No sé qué día asumimos que la izquierda era este mejunje romántico de exaltación de la diferencia. Mientras escuchaba el discurso de Pedro Sánchez en el Congreso del PSOE veía caer los tuits de mi vecino de columna José Antonio Montano. Montano es el perfecto socialdemócrata, un tipo tan atento a la igualdad entre españoles que ya no tiene un partido al que votar.

Sánchez hablaba de que Cataluña debe encontrar su sitio en España, enarbolaba conceptos tan vacuos como la plurinacionalidad, sacaba naciones de otras naciones como de una matrioska y era como si la izquierda se fuera alejando palabra a palabra de Montano, que terminó la mañana convertido en un residuo del pasado. Como todos los nostálgicos de la trama solidaria de afectos que un día soñó la izquierda para España.

Sánchez hizo de la tautología un programa político y ahora empieza a encaminarse peligrosamente hacia el palíndromo. Primero fue el no es no y ahora le dice a los jóvenes “el futuro es vuestro porque el futuro sois vosotros” y mañana, quién sabe, dábale arroz a la zorra el abad.

Pedro Sánchez elogió el catalanismo que emana de la Constitución como uno de los grandes logros de la generación política que combatió el miedo con generosidad y minutos después llamó a traicionar el espíritu de la Carta Magna para contentar a una clase dirigente regional que alimenta el miedo con su egoísmo.

Pedro Sánchez es a la vez el viejo y el nuevo PSOE. Él se sucedió a sí mismo en la Secretaría General y quizás su mayor audacia es el haber relegado al Pedro Sánchez que fue derrotado en dos elecciones generales consecutivas al mismo sótano de la memoria donde ha relegado al resto de secretarios generales del partido. Pedro Sánchez no se reconoce heredero de la historia del PSOE, ni siquiera de su propia historia personal. El adanismo es esto. Un liderazgo que nace como por generación espontánea, sin biografía ni tradición.

Ni González, ni Almunia, ni Zapatero, ni Rubalcaba fueron mencionados desde la tribuna. A medida que Sánchez hablaba percibíamos que el socialismo se apartaba ya de ellos y que esa omisión era el primero de una serie infinita de cambios, como cuando el narrador de El Aleph vio que habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios en las carteleras de fierro de la plaza de la Constitución el día que Beatriz Viterbo murió.

El sarcasmo es que Pedro Sánchez es la destilación última de las sucesivas destilaciones a las que los precedentes secretarios generales sometieron el discurso socialdemócrata para que el nacionalismo se fuera sintiendo cómodo, ignorantes de que la razón de ser del nacionalismo es la incomodidad perpetua. Una consecuencia histórica, por más que tanto él como sus adversarios se nieguen a admitirlo.