Recientemente escuché al Alcalde de Málaga, Paco de la Torre, relacionar la falta de cualificación de nuestra juventud con la dificultad de acceso a las grandes oportunidades laborales que la ola de inversiones empresariales genera. No le falta razón en ese aspecto, pero no me gustaría caer en la tentación de transmitir una imagen indolente de nuestra juventud.

El problema es estructural. En mi opinión los planes educativos y formativos no están alineados con las necesidades sociales y laborales actuales y futuras. No hay reunión con empresarios en la que yo haya estado últimamente en la que la falta de personal cualificado no haya sido un tema central.

Generalizando, los que estudiamos en la EGB salíamos preparados para trabajar en cualquier cosa aunque no se hubiesen finalizado los estudios. Lo mismo sirviendo copas que trabajando en un almacén. Pero la sociedad cambia y esos tiempos han pasado. Actualmente las empresas tienen otros modelos de competitividad y en las ofertas laborales se valora mucho la formación cualificada. Incluso para poner copas.

El análisis de los diferentes itinerarios formativos nos muestra que apenas hay respuesta a las necesidades de los nuevos empleos. La oferta para formar personal técnico relacionado con las operaciones de máquinas no tripuladas o los desafíos de la agricultura urbana (por poner dos ejemplos) es escasa o inexistente.

Pero tampoco tenemos que irnos a profesiones tan sofisticadas. En ocupaciones más tradicionales la situación es parecida: empresas de pastelería, confección, transporte, etc, … tienen problemas para incorporar personal. Incluso en el sector tecnológico, donde hay puestas muchas esperanzas de inserción laboral, toda nuestra artillería educativa (desde academias hasta la Universidad, pasando por centros de FP) no da abasto para cubrir la oferta de empleo existente.

Si preguntamos a jóvenes de 12 a 14 años qué profesiones quieren desarrollar, la mayoría se referirá a un puñado de sectores clásicos (sanidad, informática, comercio, administración, estética, hostelería, formación, etc, …). En la etapa de secundaria es cuando nuestros jóvenes se abren al mundo. Es la eṕoca de sus vidas de abrirles las ventanas a nuevas oportunidades para que descubran sus vocaciones y talentos y ahí el refuerzo de los equipos de orientación en los institutos es clave. Nuestra sociedad ofrece una amplia gama de salidas tradicionales o vanguardistas y es en ese momento cuando las tienen que conocer.

En la actualidad existen interesantes experiencias que buscan esa efectiva cooperación entre formación y mercado lab, oral. El proyecto GarageLab que la Fundación Orange desarrolla en el Polo Digital permite a jóvenes que no se han adaptado al sistema educativo formarse como técnicos de impresión 3D. Y no solo eso, a la mayoría de los participantes les supone un proceso de autoanálisis que a muchos de ellos les ha llevado a reengancharse a los estudios.

O el esfuerzo que la FEDA y la asociación de empresarios alemanes DWA están desarrollando para implantar un programa de FP Dual Alemán en hostelería con el apoyo del Gobierno Alemán. Son solo dos ejemplos que conozco muy bien, pero hay muchos más: el proyecto 42Málaga o el gran trabajo que hace Miguel Ángel Ronda en el Centro Público Integrado Alan Turing fomentando el encuentro de sus alumnos con las empresas del Parque Tecnológico, entre otros muchos.

No se trata ahora de cambiar todo el sistema educativo, pero sí de dotarle de la flexibilidad normativa necesaria para que pueda realizar una adaptación continuada y ágil a las nuevas realidades por encima del color político que nos gobierne. Que facilite e incentive la formación del profesorado en nuevas técnicas educativas. Que no tenga miedo a los errores. Y que no demande un importante proceso burocrático cuando un centro educativo quiera innovar en su oferta.

Efectivamente nuestra juventud tiene que estar mejor cualificada, pero tenemos que darles las herramientas adecuadas.