Alguien que trabajó muy cerca de Aznar durante su segunda legislatura como presidente me cuenta que el primer mote que tuvo Álvaro Pérez en Génova 13 no fue El Bigotes sino El Domador. El apelativo hacía referencia únicamente a su mostacho anacrónico. Una cuestión estética.

Con el tiempo lo de El Domador ha ido cobrando todavía más sentido. Ha ido enriqueciendo su significado a medida que conocíamos cómo domesticaba a dirigentes con regalitos y detallazos, con condicionamientos mucho más efectivos que el chasquido de un látigo. No entiendo por qué el ingenio no ha llegado a calar.

El vídeo del yate que ha publicado EL ESPAÑOL, alegoría de un tiempo de prosperidad tramposa, confirma lo que Félix de Azúa le dijo a Cristian Campos para su reportaje sobre la fealdad española: España es fea, entre otras cosas, por el “servilismo de los políticos hacia los potentados”.

Alejandro Agag y Francisco Correa en el puente de mando, López Viejo y señora en la bañera y un narrador afeminado que se dirige a la hija del presidente: “¡Saludarrrrrrr!”. Así, arrastrando esa ‘r’ cacofónica y analfabeta que antecede a un estremecedor “fijaros”. No hace falta saber utilizar el imperativo para hacer que te obedezcan.

Del testimonio de las grabaciones, extractos y facturas de estos años no sólo queda la certeza de la podredumbre moral de las elites españolas sino también la de su mediocridad, sus gustos zafios. Sus ‘te quiero, coño’, sus Infinity, sus confetis, su gomina y su Snobissimo.

Pocas semanas después de aquella travesía marítima fue la boda en El Escorial de Ana y Alejandro, el acontecimiento que produjo el desgarro de Aznar con sus bases. La estampa de la plutocracia en pleno como testigo de un enlace propio de añejas monarquías confirmaba que los delirios de grandeza del presidente le habían llevado a un lugar del que ya no podría regresar. Fue alguien tan poco sospechoso de izquierdista como René de Chateaubriand quien dijo: “Encuentro insoportable el orgullo de la victoria”. No sabíamos, entonces, que una trama corrupta había pagado una parte de los gastos de la fiesta.

El próximo 3 de marzo se cumplirán 20 años desde la primera victoria del Partido Popular en unas elecciones generales. El mascarón de proa electoral, qué metáfora tan inoportuna, del aznarismo era la regeneración, hagan memoría. Dos décadas después, ni una sola de las siete plantas de su sede central en Madrid está libre de sospecha.