Alicante

Alcachofas, granadas, membrillos o cebollas pasan por la cámara de Pilar Pequeño y se convierten en prodigiosos bodegones. Lo mismo con flores como el azahar, las peonias o los crisantemos. Y ahora, más grandes que nunca, las recoge en una exposición centrada en la flora mediterránea, que ha preparado a partir de sus paseos por la sierra del Ponoig en Polop o la del Jarama en Madrid.

"Voy caminando por el campo y si hay flores que no conozco o no he fotografiado, me atraen más", cuenta con ojos brillantes antes de dar una charla en Casa Mediterráneo. Va preparada con unas tijeritas para podarlas, "sin dañar a la planta", y fijándose en el tallo o si las hojas están caídas para saber si le aportarán valor una vez las lleve a su estudio.

La peonia es una de las flores que muestra Pilar Pequeño en esta muestra. Pilar Pequeño

Y encontrarlas no es fácil. Pilar Pequeño va a la caza de las plantas antes de que desaparezcan. "Si el año anterior he estado en un sitio donde he visto algunas que me han gustado mucho, y no las he cogido por lo que sea, vuelvo". Su enemigo es el tiempo "porque la primavera corre y cuando voy a buscarla, se ha acabado. Hay veces que son tan bonitas... ¡y corren y corren!".

Una vez tiene su presa, la examina detenidamente. "Voy mirando cómo son sus pétalos, los tallos... Y ya voy pensando si la pongo a contraluz, las pongo en un frasco o la sumerjo". Un proceso en el que se toma su tiempo, hasta dos o tres días, asegura. Tiempo en el que la frescura se pierde y en el que, a pesar de volver al lugar donde las encontró, ya no hay más.

En el Prado

El detalle le ha ido dando sus satisfacciones. En 2010 recibió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura y su obra está presente en las colecciones de centros como el Museo Reina Sofía o el IVAM. Y una de las exposiciones más especiales la llevó a enfrentarse con los clásicos que adora desde que empezara su carrera dibujando

En los diferentes paisajes que le aportan la costa y el interior, va buscando los ejemplares que luego hundirá en el agua o servirá en platos de los que se enorgullecería Francisco de Zurbarán. Su apego a los bodegones es lo que atrajo a Francisco Calvo Serraller. El que fuera director del Museo del Prado, la escogió en 2018 para una exposición que acogería la pinacoteca en su bicentenario, donde compartió espacio con la alicantina Cristina de Middel y los valencianos Bleda y Rosa.

Detalle de jarrón de crisantemos y ciruelas, que evoca su referencia a los clásicos. Pilar Pequeño

"La naturaleza muerta no tiene momento decisivo, lo tiene que crear el autor", explica sobre su técnica. Después de tener el sujeto y la composición, elige la luz. "En un paisaje si quieres tienes que volver para ver cuándo puede ser la foto que se te ha ocurrido. En cambio, con la planta la hago con luz natural y la pongo como se me ocurre".

El agua siempre ha estado presente en sus series, destaca. Ya fuera en pequeñas gotitas que dejaba caer sobre los pétalos o a través de vasos. Hasta que decidió hundirlas en grandes jarros. "Y entonces lo que sacaba, además de la planta, eran los reflejos". Eso la llevó a acercarse cada vez más a escudriñar a sus bellas víctimas. "Hasta que no se ven los límites del recipiente y solo se ve la planta".

Cuando sucede eso, aparece la protagonista, la luz. A su ventana llegan los rayos de sol que tamiza poniendo cartones o telas la dirige para descubrir las posibilidades de los reflejos en el agua o en el vidrio. Y los que nunca tendrá, promete, son los de los focos. Ni siquiera quiere usar reflectores o espejos, asegura. "La luz de verdad es la natural". 

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