Hay que cuidarse de las puertas equivocadas: si entras o sales por una, te topas con la España negra. Eso les ocurrió el sábado a los diputados de Ciudadanos que salieron del Congreso por la que daba a la manifestación de “la gente”, definida esta como ese selecto grupo de señoritos que se sitúa por encima del pueblo y lo que vota.

Eldiario.es lo contó de esta desdichada manera, ya tristemente célebre: “El único momento de tensión se ha vivido cuando un grupo de diputados de Ciudadanos ha optado, por entre todas las salidas del Congreso disponibles, tomar la que congregaba a un grupo de dos centenares de manifestantes. En ese momento han arreciado los gritos y han caído algunos objetos dentro del vallado que no han provocado herido alguno”. De esta redacción se ha suprimido luego en la web el pasmoso “entre todas las salidas del Congreso disponibles”; y se ha cambiado el angelical (¡y cómplice!) “han arreciado los gritos y han caído algunos objetos” por “manifestantes han lanzado objetos hacia dentro del vallado”. Un poco de vergüenza a posteriori han debido de sentir: algo es algo.

Más que para acusar, me interesa señalar estas cosas como síntomas. Síntomas, por supuesto, de una melancólica fractura: por la que vamos cayendo en la España de la que salíamos. En nuestros populistas y nacionalistas, explícitos despreciadores de lo español, se reconoce lo peor de lo español: quizá porque en ellos retorna lo reprimido, grotescamente.

Todo lo que dicen o hacen nos lo sabemos, porque es lo que siempre hubo; así, irritan tanto como hastían. Das una patada en cualquier siglo de la historia de España y te salen a puñados los Iglesias, Errejones, Espinares, Monteros, Bescansas, Garzoncitos, Tardàs, Rufianes y el proetarra de turno: obtusos cargados de razón, las machadianas cabezas que “embistieron” en la investidura.

“Nueva política”, en sentido estricto, solo hemos tenido la que alumbró la Constitución de 1978. Ese momento en que los españoles, como escribió Borges de los suizos, tomaron “la extraña resolución de ser razonables”. Ni siquiera la hermosa y trágica II República, como ha señalado el profesor Villacañas, se atrevió a someter su Constitución a referéndum...

Los que hablan ahora con rencor del “régimen del 78” están siendo, pues, viejos y hasta ancestrales, por nuevos que se vean. Se plantan en lo que había sido este corral del modo en que se acostumbraba. Y el ciudadano que tenga la desdicha de salir por la puerta que conduce a ellos, al rincón en que han suspendido la ciudadanía, se encuentra con nuestro pasado de todos los demonios. Para puertas giratorias, esas.