El mundo que nos rodea es tridimensional. Nuestras percepciones y experiencias están adaptadas a ello: nuestros mecanismos de visión y auditivos son estereoscópicos, podemos percibir razonablemente bien movimiento o sonido en sus tres ejes. Sin embargo, una parte importante de nuestras experiencias hoy se desarrollan a través de pantallas bidimensionales, en las que la tercera dimensión es, como mucho, un intento más o menos brillante de simulación.

Cuando un joven californiano con un interés absolutamente vocacional en la realidad virtual, Palmer Luckey, comenzó a coleccionar visores de todo tipo comprados en subastas y terminó, tras convencer a uno de los monstruos más reconocidos en el mundo de los videojuegos, por desarrollar Oculus VR, muchos asociaron el tema con algo lúdico. Cuando fue capaz de convencer a 9.522 personas en Kickstarter para poner $2.437.429 para pre-comprar sus visores y hacer posible su desarrollo, el tema, aún vinculado con el juego, llamó la atención de Facebook, que adquirió la joven compañía por dos mil millones de dólares. Recientemente, Oculus VR ha sido protagonista de las noticias por un error en las expectativas que generó a sus usuarios, que terminó con su último visor a un precio de unos $600, considerado por muchos como excesivo.

Pero las intenciones de Facebook no se restringían al juego. La compañía sabe que hace años, en su red se intercambiaban textos, pero de ahí se pasó a fotografías, después a vídeos... y eventualmente, el siguiente paso será el video tridimensional. Unos contenidos, obviamente, diferentes: para empezar, el consumo es rabiosamente exclusivo. Podemos escuchar la radio mientras hacemos otras cosas, la televisión ya no tanto... pero con un visor delante de los ojos, estamos a lo que estamos, nada más. Aislados. Eso sí, con una percepción impresionante.

El ecosistema de contenidos que está naciendo en torno a este tema es brutal. Turismo, sexo, deportes... todo aquello que un día soñamos en disfrutar prácticamente como si estuviésemos allí. Un partido desde desde la banda, un debate en el congreso desde el escaño del presidente o a vista de pájaro, un documental desde dentro... pronto, los aviones no tendrán pantallas en los asientos: te entregarán un visor que te aísle del deprimente entorno. Alguien tomará una fotografía en la que todos los presentes lleven un visor puesto, aislados del entorno inmediato. Y empezarán a hablar de lo malo que es disfrutar de la realidad virtual, como si fuera sustitutiva de la “realidad real”. Y repetiremos todos los errores habituales en cada introducción tecnológica.

¿Estamos, individual y empresarialmente, preparados para esto? Va a ser divertido...