La respuesta del presidente de Prisa a las informaciones que lo vinculan con los papeles de Panamá es absolutamente desproporcionada y revela, una vez más, su espíritu censor. Después de que varios medios hayan publicado que posee el 2% de una petrolera relacionada con paraísos fiscales y que su exmujer figuró como apoderada en una empresa radicada en las islas Seychelles como posible tapadera de sus negocios, Juan Luis Cebrián ha convertido este asunto estrictamente personal en casus belli corporativo, prohibiendo que participen en la Cadena Ser periodistas de esos medios y suprimiendo las colaboraciones de periodistas de Prisa en una cadena de televisión.

Juan Luis Cebrián está en su derecho de ejercer acciones legales si considera lesionados sus intereses, pero involucrar a toda la compañía que preside y a sus trabajadores en su causa, así como ejercer represalias contra los informadores que han destapado el asunto, habla a las claras de cómo entiende el periodismo, y de su respeto a la libertad de expresión y al derecho a la información.

No es la primera vez que Cebrián muestra este talante. El País prescindió de los servicios de Miguel Ángel Aguilar, un histórico de Prisa, después de unas declaraciones al New York Times en las que denunciaba la existencia de "censura" en el periódico. Y hace unos meses, Cebrián obligó a retirar el nombre de Pedro J. Ramírez de una columna de Manuel Jabois con el argumento de que había determinadas personas que no debían aparecer jamás en el periódico.

Su forma de proceder en relación con los papeles de Panamá delata un nerviosismo que hace más creíble los hechos que en ellos se apuntan. Pero además demuestra una enorme hipocresía. El País se ha venido haciendo eco con grandes titulares y ha criticado editorialmente los casos de Putin, de David Cameron y de José Manuel Soria, entre otros, porque amigos y familiares aparecían en la documentación de Panamá. ¿Cómo puede ahora Cebrián pretender que se silencie su situación?

En la guerra que se ha abierto ahora entre medios existe un gran fariseísmo. La cadena de televisión que se ve afectada por el veto de Cebrián, lo practica habitualmente con los periodistas de medios que no son gratos a sus propietarios. Y quien denuncia que es víctima de la censura en la Ser, la practicó hace bien poco eliminando la entrevista a un cineasta porque no compartía las tesis de su medio respecto del 11-M. Ahora bien, lo que hace especialmente repudiable la postura de Cebrián es que su reacción no responde a una determinada línea editorial, sino a proteger simple y llanamente la opacidad de sus negocios.

El presidente de Prisa debería explicar en concepto de qué posee un 2% de una petrolera, circunstancia que contraviene el código ético del Grupo Prisa, que prohíbe a sus profesionales crear sociedades o tener cuentas bancarias en paraísos fiscales. Y también tendría que aclarar si existe colisión entre su posición periodística y su estrecha relación con el empresario iraní Massoud Farshad Zandi -amigo también de Felipe González-, cuyos sociedades offshore aparecen en la documentación panameña.

Cebrián ha preferido matar al mensajero y arrastrar a los periodistas de Prisa a una guerra que es solo suya. Veremos hasta dónde están dispuestos a seguirle.