Me gusta la fotografía. Calificarme como fotógrafo sería una osadía imperdonable, pero como afición, me ha acompañado durante muchos años, desde mis primeros cursos de revelado en blanco y negro en los Jesuitas de La Coruña, o cuando compré mi primera réflex -una Praktica manual que podía destrozarte un pie si te caía, fabricada en la RDA- viajando en auto-stop y guardándome el dinero que mis padres me daban para el bus entre Santiago y Coruña, y pasándome del tabaco rubio al negro.

La fotografía era una afición muy cara. Una lata de película o una caja de papel destrozaban mi presupuesto de entonces, y cada foto era como un bien administrado tiro. Pero cuando al revelarlas, aquellas gamas de grises ofrecían el resultado buscado, premeditado o no, era maravilloso.

Al ver la fotografía digital, me lancé inmediatamente. Llegaba en un momento en que mis circunstancias económicas ya daban para más alegrías, y aquello de disparar y ver me parecía auténtica ciencia-ficción.

En 2004, llegó Flickr: la fotografía social, compartir lo que hacías con quienes quisieran seguirte. Para los que habíamos aceptado la fotografía como afición, como una actividad resignadamente colateral, Flickr era una sensación alucinante: recibir felicitaciones y comentarios de terceros te hacía sentir como si fueras un fotógrafo “de los de verdad”. Al subir siempre mis fotos con licencia Creative Commons, he visto fotos mías publicadas en sitios donde nunca lo habría soñado.

Con Instagram, en 2010, la fotografía volvió a cambiar: de la cámara al móvil, a llevarla siempre encima, a multiplicar brutalmente la cantidad de fotografías que hacíamos y compartíamos. No, la óptica de un smartphone no está a la altura de la de una cámara, pero ha mejorado con el tiempo. Y los filtros, aunque al principio me pareciesen una prostitución del gusto y me diese auténtico reparo pegarle patadas a los niveles hasta el infinito y más allá, hay que reconocer que tienen su gracia.

En Instagram soy “clase media”: unos cuatro mil seguidores, nada que ver con las estrellas con cientos o miles de “me gusta” e interminables hilos de comentarios. Dicen que es en las disciplinas que sigues de cerca donde mejor se ve la evolución tecnológica. He visto evolucionar la fotografía, me ha dado más satisfacciones que las que jamás esperé que me diese... y lo que nos queda por ver. Gracias, tecnología.