#Susanaestáenmicasa. Y está en la de todos los miarmas de bien. Susana va más allá de lealtades chungas y temporales que impongan en este Ferraz hoy triunfante, que ella -ahora mismo- sólo es leal con su Andalucía, con su gente, con sus criaturitas y con esos tiesos que se curan del levante con la paguilla autonómica, con una camiseta sudada de la Expo y el vinazo barato de Chiclana. Susana ya tiene otro finado más, el cónsul frivolón, y ese oxígeno del Parlamento andaluz en pleno. Ese Parlamento que por defender algo y justificar ontológicamente la Autonomía defiende el acento trianero como cuestión de Estado: sólo hay que ver al PP enardecido de andalucismo y a puntito de elevar a Paco Gandía a los mismos altares que Blas Infante. Y no nos engañemos, Susana no habla andaluz, sino una gramática parda con acento del gato Jinks (marditos roedores) salpimentada con los lugares comunes de este socialismo de siempre, quizá el más nuestro en esta hora de la hora del sanchismo, que nos dice el CIS que es lo más. Claro que España, en eso de preferencias, es diferente, veleta, consentidora y hasta autofágica.

Desde Juventudes se vio que en Susana había algo más que el triunfo de la voluntad, porque la presidenta de los andaluces y las andaluzas, en eso de la voluntad y el poder, se pega más a la Pantoja que a Nietzsche.

Susana no habla andaluz, Susana habla en Susana, y se le entienden incluso los silencios, y los gestos y las lacas, y le admiran los modelitos en rojo cuando coincide con su par, la reina Letizia, por algún sarao del Instituto Cervantes en Málaga. Susana Díaz Pacheco te defiende la unidad de España, se abraza con una viuda felipista, inaugura un ambulatorio junto a un metro made in Lepe al que le faltan catenarias y le sobran consejeros. Susana es madre de la plaza de Mayo o de la plaza de Juana Rivas, que, si hay que personarse, ella se persona como Junta (sin conflicto de lealtades, porque Andalucía, Junta y Susana son una y trina). Tantos años en Derecho la habilitan en el ejercicio de desfacer los entuertos de una región de ciegos.

Pienso en Susana, pienso en el dialecto andaluz, en las polémicas fatuas y todo acaba llevándome irremediablemente a una serpiente de verano de éstas que nos entretienen a los filólogos, los dialectólogos y a un taxista de Chipiona, Pepe Corbacho, que aporta la cuota de heterodoxia al tema.

Pienso también en el cónsul Sardà Valls y en ese exotismo de sus destinos: Bogotá (el mal de altura) y Hannover (donde Ernesto y su alegre melopea) para terminar de hacerme el cuadro mental. Para comprender todo. Porque si la lengua es compañera del Imperio (Nebrija), el dialecto lo es de la cortijada susanera. Agosto empieza con un cónsul menos al que le han afeitado de cargo y lengua por ocioso. Plurales guerras de Susana en esta España del pluripedrismo, de la inopia: la que nos canta el CIS.