No hace falta tener espíritu pacato para escandalizarse por el hecho de que en un teatro de marionetas al que asisten niños de cinco años se escenifique el asesinato de una embarazada, o la violación de una monja y se den vivas a ETA. Ante lo sucedido en el madrileño distrito de Tetuán cualquier persona razonable con valores cívicos tiene que hacer suyo el desazonado "¡A dónde hemos llegado!" del portavoz municipal del PP Henríquez de Luna. De hecho tanto desde el PSOE como desde el propio ámbito de Podemos se han alzado voces pidiendo que se depuren responsabilidades.

La gravedad simbólica de lo sucedido, desde el punto de vista de la quiebra de las más elementales normas de convivencia en el frágil entorno infantil, es tal que lo mínimo que puede hacer la alcaldesa Manuela Carmena es pedir personalmente disculpas, destituir de manera inmediata a la Delegada de Cultura Celia Mayer y establecer unos controles que garanticen que nada parecido volverá a repetirse.

La hipótesis más favorable para el Ayuntamiento es la de la negligencia: nadie supervisó previamente el contenido de la obra de guiñol que se iba a representar con patrocinio público. Pero cabe la alternativa de que en el equipo municipal haya personas que sabían lo que iba a suceder y estaban de acuerdo con ello. Plantear algo así parecería aberrante en el caso de cualquier otra corporación pero no puede descartarse si tenemos en cuenta la trayectoria de algunos ediles de Carmena que asaltaron capillas o se mofaron en Twitter de las víctimas del Holocausto y la mutilación de Irene Villa.

Lo más probable es que la realidad se sitúe a mitad de camino de ambas hipótesis. Es decir que los organizadores conocían y aplaudían la agresividad de la compañía 'Títeres desde abajo' hacia los valores socialmente compartidos, pero no se dieron cuenta de hasta dónde se les podía ir la mano.

Palabrería antisistema

Información para saber "de qué iban" estos titiriteros no les faltaba. El subtítulo de la obra era "a cada cerdo le llega su San Martín" y ya la primera sinopsis publicada en su web en diciembre identificaba a los "cerdos" como "banquero, hermana de la caridad, perros guardianes del orden y la ley y el juez". Una segunda ampliación denunciaba "la violencia estructural" derivada de la "propiedad privada, el monopolio de la fuerza, la servidumbre del trabajo asalariado, los hábitos de consumo o la pérdida de soberanía sobre el propio cuerpo".

¿Qué es todo esto sino la palabrería antisistema, exaltación o al menos ambigüedad respecto a ETA incluida, con la que una parte significativa de los núcleos y círculos de Podemos han planteado su "asalto a los cielos" y desde luego el nutriente intelectual que sirvió de argamasa a la candidatura de Ahora Madrid liderada por Carmena?

De ahí que la responsabilidad de la alcaldesa sea doble. Como cabeza del equipo municipal por haber permitido o no haber impedido que se consumara esa apología del terrorismo y esa agresión a la sensibilidad infantil. Como líder político por estar fomentando un constante maniqueísmo entre reaccionarios y progresistas, franquistas y antifranquistas -¡a estas alturas!-, solidarios e insolidarios, clericales y anticlericales que está sirviendo de caldo de cultivo de barbaridades como la del distrito de Tetuán.

Sobre su gestión política

No compartimos la descalificación global de todo cuanto hace Carmena. Muchos de sus gestos han demostrado una sincera cercanía con los más desfavorecidos y hay nuevos usos de austeridad municipal que merecen el aplauso. Tampoco nos parece el espíritu puro que exaltan sus seguidores y ahí está el feo asunto del alzamiento de bienes para que su marido no pagara a sus trabajadores sobre el que decidirán los tribunales.

Pero lo que está aquí en cuestión no es la integridad moral de Manuela Carmena sino su gestión política. Y en esa obsesión por utilizar el espacio público para combatir los valores de gran parte de los madrileños e incluso fomentar una especie de culto alternativo al religioso, como ocurrió en la cabalgata de Reyes, está la raíz del disparate de Tetuán.

Esperemos que los dos titiriteros detenidos respondan de su presunto delito de apología del terrorismo ante la Audiencia Nacional y que la alcaldesa responda ante el pleno municipal y ante los ciudadanos de su frívola irresponsabilidad al pretender hacer de la capital de España un permanente retablo de títeres de cachiporra.