No sé qué me espanta más, si que unos mandados del PP blanqueran dinero frente a la sede central del partido mientras sonaban, angustiosos, los móviles de los muertos del 11-M hasta agotar las baterías o que un día después de que EL ESPAÑOL haya publicado las pruebas de la infamia nadie, absolutamente nadie de esa formación política, haya comparecido ante la opinión pública para pedir perdón. 

Entiendo, en línea con Hannah Arendt, que quienes esa mañana cruzaban la acera de Génova para hacer cola ante el mostrador del banco portando el dinero negro que les entregaban en el partido se limitaban a obedecer órdenes, que eran meros integrantes de una cadena de montaje en la que, cada cual, cumplía mecánicamente su encargo. El reproche penal de su acción, si lo hubiere, sería el mismo un 11 de marzo que un 31 de agosto, pero aquel día las bombas reventaron a doscientos inocentes sólo unas cuantas calles más allá: esa tragedia convierte su proceder en particularmente repugnante.

Claro que en el PP hay miles de militantes honrados. Claro que entre sus dirigentes son muchas más las personas decentes que las manzanas podridas, pero los comprobantes del banco están ahí, con las cantidades y con la fecha impresas. Aquí no cabe emplazar a que actúe la Justicia. Tampoco es necesaria una sentencia. Todo eso es irrelevante. Se impone una respuesta política, y es su ausencia la que mancha al colectivo y salpica hasta el último afiliado del último pueblo.

No dar la cara ante una situación así es una cobardía y muestra una insensibilidad atroz. Que no haya habido dimisiones corrobora lo que muchos sospechan: que es mentira que la prioridad de los políticos sea su vocación de servicio, que es falso que la actividad pública sea sumamente ingrata y que es una monserga eso de que sus protagonistas ganarían mucho más en la empresa privada.

Hay quien está dispuesto a creer que ningún alto cargo del PP sabía nada de la financiación irregular. Admito que hace falta tener una fe de la que carezco. Pero creo que debería bastar el hecho de que quienes están al frente del partido se han beneficiado de esas prácticas para que asumieran su responsabilidad. Si encima la maquinaria no se detenía ni con los cuerpos calientes de las víctimas del terrorismo, qué más cabe decir.

Hemos visto que los partidos pueden sobreponerse a la ineptitud, al despotismo, a la mentira, incluso a la corrupción. Veremos si también les sale gratis la villanía.