Este lunes, miles de niños habrán llegado al cole con los deberes sin hacer porque sus padres así lo han decidido. Los profes les han puesto tarea para el fin de semana, pero los papás han dicho que no, que no se hace. Cientos de maestros a lo largo y ancho del país sentirán que su autoridad vale menos que cero. Que no pintan nada. Que los padres (y los niños) mandan en casa y mandan en el cole. No sé si los convocantes de esta huelga han calibrado lo que supone para un profesor que los chavales puedan restregarle en las narices que pinta tan poco que ni siquiera puede poner trabajo para el fin de semana.

A la cuestión de los deberes hay que darle una vuelta, sobre todo en aquellos colegios que se complacen en enviar a casa tareas que los críos no pueden hacer solos. Pero ese afán por librar a las criaturas de cualquier esfuerzo suplementario, esa defensa a ultranza del derecho al holgazaneo, esa obsesión porque el niño sea dueño y señor de todo el tiempo que no pasa en el aula no puede traernos nada bueno.

Sobre todo porque, tras decidir por su cuenta y riesgo lo que es malo para los niños (y escribir una redacción o resolver unos problemas matemáticos no puede serlo), los padres siguen depositando sobre las espaldas de los maestros la pesada carga de su educación. Es responsabilidad suya que el niño aprenda, que lea, que respete al prójimo: que se sepa el teorema de Pitágoras y que sea un buen ciudadano.

Con monsergas como la famosa huelga de deberes, han convertido al profesor en una suerte de enemigo común: el malo de la película contra el que combaten el papá, la mamá y el nene que quiere haraganear durante el finde.

Cuando yo era niña, el docente se aliaba con los padres en beneficio del alumno: “que haga dictados, que lea un poco más, póngale unas divisiones, que flojea en cálculo”. El maestro encontraba en los padres un colaborador necesario en la buena marcha del chaval. Ahora se enfrenta a la incomprensión de los que le dicen aquello de “usted no entiende a mi hijo” o “con los impuesto que pago, ya podría hacerlo mejor”.

Vivimos en un país donde los profesores se ven obligados a militar en un equipo contrario al de padres y alumnos, que se coaligan para limitar su margen de maniobra. El mismo país en el que puedes sentarte ante un juez por dar un bofetón a tu hija adolescente, pero te la llevan borracha a casa dos veces y se supone que la culpa es del ayuntamiento. Qué mal lo estamos haciendo todos. Qué mal.