El domingo por la noche, un millonario español de apellido Évole le organizó un auto de fe a otro millonario español de apellido Ortega. Y como no podía atizarle con los millones (porque habría resultado hipócrita hasta en el contexto de un programa de TV ya de por sí hipócrita) le atizó con la conciencia.

La conciencia debe de ser el único producto español que sale más barato de producir que un jersey de Zara. Enciendes la TV y la conciencia empieza a fluir desde la pantalla hasta el sofá en oleadas de prístina pureza, como un triunfal arcoíris de la bondad pavimentado con purpurina multicolor. Ríanse ustedes de las ondas gravitacionales: para agujero negro en rumbo de colisión con la verdad, el de la izquierda televisiva española.

Lo de viajar hasta Camboya con todos los gastos pagados para denunciar que en Camboya las pasan canutas, en definitiva, podría sonar hasta sarcástico. Pero desde que la izquierda defiende su derecho a conducir Mercedes, veranear en Papúa Nueva Guinea, vivir del presupuesto público, enchufar a sus exnovias y tuitear desde el iPhone, esto de la coherencia ideológica suena ya casi rupestre.

Quizá habría que recordar que en el mundo real, Zara sigue hoy miércoles 23 de febrero de 2016 en Camboya, dando trabajo y pagando sueldos a los camboyanos. En el mundo del 1%, el de la casta y la elite, Jordi Évole está ya de vuelta en España a la búsqueda de una nueva injusticia social que denunciar. Mientras, la gente española, esa que el domingo le dio un 18,1% de share a Évole, anda regalándole su tiempo y su dinero en Facebook a otro millonario, Mark Zuckerberg.

De desmontar las mentiras del domingo por la noche ya se han ocupado otros periodistas, entre ellos Kiko Llaneras, Juan Manuel López-Zafra o Juanma del Álamo. Con datos, por supuesto, que son al sentimentalismo barato y la indignación de todo a un euro lo que el matarratas a las ratas.

Ahí anda el periodismo (el de verdad: lo de la TV no es periodismo por más que se empeñen ellos en dignificar su amarillismo) hoy en día. Acurrucado en las trincheras de la obviedad y recordándole a los niños que la gravedad no es opinable, que Zara es un patrón infinitamente más benevolente que los jemeres rojos y que la alternativa a coser etiquetas no es construir aeronaves espaciales a cambio de sueldos de seis cifras sino la esclavitud sexual. Los daneses, sin ir más lejos, han cosido muchas camisas y recogido muchas coles o largo de los dos últimos siglos antes de ponerse a diseñar petroleros en la sede central de la empresa Maersk.

Pero el mayor problema de la demagogia y la manipulación, de esta visión infantiloide de la realidad que lo reduce todo a una dicotomía entre el ideal y el infierno, es que roza lo criminal. La línea que separa la ignorancia de la maldad es extremadamente fina y una campaña de desprestigio como la promovida el domingo por la noche solo aumenta las rentas de un puñado de personas en el planeta: las del propio Jordi Évole y los directivos de La Sexta. Otra obviedad.