Aquel recién nacido ya apuntaba que sería grande. Sus padres tuvieron que descambiar pronto todo el ropaje que habían comprado para sus primeros meses. A las dos semanas ya requería tallas cuatro veces superiores y a los dos años ya vestía con ropa de diez. El problema de crecer tan rápido es que llegó el momento que destrozaba toda la ropa disponible, así como menoscababa todos aquellos otros recursos necesarios para su desarrollo.
Málaga es ahora objeto de observación internacional por su fuerte despertar. Aunque son muchas las alabanzas a esta prosperidad creciente. Sin embargo, algunos analistas en medios internacionales ven algunas debilidades, e incluso sombras, a este modelo de hipertrofia acelerada. No pocos advierten de que pueda sufrir el síndrome del pequeño gigante, en el que el ropaje sería en este caso el desapego entre los beneficios de ese crecimiento y la ciudadanía.
Cada vez se homologa más el concepto de ciudad sostenible al de ciudad prospera. Al fin y a la postre los matices ambientales de la sostenibilidad repercuten en la economía y calidad de vida de la ciudadanía, a la par que esta es cada vez más consciente de la importancia de cuidar sus recursos naturales y las condiciones del ecosistema urbano.
Existen varias propuestas para medir la sostenibilidad. Así, el Índice Arcadis de sostenibilidad valora las principales ciudades del mundo, basado en aquellos tres pilares que más inciden en sus habitantes: el componente social, el condicionante económico y, por supuesto, el factor ambiental.
Con carácter nacional, uno de los más reconocidos es el que realiza la Red española para el desarrollo sostenible, que evaluó en 2020 el grado de cumplimiento de los ODS en 100 ciudades españolas. Las calificaciones de Málaga entonces no eran demasiado positivas, necesitando mejorar en seis de las 17 asignaturas. Objetivos tan importantes como el fin de la pobreza, el hambre cero, el agua limpia y saneamiento, la energía asequible y no contaminante o la reducción de las desigualdades, empañaban nuestro boletín de notas al no alcanzar un nivel de cumplimiento medio.
Es cierto, por otros indicadores, que en estos últimos años progresamos adecuadamente, pero en cualquier caso esas asignaturas pendientes siguen sin ser acordes al nivel de desarrollo sostenible con el que pretendemos a medio plazo despuntar entre las mejores ciudades del mundo. No podemos fiar todo a un clima excelente, cuando este cambia hacia situaciones de escaso confort.
El próximo verano, que apunta a tórrido y muy seco, será una prueba determinante de si somos como aquel pequeño gigante que en su crecimiento destrozaba sus atuendos, en nuestro caso los recursos básicos para la sostenibilidad.