Una semana más el nacionalismo ha sido, antes que una ideología, una estrategia de defensa. Las tardes de redada de presuntos comisionistas siempre terminan en Cataluña virando hacia una exaltación de lo nacional. Como si lo que allí se estuviera preparando fuera una transición hacia una cleptocracia orgullosa.

El otro día, con Alsina en Onda Cero, Artur Mas invocó un argumento desesperado que revela cuánto hay cierto en aquello de que la patria es el último refugio de los canallas. Dijo: “Si Cataluña se convierte en un Estado independiente, la legislación española no tendría efecto”. Cataluña terminaría siendo, por tanto, una habitación del pánico.

Según le ha contado a una periodista de La Vanguardia, cuando esté sentado en el banquillo para responder por la consulta circense del 9-N, Mas llevará en la solapa un pin con el escudo de la Generalitat. Quiere dejar claro en la sala “que están juzgando a un presidente de la Generalitat”. Carles Puigdemont, en una entrevista en el mismo periódico, insistió en esa idea con una expresividad todavía más transparente: “Yo acompañaré a Mas, Ortega y Rigau para que quede claro que no se juzga simplemente a personas, sino a quien fue el president”. Simplemente personas. La prevaricación explicada para dummies. Gracias a declaraciones como estas podemos hacernos una idea de cómo sería la justicia en una Cataluña independiente. Por de pronto sabemos que en determinados juicios no se juzgaría “simplemente a personas”.

En la entrevista con Alsina el expresident Mas dejó otra cita luminosa: “En algún momento habrá que desobedecer al Constitucional”. ¿Cómo va a argumentar su defensa de que el 9-N no existió prevaricación si el único punto del programa de gobierno de Artur Mas requería de forma inevitable de la prevaricación? ¿Cómo, si el propio Mas admite que aquel día encontraron “la manera de poner las urnas” y que “David ganó a Goliat? Piensen también en Irene Rigau y en cómo en vísperas del juicio reformuló la definición de prevaricación: “Si no lo hubiera hecho, no tendría problemas con la justicia pero sí con mi conciencia”. Con acusados como estos no es necesario fiscal.

Tras la lectura de la prensa del fin de semana lo que más llama la atención es la amargura con la que los líderes independentistas asumen un proceso judicial que, a su entender, será un “acelerador del soberanismo”. Como si no entendieran que la forja de un mártir precisa de un martirio. He aquí la gran debilidad del independentismo en Cataluña. Hay demasiados aspirantes a mártir pero ninguno está dispuesto a pasar por el doloroso trámite del martirio.