Tras numerosos episodios de hostigamiento de compañías tecnológicas norteamericanas por parte de las autoridades económicas y fiscales de la Unión Europea, al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos se le ha terminado la paciencia y ha enviado un escrito a Bruselas acusándola de mantener un criterio completamente sesgado contra las compañías norteamericanas y de “estar a punto de dar lugar a un precedente desafortunado en política fiscal internacional”.

El informe es categórico y rotundo, y equivale al desencadenamiento de una auténtica guerra comercial entre ambas orillas del Atlántico a cuenta de la manera en que son contabilizados los impuestos en una época en la que las fronteras, aplicadas a las transacciones en internet, tienen cada vez menos sentido. Según las autoridades norteamericanas, los criterios de la Unión Europea que afectan a compañías como Facebook, Google, Amazon, o la que finalmente ha desencadenado el episodio, Apple, son erráticos e incomprensibles: desde cualquier punto de vista, estas compañías cumplen escrupulosamente la ley, optimizan el pago de sus impuestos mediante mecanismos perfectamente legales, que se limitan a aprovechar asimetrías en la legislación internacional para pagar lo menos posible.

¿El criterio europeo? Sí, de acuerdo, es innegable, aplicas escrupulosamente la legislación fiscal internacional punto por punto... pero pagas muy poco en tal o cual país, así que voy y te multo retroactivamente por los impuestos que yo, unilateralmente, opino que tenías que haber pagado en él.

Tras las protestas norteamericanas hay una gran verdad: las leyes que permiten utilizar bases como Irlanda, Holanda o Luxemburgo como paraísos fiscales o transferir ingresos entre subsidiarias están al alcance de cualquiera, pero la Unión Europea solo protesta por algunas de las empresas que las aplican: compañías norteamericanas en fuerte crecimiento que generan importantes beneficios. En la práctica, lo que Europa hace es utilizar a la Comisión Europea como autoridad fiscal supranacional a instancias, en muchos casos, de competidores europeos, creando así un desequilibrio comercial que genera la protesta norteamericana. Dado que estas prácticas están disponibles para cualquiera, pero las multadas son exclusivamente compañías norteamericanas, deducimos que “las multan por ser americanas”.

Las leyes son las leyes, y son para todos. Si son malas, y Europa cree que algunas compañías, independientemente de su nacionalidad o actividad, pagan pocos impuestos, tendrá que cambiarlas. Perseguir específicamente a algunas compañías por aplicar correctamente la ley, por mucho que la ley esté mal concebida, no solo no tiene sentido, sino que genera una imagen sesgada y arbitraria que lleva a protestar a los norteamericanos. Imagen sesgada y arbitraria que vista desde Europa, además, resulta tristemente real: en términos legislativos, Europa es un cachondeo.