No está uno muy seguro de cuál es el motivo exacto por el que se ha desatado, al fin, la cacería de Pedro Sánchez. Bien podría ser, como alegan sus peores enemigos y hace cuatro días compañeros, su empeño en velar por su propia supervivencia y sus malos resultados electorales, aunque no está de más recordar que levantó y mantuvo la intención de voto por encima del nivel que tenía cuando sucedió a Rubalcaba y evitó, en situación límite, el adelanto en votos de Podemos. Lo cierto es que cuesta imaginarse a un candidato alternativo que hubiera mejorado sus prestaciones. Sobre todo, entre los barones sublevados.

Bien podría pagar, como apunta Íñigo Errejón, la intención de llegar a acuerdos de gobierno con Podemos, infringiendo una suerte de precepto sagrado que en cambio, a la vista está, no vulneraba el pacto con Ciudadanos. Teniendo en cuenta que en ningún momento planteó Sánchez entregar carteras a los morados, el precepto tendría que ver con dar vela en el entierro a unos antisistema que es preciso mantener como sea extramuros de la gobernanza del país, convenientemente al margen de la toma de decisiones, para mantener el equilibrio sistémico.

Tampoco cabe descartar, vistos el encono y la ferocidad con que emergió de las profundidades abisales el expresidente Felipe González, y la dureza sin precedentes exhibida por la mayoría de los barones que cada mañana tienen esperando a la puerta de su casa un coche oficial, que detrás de la apertura de la veda contra Pedro el temerario anduviera la aprensión de alguno por perder el estatus con que nuestro generoso país beneficia a los titulares presentes y pasados de altas magistraturas nacionales o autonómicas. Cuál sea la naturaleza y el alcance del temor de cada cual, quede al amable e inteligente lector imaginarlo, pero no deja de resultar llamativo que en cabeza de esta insurrección, y dando las notas más altas y las voces más gruesas, se hallen los más conspicuos patricios del partido, apremiados a actuar antes de que alguien pueda consultar con la militancia y a fin de que dicha consulta se materialice lo más tarde posible.

Sea como fuere, la violencia del ataque, la pérdida de toda compostura y el abandono de las más elementales maneras, amén de la propia opacidad propositiva de la operación, hacen evidente que acabó por saltar el fusible que alguien había puesto al liderazgo de Pedro Sánchez para el caso de que superase la tensión autorizada. Fundidos sus plomos, el que hasta hace cuatro días pasaba por ser el líder del PSOE es hoy carne de amortización política perentoria. Se resiste, y pronto se verá cómo, cuándo y si logran doblegarlo. Lo que esta semana ha quedado destruido, y por bastante tiempo, es el crédito que conservara el partido que fue referente de la izquierda española.