuesto que el edificio se inspiraba en los modelos mudéjares de Teruel, pero en realidad su decoración (rica en motivos geométricos, arcos de herradura y detalles ornamentales) "tiene mayor parentesco con la tradición andalusí de Granada". Este enfoque poco habitual para un edificio público en Zaragoza lo convierte en "un caso único en la ciudad, sin precedentes ni equivalentes directos".

Detrás de esta decisión estética se encuentra también la figura de Emilio Acuña, quien fue director general de Correos hasta 1910. Durante su mandato, se establecieron unas directrices claras sobre cómo debían ser los edificios de Correos: debían ser los más bellos de la ciudad, cómodos para el personal y el público, higiénicos, y debían inspirarse en estilos históricos españoles. La intención no era solo funcional, sino también ideológica y representativa: la arquitectura debía expresar los valores del Estado.

De hecho, el edificio de Zaragoza toma como referencia estética una conocida obra en Sevilla, lo que reafirma la apuesta por una imagen nacionalista, con elementos arquitectónicos reconocibles como parte del patrimonio histórico español.

Luz y amplitud

Uno de los espacios más notables del edificio es su patio de operaciones. Situado tras una escalinata de acceso, se trata de una sala amplia, inicialmente amenazada por la falta de iluminación, al carecer de ventanas al exterior. Antonio Rubio resolvió el problema con una solución técnica audaz para su época: un techo acristalado en forma de pirámide, sin columnas interiores visibles.

Esta estructura flotante, sustentada desde los bordes superiores, proporciona una luminosidad natural que transforma el espacio en algo moderno y acogedor, "muy distinto de la oscuridad habitual en edificios administrativos de la época".

A lo largo del siglo XX, el edificio de Correos fue mucho más que una oficina. En momentos de conflicto o protesta social —especialmente durante los años 30 y el estallido de la Guerra Civil—, era uno de los primeros inmuebles en ser ocupado o protegido por fuerzas del orden. Su importancia era crítica: "Controlar el edificio equivalía a controlar las comunicaciones de Zaragoza", explica Martinez.

En un tiempo en que el teléfono aún no estaba plenamente extendido, las cartas y los telegramas eran los principales medios de comunicación civil y militar. Por tanto, quien poseía el edificio de Correos tenía acceso a la red de información de toda la ciudad.

Legado y continuidad

Hoy en día, el edificio continúa siendo sede de Correos, manteniéndose en uso activo y conservando su estructura original. A muy poca distancia se encuentra otra obra destacada del mismo arquitecto: el Gran Hotel de Zaragoza, construido justo al año siguiente, en 1927, aunque en este caso con un diseño más moderno y menos condicionado por estilos históricos. "La comparación entre ambas obras permite observar cómo la normativa y la función institucional condicionaban la estética de las construcciones", expone Martinez.

La sede de Correos en Zaragoza no solo es un hito arquitectónico, sino también un testimonio de una visión de Estado: un edificio diseñado para ser útil, bello, duradero y símbolo de una administración pública sólida. Su estilo, su historia y su papel estratégico en la ciudad lo han convertido en "una rareza monumental", con raíces granadinas en pleno corazón aragonés.