Rajoy, Cascos, Aznar, Botella y Rato, en el balcón de Génova.

Rajoy, Cascos, Aznar, Botella y Rato, en el balcón de Génova. Oscar Moreno Efe

20 años de la victoria de Aznar

La noche de la amarga victoria

Se cumplen 20 años de la primera victoria de Aznar el 3 de marzo de 1996. Por su interés recuperamos el fragmento del libro 'Amarga victoria', de Pedro J. Ramírez, que reconstruye la decepción del PP en la noche electoral por unos resultados peores de lo esperado.

3 marzo, 2016 01:52

Se cumplen 20 años de la primera victoria de Aznar, el 3 de marzo de 1996. Por su interés recuperamos el fragmento del libro 'Amarga victoria', de Pedro J. Ramírez, que reconstruye la decepción del PP en la noche electoral por unos resultados peores de lo esperado.

El primer momento en que empezó a percibirse que los acontecimientos no estaban respetando el guión preestablecido fue el del inicio de los informativos especiales que las grandes cadenas de radio y televisión habían programado a las ocho de la noche, al filo mismo del cierre de los colegios. Todas las atribuciones de escaños en base a las encuestas a pie de urna daban vencedor al PP, pero ninguna por mayoría absoluta. Luis Herrero irrumpió rotundo en la COPE, dando paso a la primera entrevista con quien desde hacía meses se daba por descontado que sería el rotundo triunfador de la noche. "Estas elecciones las ha ganado el señor Aznar. Buenas noches, señor Aznar...". Tan pronto como comencé a escucharle me di cuenta de que al hombre tranquilo se le había metido de repente el miedo en el cuerpo. Se limitó a agradecer el apoyo de los votantes, hacer un llamamiento a la serenidad y el diálogo y reiterar su compromiso de iniciar los contactos con los sindicatos en pos de un gran pacto por el empleo. Pero en su tono no había, no ya legítimo triunfalismo, sino tan siquiera su habitual aplomo y sensación de confianza.

Había motivos para el canguelo. Tras el recuento de las papeletas de mil quinientas mesas Eco-Consulting anunciaba en TVE y Radio Nacional que el PP obtendría entre 154 y 162 escaños y el PSOE se acercaría hasta una horquilla entre 134 y 143. Pero ni siquiera eso parecía garantizado. Un estremecimiento general recorrió la redacción de El Mundo cuando el responsable de nuestra edición en Internet, Mario Tascón, que seguía a través de la red los datos: "Oye, que va ganando el PSOE. "

Y así era. Con el 11% de los votos escrutados, el PSOE le sacaba al PP diez escaños de ventaja; con el 20% el margen se había reducido a siete, pero parecía consolidarse. El fantasma de un nuevo e inaudito triunfo de González —con lo que había llovido, con lo que habíamos remado— pareció cernirse sobre nosotros.

¿Qué estaba pasando? Pues que el resultado iba a ser, desde luego, mucho más ajustado de lo previsto; pero además, que el Ministerio del Interior estaba introduciendo en primer lugar en sus ordenadores los datos de las poblaciones pequeñas, con menos papeletas por urna y por tanto más rápidas de escrutar; o sea las de esa "España profunda" en las que el PSOE tenía su principal bastión.

Tuvieron que pasar más de cien minutos de escrutinio, para que a las 21.44, con el 32% de los votos computados, los populares se pusieran por primera vez por delante: 149 escaños frente a 148. Al final el margen fue de 1,3 puntos a favor del PP —38,8% frente a 37,5%—, lo que se tradujo en 156 escaños, frente a 141 del PSOE, 21 de IU, 16 de CiU, 5 del PNV, 4 de Coalición Canaria, 2 del Bloque Nacionalista Galego, 2 de HB, 1 de Eusko Al- kartasuna, 1 de Esquerra Republicana y 1 de Unió Valenciana. Era la victoria más exigua en diecinueve años de democracia y, sin duda, la más alejada de las expectativas de sus protagonistas. Con sus habituales reflejos y capacidad de ingenio, Alfonso Guerra la definió en seguida como una "victoria amarga", en contraposición con la "dulce derrota" que inmediatamente empezó a paladear el PSOE.

A juzgar por la reacción de ambos bandos cualquiera diría que los vencedores eran los vencidos y a la viceversa. Las primeras noticias sobre la ventaja del PSOE habían estado a punto de causar serios tumultos entre los casi quince mil seguidores del PP concentrados ante la sede de la calle Génova. Tratando de templar los ánimos el secretario general Álvarez Cascos había aprovechado el cambio de tendencia del escrutinio oficial para subirse en la ola y anunciar desde el balcón "una gran victoria del PP". Según Cascos su partido tenía ya 166 escaños asegurados "y doce más que van a llegar".

El sueño de un triunfo holgado se había desvanecido

Cuando una hora después Aznar, acompañado de Ana Botella, Rodrigo Rato y de nuevo el propio Cascos, hizo su comparecencia formal como ganador el sueño de un triunfo holgado va se había desvanecido totalmente. Con la cara tensa y la sonrisa forzada se declaró "dispuesto a tomar el relevo" y a "gobernar con todos y para todos". El rostro de Ana, sorprendida y contrariada hasta lo más profundo, también era un poema. Los discursos seguían siendo los escritos pensando en la victoria, pero la boda casi se había trocado en funeral.

Exactamente lo contrario de lo que ocurría en Ferraz, donde González —que además cumplía 54 años— era aclamado entusiásticamente por miles de afiliados y simpatizantes. "Nos ha faltado una semana de campaña... o un debate", repetía sin parar a quienes le felicitaban, como si en lugar de una derrota estuviera celebrando su quinta victoria consecutiva en unas elecciones generales. Frente a las agoreras predicciones de todos los sondeos, el PSOE había salvado más que los muebles, cosechando más votos que en el 93, venciendo contundentemente en Cataluña, Extremadura y Andalucía —Chaves rozaba la mayoría absoluta en las autonómicas— y aferrándose a un espectacular suelo del 37 % de los votos que más que triplicaba el porcentaje de Izquierda Unida. El sorpasso perseguido por Anguita había resultado ser una quimera y la hegemonía socialista dentro de la izquierda quedaba inapelablemente reafirmada. La burocracia del partido estaba exultante: iban a perder el poder, pero no el empleo. La guadaña de la regeneración interna había sido detenida cuando se disponía a abatirse sobre ellos. Y todo gracias al tirón personal, a la magia comunicativa y al instinto político de Felipe. ¿Si en sus horas más bajas —y, como él mismo no se cansaba de repetir, "a pesar de lo que ha llovido"— era capaz de mantener ese nivel de apoyo, a qué nuevas metas gloriosas no conseguiría llevarles cuando se recuperara de los zarpazos de unos cuantos periodistas manipuladores, y otros tantos jueces resentidos?

En los días siguientes circularon en el Madrid periodístico y político insistentes rumores sobre una tensa conversación telefónica que Aznar y yo habríamos mantenido en la noche del 3-M. Los periodistas Pilar Cernuda y Fernando Jáuregui llegaron a mostrarme poco menos que la transcripción de una monumental bronca en la que yo le afeaba a Aznar la debilidad de su campaña y que ellos iban a incluir en un inminente libro. No me quedó más remedio que desilusionarles: ni ésa ni ninguna otra conversación se había producido entre nosotros aquella noche. De hecho, eso fue para mí lo más significativo del estado de ánimo de Jose. Por primera vez desde la fundación de El Mundo no logré hablar con él en una noche electoral para comentar los resultados.

"El felipismo ha terminado y el PP gobernará"

Y no sólo eso. Aznar nos dio además plantón, cancelando su compromiso de acudir a la fiesta conjunta que Antena 3, la COPE y El Mundo habíamos organizado en el Eurobuilding. Cuando tras revisar la portada y los editoriales yo me presenté allí al filo de la medianoche, aún se esperaba que él acudiera. Era obvio que a mí tampoco me gustaba el resultado, no tanto por lo ajustado del triunfo de Aznar como por lo exiguo del castigo a González, pero ante un enjambre de compañeros resumí las dos grandes conclusiones de la noche: "El felipismo ha terminado y el PP gobernará de forma estable con el apoyo de Convergencia i Unió." Al poco rato me llamó Villalonga al móvil: "Oye, que Jose y Ana, por fin, no van a poder acercarse." Traté de insistir, pero fue en vano: "No, mira, es que me los llevo a casa...".

Nunca ellos habían podido imaginar que la noche de su victoria fuera a ser tan triste. Cuando se quedaron solos en el salón de su lujosa villa de alquiler de la Moraleja, con sus muebles de toda la vida provisionalmente repartidos cual viajeros en la sala de espera de una estación de tren, Ana no pudo reprimir su frustración:

—Cuando dejamos el gobierno de Castilla y León tuvimos que pedir un crédito para irnos de vacaciones... Y éstos, que han hecho lo que han querido, que han metido la mano en la caja, se van a ir ahora de esta manera. No es justo.

Él tragó saliva y no contestó nada. Tenía los ojos húmedos y estaba al borde del llanto.

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