La muerte a cuchilladas de Pilar (57) a manos de su pareja sentimental, Ana María (53), la madrugada del domingo en el barrio del Raval en Barcelona nos obliga a abordar la aparente contradicción que supone luchar contra la violencia de género y, al mismo tiempo, negar a las parejas homosexuales la misma protección que asiste a las heterosexuales cuando sobre aquéllas se ceba esta lacra.

La obsesión por dar una connotación exclusivamente machista a la violencia en las relaciones de pareja da lugar a paradojas hirientes, empezando por el hecho de que el asesinato de Ana María quedará fuera de las estadísticas oficiales, en las que sólo se registran como violencia de género los asesinatos de mujeres perpetrados por hombres, mientras que se cataloga como “violencia doméstica o en el hogar” el resto de las registradas en el ámbito de las relaciones de pareja.

Desigualdades

El debate nominal es importante porque genera una suerte de violencias de primera y de segunda categoría -según sean heterosexuales, gays o transexuales- y ampara desigualdades en la activación de protocolos de protección de las víctimas y en las ayudas y prestaciones que reciben. Por ello, no es de extrañar que la asociación Colegas haya emitido un comunicado en el que alerta de la discriminación que sufren las víctimas de “violencia intragénero” y llama a superar la "invisibilidad" de este tipo de agresiones. De hecho, en España ni siquiera hay estadísticas sobre la violencia ejercida por hombres contra otros hombres, o de mujeres contra otras mujeres, en el ámbito familiar. Estudios elaborados en EEUU, Canadá y Australia -a los que alude este colectivo LGTB- demostrarían que hay más casos de violencia en el hogar en parejas homosexuales que heterosexuales.

Los estados más desarrollados han asumido la identificación automática entre violencia de género y machismo, lo que atañe a las políticas de erradicación de este fenómeno. No se puede negar que los comportamientos machistas, frecuentes en una cultura heteropatriarcal, invaden también las relaciones afectivas entre personas del mismo sexo. De hecho, conviene tener en cuenta el criterio de la Organización Mundial de la Salud, que aborda la identidad de género en función de los roles que adopta cada miembro de la pareja, en lugar de ceñirse al hecho biológico.

Código Penal 'de autor'

El problema es que escuchar al colectivo LGTB o adoptar la visión de la OMS respecto del género cuestiona muchos tabúes y obligaría a considerar todo lo relacionado con la violencia de género, empezando por un Código Penal de autor en el que se castiga con más pena la violencia en el hogar cuando la ejerce un hombre contra una mujer, que cuando la ejerce una mujer contra otra, o un hombre contra su pareja homosexual.

La muerte de Pilar a manos de Ana María ha puesto de manifiesto, de manera terrible, los fallos y desigualdades existentes en la lucha contra la violencia en el ámbito del hogar. Lo importante no debería ser abordar este fenómeno desde una visión más o menos sensible a las reivindicaciones de un colectivo, sino ser más eficaces en la protección de las víctimas para atajar una epidemia que suma ya la 24 muertes -incluyendo la de Ana María- en lo que llevamos de año. La delegada del Gobierno para la violencia de género y el Observatorio creado en el seno de la ley orgánica correspondiente deberían tomar la iniciativa y emitir cuanto antes sendos informes -artículos 29 y 30- que sirvieran al legislador para ampliar esa cobertura.