Transcurrían las horas de la siesta del verano del año 2005. Es sabido por todos, al menos por el sector sanitario, que a esa hora las urgencias pegan un bajón tremendo, estando casi desoladas y sin público para atender. Esa paz la quebró un sonido de ambulancia. Saltó la alarma en todo el servicio de urgencias pediátricas para recibir a un nuevo paciente, no urgente, sino muy emergente.

Se trataba de una niña de unos 7-8 años que residía habitualmente en una localidad del interior de nuestro país, sin costa y que había venido a Malaga a pasar las vacaciones junto a su familia. 

Cuando accedió el dispositivo sanitario a las urgencias pediátricas del hospital venía con la piel fría y con un nivel de conciencia muy bajo. Era incapaz de reconocer nada, ni a nadie, ni de decir nada. Su respiración era difícil a pesar del oxígeno suplementario que le administraban. Presentaba movimientos respiratorios profundos y poco efectivos. Finalmente, hubo que conectarla a un respirador.

Hablando con la familia, que también se bañaba con ella, nos relató que se estaba bañando sola y que de pronto desapareció. Pensaban que no le podía haber pasado nada porque estaba en una zona con agua poco profunda.

Ante la voz de alarma de su desaparición la buscaron y la encontraron flotando en el agua, por lo que desconocían cuánto tiempo llevaba en el agua sin respirar. Había un socorrista próximo que pudo realizar las normas básicas de reanimación cardiopulmonar. La colocaron de lado y como no respiraba, iniciaron la reanimación pulmonar básica (conocida como RCP). Pese a ello, la respiración era muy dificultosa y presentaba un fuerte aumento del trabajo de respirar; nunca recuperó ningún nivel de conciencia.

Desgraciadamente, el ahogamiento es la causa principal de muerte traumática en niños de entre 1 y 4 años y supone un 7% de la totalidad de las muertes violentas a nivel mundial. Este es el rango edad más afectado, seguido muy de cerca por los niños de entre 5 y 9 años, como era nuestro caso.

Según el Informe Nacional de Ahogamientos elaborado anualmente por la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo, 338 personas murieron ahogadas el pasado año en España y, de ellas, 36 eran niños. "Es difícil imaginar una causa de muerte más evitable" (The New York Times) pero, sin embargo, cada año fallecen más de 30 niños por ahogamiento en nuestro país, gran parte de ellos en accidentes que se podían haber evitado. Son estadísticas que se cumplen cada año. 

Una de las iniciativas más eficaces para combatir este drama es que los niños aprendan a nadar desde los primeros meses de vida. Si bien en nuestro país la práctica de algunos se inicia entre los tres y los seis meses, la tendencia debiera ser adelantar el inicio del aprendizaje a edades más tempranas. 

En cualquier caso, entre los 3 y 4 años todos los niños deberían de haber aprendido a nadar por razones de seguridad. Los lactantes se acostumbran al medio acuático y asumen unas normas claras y propias de niños pequeños. Este primer paso es muy importante y es el que lleva a la pérdida de imprevisibilidad propia de estas edades.

La actividad acuática se convierte en un elemento lúdico que ayuda a la progresión de las habilidades motoras del niño y de su forma de reaccionar frente a las dificultades, desarrollando una unión de relación y afecto con su familia, siempre de enorme importancia en el desarrollo madurativo del niño.

Aunque hay muchas iniciativas encaminadas a evitar estos accidentes, lo primordial es animarse a participar en ellas. Así lo hace el grupo Pediátrico Uncibay y el Servicio de Pediatría del Hospital Quirónsalud Málaga, que se unen a la campaña Ojo, peque al agua. La misma busca hacer partícipe a toda la población de los riesgos que tienen los medios acuáticos no supervisados en menores, así como ofrecer consejos para prevenir los accidentes y saber cómo actuar ante un caso de ahogamiento.

Nuestra querida niña, tras muchas semanas de tratamiento en la Unidad de Cuidados Intensivos, quedó en una situación de secuelas cerebrales: una parálisis cerebral. Ya nunca podrá tener movilidad propia y espontánea, ni comunicarse, ni llevar una vida normal.

Como es conocido, una vez mueren, las células del sistema nervioso central no tienen capacidad de regenerarse. Nacen a la vez que nosotros y no se renuevan. Una neurona solo puede permanecer escasos minutos sin recibir oxígeno. Pasado ese tiempo, aparecen lesiones irreversibles. La falta de oxígeno afectará en primer lugar y sobremanera a las funciones cerebrales.

Ojalá el próximo verano del año 2024 podamos decir que es excepcional un fallecimiento de un niño por ahogamiento y que el hashtag del verano #OjoPequeAlAgua, es solo el pasado que permanecerá en forma de recuerdo pero que afortunadamente que podremos relegar al recuerdo esos desgraciados hechos.