Como decía Castelar de Alcalá Galiano, "yo conocí al monstruo". Quitémosle a la acepción todo sentido figurado porque no se trata de un eximio parlamentario sino de un policía torturador. Pero sí, yo estaba allí, tomando notas como un descosido, en la rueda de prensa que el ministro de la Gobernación Rodolfo Martín Villa ofreció el 11 de febrero de 1977 en la Dirección General de Seguridad, flanqueado por el comisario Roberto Conesa.

Ilustración: Javier Muñoz

Ilustración: Javier Muñoz

Me acuerdo bien de él con sus gafitas de erudito, sus orejas tamaño Dumbo y un aire paradójicamente enclenque para alguien acostumbrado a repartir bofetadas y puñetazos por doquier. Era el hombre del milagro que en apenas quince días de pesquisas acababa de liberar sanos y salvos a Oriol y Villaescusa de las garras de sus secuestradores, desmantelando de paso al infernal GRAPO. Martín Villa lo había rescatado de la Jefatura Superior de Valencia -donde había sido orillado dados sus antecedentes-, justo en el momento en que la matanza de los laboralistas de Atocha había puesto a la Transición al borde mismo del naufragio.

Aún resuenan en mis oídos algunas de sus palabras que transcribí en el Abc pre-verdadero: "Como no tengo hijos dedico a mi profesión todo mi tiempo. Mi profesión es mi entretenimiento, mi hobby". Años después el miembro del FRAP Pablo Mayoral, a quien entrevisté para mi libro "El año que murió Franco", me comentaría que, en efecto, durante el interrogatorio al que le sometieron, sangrando por la boca y la nariz mientras le pegaban patadas en los testículos, le obligaban a hacer el "pato" y le encañonaban con una pistola cerca de la sien, tuvo la sensación de que Conesa disfrutaba con todo ello. Su compañero Blanco Chivite fue más expresivo, según el código de la época, evocando cómo se deslizaban por su rostro churretones de sudor y le vibraban las aletas de la nariz mientras le tiraba de los pelos y le golpeaba con una estaca entre las piernas: "Este tío tiene que ser marica porque se le nota que disfruta".

En aquella rueda de prensa del terrible inicio del 77 también anoté la descripción que Conesa hacía de los detenidos que eran parte de su "hobby": "Se orinaban y ensuciaban por delante y por detrás apenas comenzaban los interrogatorios. Son en el fondo unos chicos desquiciados y unos intoxicados mentales". Era el policía bueno que emergía ofreciendo un pitillo a los más magullados y reducción de penas a quienes confesaran. La sensación de que hablaba de ellos como si fueran sus criaturas se acentuó cuando en un momento de la rueda de prensa presentó a media docena de policías, de aspecto greñoso, intercambiable con los detenidos, como "funcionarios especializados en mi misma línea".

Era el policía bueno que emergía ofreciendo un pitillo a los más magullados y reducción de penas a quienes confesaran

Martin Villa explicó la clave del milagro policial: "A grandes males, grandes remedios. Tras operar durante algún tiempo con la organización normal, decidimos recurrir a los especialistas y entonces es cuando liberamos al comisario Conesa de sus obligaciones en Valencia". Esa clave era, por supuesto, la infiltración policial. Fiel a su teoría de que los grupos subversivos eran como las serpientes a las que no servía de nada cortarles la cola si no se llegaba a la cabeza, Conesa había hecho del GRAPO, como antes del FRAP, un auténtico queso de gruyere, hasta colocar a confidentes en la cima de la organización. Se trataba de darle hilo a la cometa para derribarla cuando correspondiera. Cabía incluso la ironía de preguntarse si Conesa era del GRAPO o el GRAPO era de Conesa.

Esto no significa, naturalmente, que el GRAPO -como el FRAP- no fuera un fenómeno real, arraigado en los grupúsculos revolucionarios a la izquierda de la izquierda del PCE e impregnado de todos los mitos sobre la lucha armada. De hecho, sobrevivió muchos años al discreto mutis por el foro de Conesa. Pero sin su interacción con lo que hoy denominamos las cloacas del Estado, estrechamente conectadas a su vez con la extrema derecha, nunca habría alcanzado la dimensión que tuvo en esos momentos críticos.

Fue un ejemplo de libro dentro de la llamada "estrategia de la tensión", mediante la que los servicios de inteligencia de los gobiernos occidentales utilizaron durante los años de la guerra fría agentes provocadores para impulsar una espiral de acción y reacción con el terrorismo de extrema izquierda. La expresión se acuñó en 1969 tras el atentado de la Piazza Fontana de Milán, falsamente atribuido a las Brigadas Rojas y organizado en realidad por la red Gladio vinculada a la OTAN y la CIA.

El sentido de ese modelo que trataba de manejar los dos polos de una escalada como la que desembocó en España en el 23-F era radicalizar a la sociedad, propiciando la aparición de regímenes autoritarios, cuando no dictatoriales, que sirvieran de antídoto al totalitarismo comunista. Pero el denominador común, el signo fijo en la quiniela de esta dinámica era que, ocurriera lo que ocurriera, personajes como Conesa -"los especialistas"- se hacían imprescindibles para combatir y desmontar de forma recurrente las amenazas que habían contribuido decisivamente a alimentar.

Dejando de lado el terrorismo, los muertos y las torturas policiales -que esto sea ya sólo metáfora es nuestro gran logro democrático-, se trata del mismo proceso que el gobierno de Rajoy, cual chapucero aprendiz de brujo, viene experimentando con el engorde y debilitamiento sucesivo de Podemos, en función de la conveniencia política. Nadie duda de que estamos ante un proyecto genuino, fruto de la ambición y audacia del grupo radical de la Facultad de Políticas, liderado por Iglesias y Errejón. Y es obvio que la dureza de la crisis enmarcada en el cambio de década les proporcionó la coyuntura perfecta para conectar con los sectores sociales más perjudicados y obtener apoyos internacionales -Venezuela, Irán- interesados en erosionar a las democracias desarrolladas. Pero también está claro que sin el apoyo descarado de las televisiones dependientes de las decisiones discrecionales del Gobierno el impacto de Podemos habría sido más modesto y su desarrollo mucho más lento.

Personajes como Conesa se hacían imprescindibles para combatir y desmontar de forma recurrente las amenazas que habían contribuido decisivamente a alimentar

Atrincherado en su inanidad política e ideológica, el PP de Rajoy llegó a la conclusión de que el auge de la extrema izquierda constreñiría el espacio electoral del PSOE e induciría a sus propios votantes a movilizarse como dique de contención frente a las hordas podemitas. Así cuajó el "in fear we trust" como lema oficioso del partido gubernamental. El juego quedó bastante patente durante la campaña electoral de diciembre en la que Rajoy alentó pública y privadamente a Iglesias, centrando todos sus ataques en Sánchez y Rivera. Fue entonces cuando el ministro del Interior Jorge Fernández y su número dos abortaron las filtraciones del llamado "informe Pisa" (Pablo Iglesias SA) que mandos policiales exhibieron a diversos medios de comunicación al menos una semana antes del 20-D. Había que hurtar esos datos sobre la embarazosa financiación iraní a través del canal de televisión de La Tuerka a los votantes, no fuera a ser que en la duda permanecieran fieles al PSOE o, puestos a cambiar, lo hicieran a favor de Ciudadanos.

El panorama varió por completo tras las elecciones, una vez conseguido el objetivo de que Podemos dejara al PSOE con su peor resultado desde el 77. El riesgo para Rajoy era ahora que se formara un gobierno alternativo que frustrara la repetición de las elecciones y le dejara en la oposición o lo que, es lo mismo, en el disparadero de la retirada. Entonces su fiel servidor el comisario Fernández Díaz levantó el dispositivo de protección entorno a Podemos y ordenó tirar de la manta, proceder a la correspondiente redada de "sospechosos habituales" e iluminarles con todos los focos mediáticos disponibles.

Los mismos documentos retenidos fueron distribuidos pocas semanas después. A lo de Irán se unió enseguida lo de Venezuela, otro estigma vergonzoso a los ojos de la opinión pública. Importaba poco que la documentación fuera buena o mala, fruto de una investigación genuina o resultado de un mero proceso de corta y pega. De lo que se trataba era de acentuar el perfil más indeseable de los líderes de Podemos para que cualquiera que se planteara pactar con ellos se lo pensara dos veces o pagara un alto coste de imagen.

Había, eso sí, un pequeño problema: la Fiscalía Anticorrupción no veía materia delictiva en el pecado original -nefando donde los haya- de haberse financiado con dinero procedente de esos regímenes cuando Podemos ni siquiera existía. La acción policial estaba por lo tanto de más o al menos llevaba camino de resultar estéril en otro plano que no fuera el de la vigilancia de las buenas costumbres. Es entonces cuando se producen las insólitas gestiones del jefe de la UDEF ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo, encargada de decidir si admite o no a trámite la querella presentada por Manos Limpias.

Se trataba de acentuar el perfil más indeseable de los líderes de Podemos para que cualquiera que se planteara pactar con ellos se lo pensara dos veces o pagara un alto coste de imagen

Los magistrados de esa sala de admisión aún tienen las puñetas erizadas de estupor ante el atrevimiento del comisario Vázquez, subordinado de confianza del comisario Fernández Díaz, al dirigirse a ellos para "aclararles" el contenido del "informe PISA", incorporado a la causa no por la propia Policía sino por el querellante. No es baladí que las tres asociaciones de jueces hayan entendido la iniciativa como una "injerencia" inaceptable y menos aun que, en el momento álgido en que era víctima de las agresiones de Podemos, Ciudadanos haya tenido la grandeza de pedir explicaciones al Gobierno en funciones por este uso indebido de la policía contra un partido opositor.

Alguien puede sentirse sorprendido de que un episodio tan grave y susceptible de ser explotado desde el victimismo como escándalo haya merecido una reacción relativamente tibia por parte de los propios líderes de Podemos. Apenas unas cuantas frases retóricas sobre la "policía privada" de Fernández Díaz y a otra cosa mariposa. Pero eso no viene sino a probar la sintonía de fondo que existe entre perseguidor y perseguido.

Los líderes de Podemos deben considerar tan lógico que el PP de Rajoy y su policía hayan utilizado contra ellos los trucos de manual durante las semanas en las que el pacto de gobierno era posible, como que vuelvan a protegerles de la sombra de sus propios actos en cuanto se disuelvan de nuevo las cámaras. No en vano Rajoy le debe ya desde el viernes la prórroga de su vida política a Pablo Iglesias. Lo único que une más que la eterna rivalidad es el conocimiento oculto de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Por algo cuenta la leyenda urbana que cuando Conesa se retiró a Canarias solía departir con algunos de quienes pasaban por peligrosos dirigentes subversivos, recordando los viejos buenos tiempos en comisaría.