La salida de César Alierta de la presidencia de Telefónica fue recibida por los mercados con fuertes subidas en la cotización de las acciones de la compañía: casi mil quinientos millones de euros de incremento de valor en un día que solo pueden atribuirse a ese relevo en la dirección. Treinta y dos mil millones de euros perdidos en dieciséis años que representan el precio de la tragedia del hombre desactualizado mal elegido, que nunca debió llegar, y que además, decidió que no quería irse a tiempo.

Sobre los hombros de Jose María Álvarez Pallete hay ahora algo más que el peso de la púrpura de dirigir una de las empresas de telecomunicaciones más importantes del mundo: las expectativas de hacer cosas diferentes, de distanciarse del estilo financiero, táctico y prepotente para dar cabida a un componente estratégico basado en lo que todos creemos que debe ser la empresa de telecomunicaciones del futuro

Telefónica es una gran empresa con orgullo y conciencia de serlo: con una importante capacidad para atraer y retener talento a todos los niveles, que trata bien a sus empleados, que invierte en formación y capacitación, que da servicio a millones de personas en medio mundo, y en una industria con enorme importancia estratégica. Pero además, es una empresa que necesita, en muchos sentidos, ser protegida de sí misma: las actitudes grandilocuentes y antipáticas de la era Alierta deben ser sustituidas con la vocación de servicio de quien se sabe en la posición del intermediario. Intermediario importante, pero al que le pedimos que facilite las cosas, no que las fagocite. Entender su posición en la cadena de valor y hacerse imprescindible, sin pretender monopolizar toda la cadena. Un elemento fundamental del ecosistema, pero con actitudes abiertas y cooperativas que no generen escenarios bélicos a cada paso. El referente que los clientes y el resto de los actores busquen para crecer, no el protagonista de sus reclamaciones, demandas y quejas.

El reto es demostrar que Telefónica ha cambiado de siglo y que va a acometer la transformación digital necesaria para interpretar el papel que sus clientes y accionistas le piden. Ni niño en el bautizo, ni novia en la boda, ni muerto en el entierro: socio agradable y de calidad. Sin estridencias, sin planes de dominación mundial, sin pretender comerse todo el pastel. Estando donde hay que estar, con la necesaria calidad y orientación al cliente, con mucha ingeniería y tecnología, con vocación de servicio, y siendo la base de un ecosistema cada día más importante para todos.

No son pocas expectativas...